El último tranvía de Arratia
Bilbaínos con diptongo ·
Nombre de valle y alma de montaña. De ahí su compleja existencia. Unió localidades y formas de vida. Campo y urbe. Podías compartir viaje con ... un marqués o con una vaca. La vida misma.
Eso fue el tranvía de Arratia. Mañana es uno de esos días en que el calendario nos recuerda quiénes fuimos y por qué somos lo que somos. Para entenderlo he pedido a Jon Urrutxurtu que nos guíe. Este paisano de Zeanuri lleva la historia del valle en sus venas. Así que vamos a dejar que bombee datos mientras subimos con él al tranvía del ayer.
El 3 de agosto 1898 es la primera fecha clave. El Ministerio de Fomento otorga al promotor Ángel Iturralde la concesión para crear la línea y el tranvía. La intención era que fuera a vapor. No se cumplió. En realidad la primera energía que lo impulsó fue la necesidad de los balnearios de la zona. Sus propietarios compartían acciones e intereses. Y empieza a ser realidad el 2 de septiembre de 1899. Arrancan con nueve kilómetros entre Lemoa y Artea con tracción animal.
Los autobuses ya subían Barazar. Así que apuesta por ser alternativa. Lo hizo modernizándose y creciendo. El 5 de julio de 1902 llega a Durango el primer eléctrico de pruebas. Le siguen Lemoa y Zeanuri. Hasta que el 7 de diciembre de ese año se inaugura, por fin, el tranvía de Bilbao a Arratia. Recorría Bizkaia con el compás clavado en su capital. Frente al Arriaga. Una especie de guiño a lo que sería su propia vida. Puro teatro. Drama, suspense, amor y comedia.
No sabría decir de cuál tuvo más. Las millones de almas que se subieron darían para otras tantas novelas. De argumento complejo, añadiré. Basta con recordar su recorrido. Arrancaba frente al teatro, seguía la orilla y cruzaba San Antón. Luego saludaba a Urazurrutia, a La Peña y volvía a cruzar por un puente de cemento para llegar a Bolueta. De ahí otra vez por el Puente Nuevo hasta un túnel que acababa en Pozokoetxe, Basauri. Allí se ponía casco o txapela para viajar por la Siderúrgica Basconia, Azbarren, Ariz, Urbi, Laminarrieta, el Gallo, Usansolo, Bedia y Lemoa.
Tomar decisiones
Tomaba aire para recuperar fuerzas junto a las cocheras y se partía en dos. Durango o Zeanuri. Subrayando así que este mundo nos exige tomar decisiones. Y que una elección siempre elimina la otra. En total 49,21 kilómetros trabajados tramo a tramo. Nunca lo tuvo fácil. Si no era la lluvia, era la sinrazón humana. Como la Guerra Civil que dejó inutilizado el ramal entre Amorebieta y Durango. Nunca se reactivó. Ni tras la contienda. Para subrayar su declive la parada pasó a la parte posterior del Arriaga. Eran días grises, de estraperlo y olor a tristeza. Pero siguió adelante. A veces sin esta parada o sin aquel recorrido. Cada viaje un enigma. Hasta que llegó lo inevitable. Su eclipse. Al menos tuvo un hermoso adiós. El 29 de noviembre de 1964 los montañeros lo despedían en un emotivo viaje entre Lemoa y Zeanuri. Dos tranvías y un destino. Al día siguiente desaparecía para siempre. O casi. Miguel Atutxa, el gran hostelero, compró uno de sus vagones y lo colocó frente al primigenio hostal familiar. Fue el 6 de febrero de 1966 y en el barrio Garbe de Igorre. Hasta el Nodo lo contó. Porque no era solo símbolo. Era paisano.
Lo suyo jamás fue un relato sencillo. Ni de final feliz. Unas lluvias torrenciales se llevaron aquel vagón. Como si el destino se empeñara en borrar las huellas. No pudo hacerlo. Sea en camisetas de fútbol o en escudos institucionales, su silueta sigue viva. Para evocar el ayer y recordarnos que no fueron justos con él. Algo que se confirmó después. El desprecio a los tranvías se convirtió en admiración y necesidad a partir de los 80. Y ahora los quieren en todas partes. Por eso algunas veces, al pasar por el Arriaga, me parece ver al imprevisible y orgulloso tranvía de Arratia.
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