«¿Podéis llamar a la Ertzaintza? Hace media hora que me está buscando», pidió el universitario de la escopeta a una pareja

De repente, vieron «a unos 50 metros a un chico sentado en un banco». «Seguimos para adelante y este chico nos paró. Estaba pálido y un poco descolocado, con sudoración». De 28 años, Íñigo es chófer de Bizkaibus y taquillero del Athletic, por lo que está acostumbrado al trato con la gente. «Nos preguntó a ver si le podíamos hacer un favor. '¿Podéis llamar a la Ertzaintza? Es que lleva media hora buscándome. Al que buscan es a mí'». Íñigo le preguntó si le pasaba algo, si se había hecho daño, si tenía algún problema, pero el joven -S.S.M., de 21 años y vecino de Andoain- esquivó el asunto. «Es por otra cosa», terció.

Íñigo llamó al 112 y «la operadora me advirtió de que podía ir armado. «¿No lleva ningún arma encima?», le preguntó. «Entonces, me quedé blanco», reconoce el testigo, que pidió a su chica que se separara de él porque podía ser peligroso. «Estate tranquilo que ya me lo ha contado», le contestó. «La que de verdad fue valiente fue ella», cree. Íñigo no veía el arma por ningún lado, pero no sabía si podía tenerla escondida. En realidad, el autor del tiroteo había dejado la escopeta junto al todoterreno con el anagrama de la UPV, a unos 200 metros de allí.

Mientras él contactaba con la Policía, su novia había estado hablando con S.S.M., al que ya llamaba por el nombre de pila. «Ha entrado con una escopeta con 200 cartuchos y se ha puesto a disparar a las vitrinas, a las paredes», le resumió. Según le explicó, «tenía que hacerlo ese día y era hacer eso o suicidarse. Se quejó de que algunos profesores eran muy pedantes y de que en los tres años que llevaba en la Universidad no se había relacionado con ningún compañero». Alumno de tercero de Física, el día de los hechos era el primero de la vuelta a las clases presenciales después de dos cursos 'online' por la pandemia.

«Estuvimos ahí con él, en contacto directo con la Policía, unos 25 o 30 minutos. No tuvimos miedo en ningún momento. Lo único que hicimos fue ayudarle. Era un pobre chaval, se le veía superado por la situación. Estaba preocupado por si le disparaba la Ertzaintza y por lo que le pudiera pasar». El joven repetía una y otra vez que «no quería hacer daño a nadie, que no quería hacer daño a nadie». «Gracias a Dios porque si él hubiera querido hacer daño, olvídate, habría sido una carnicería y yo no estaría ahora hablando contigo».

«El helicóptero nos vio y llegaron dos agentes uniformados con la pistola en la mano. Nos hicieron señales para saber si era él. Yo les pedí que estuvieran tranquilos, que no iba a oponer resistencia. Le tumbaron, le esposaron y le registraron. No llevaba nada raro encima. Entonces, empezaron a llegar los de la Brigada, los secretas... De película».