PISA: educación e identidad
La soberanía puede ser un objetivo políticamente aceptable siempre y cuando no lo sea a costa de una Euskadi más pobre y más inculta
Luis Haranburu Altuna
Viernes, 9 de diciembre 2016, 01:07
Hace ya bastantes años un líder nacionalista, Arzalluz, confesaba que el logro de soberanía de Euskadi era un objetivo que bien merecía perder algunos puntos ... del PIB. Era toda una declaración de intenciones y en ella se supeditaba el bienestar de los vascos a la obtención de la independencia política. Quienes hoy ostentan el liderazgo del PVN piensan de manera distinta, al menos si nos atenemos a las declaraciones más recientes de Urkullu y Ortuzar, pero todavía existen en el mundo abertzale quienes lo supeditan todo al soberanismo y preferirían una Euskadi independiente aunque fuera más pobre y más inculta.
Lo de la incultura puede inferirse de la reciente encuesta PISA publicada en estos días y en la que el País Vasco arroja unos resultados por debajo de la media no solo de los países de la OCDE sino también de la media española. Los resultados obtenidos por el País Vasco son malos sin paliativos y presentan un panorama educativo en el que las competencias en comprensión lectora, matemáticas y ciencia retroceden de manera llamativa. En lectura y matemáticas se retroceden 7 puntos y 23 en ciencia. Un desastre que pone en tela de juicio a todo el sistema vasco de educación y exige una revisión de los postulados educativos que de manera acrítica se han abonado en las tres últimas décadas.
Soy consciente de que las causas del retroceso educativo vasco que PISA ha puesto de relieve no obedecen a una única causa, pero no me resisto a avanzar una hipótesis que tiene alguna plausibilidad a tenor de los resultados que comentamos. El retrato robot que PISA ha realizado es congruente con los resultados de otras encuestas que analizando la calidad de nuestra universidad pública que sitúan a esta en una posición de resignada mediocridad. Algo pasa en nuestro sistema educativo cuando siendo el más caro de España arroja unos resultados tan mediocres. En efecto, gracias a la privilegiada financiación de la que los vascos disfrutamos, nuestro sistema educativo no se ha visto tan sometido a los recortes que sí han abundado en el resto de las autonomías, cuyos resultados académicos, sin embargo, han progresado de manera palmaria en el ránking que PISA nos ofrece. Euskadi es la más rica en recursos educativos y uno de los más pobres en resultados. La principal razón de esta penosa situación no es otra que la excesiva exposición de nuestro sistema educativo a los postulados identitarios que priorizan la inmersión lingúistica y favorecen la duplicidad de redes educativas que suponen un sobrecoste excesivo.
En la reacción de los diversos sindicatos vascos ante los resultados de PISA, sorprende la total ausencia de autocrítica junto a la demanda de, todavía, más recursos. Los sindicatos abertzales que tienen en el mundo educativo una indiscutible hegemonía, tienen como objetivo la creación de un ámbito educativo totalmente soberano, en base a un sistema educativo autárquico y asentado en la primacía del euskera como lengua principal. En dicho proyecto de soberanía educativa lo de menos serían las competencias educativas siempre y cuando estuviera regulado por los postulados abertzales.
En el País Vasco existen diversos tabúes derivados de la hegemonía política e ideológica del nacionalismo y uno de ellos consiste en la imposibilidad de cuestionar el actual uso del euskera en el mundo educativo. Todo cuanto ayude a la expansión o normalización del euskera es bienvenido y toda cuestión al respecto es considerada como sospechosa, cuando no de antivasca o reaccionaria. Los responsables de la política educativa vasca suelen esgrimir con orgullo la preponderancia progresiva del modelo D de enseñanza en la que el euskera es el vehículo preferente de enseñanza. Todos los agentes educativos ven en ello un franco progreso y muy pocos cuestionan su oportunidad ni su idoneidad pedagógica aunque los resultados sean los que son. El sobreesfuerzo que la inmersión lingüística supone para los alumnos cuya lengua materna no sea el euskera, se ha solido justificar por el bien superior de una supuesta integración. Dicha integración ha de ser entendida en clave abertzale ya que el nacionalismo no entiende de otra identidad que la suya. Los más lúcidos de entre los nacionalistas reconocen el handicap que la inmersión lingüística supone, pero lo consideran un mal menor frente al bien superior de una educación que integra al alumno en la comunidad nacionalista. Castilla y León e, incluso, Navarra nos superan ampliamente. Lo de Navarra será porque aún no les ha dado tiempo para implementar la educación identitaria.
Soy consciente de la carga polémica que estas reflexiones poseen, pero no cabe ejercer de avestruces cuando el mismo lehendakari llama a la autocrítica. Tras décadas de supeditación a la corrección política el sistema educativo vasco ha de cuestionarse sobre los postulados ideológicos y políticos que lo sustentan. Urkullu suele invocar como horizonte el modelo de crecimiento inspirado en la Cuarta Revolución industrial basada en el conocimiento como horizonte, pero es de temer que dicha revolución nos sea esquiva a tenor del retroceso educativo que PISA ha puesto de relieve.
Curiosamente los resultados arrojados por PISA en el año 2012 ponían a nuestro sistema educativo por encima de la media española. Tal vez tuviera algo que ver en aquellos resultados el empeño de la Consejera socialista Isabel Celaá en la implantación de la escuela 2.0 y del trilingüismo, tan cuestionados por los sindicatos abertzales de enseñanza. No es que todo fuera mejor en aquel gobierno, pero al menos quedó en evidencia que otra política educativa es posible. La soberanía puede ser un objetivo políticamente aceptable siempre y cuando no lo sea a costa de una Euskadi más pobre y más inculta.
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