Como los grandes textos de los clásicos, el mito de la caverna de Platón permite ir extrayendo nuevas lecciones con el paso del tiempo, distintas ... según las épocas y las preguntas con las que se acerque uno al texto. Es un texto que como otros de la antigüedad griega, de la Biblia y de la cultura romana reviven con cada lectura, y permiten, incluso impulsan, la apertura de nuevos horizontes.
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En el mito de la caverna Platón habla del sol de la justicia a partir de los que están prisioneros en la caverna y no conocen más que las sombras proyectadas en su interior por las figuras que pasan delante del fuego situado a la entrada de la caverna. Es necesario ejercer violencia para sacarlos fuera y hacerles ver que viven en la oscuridad, en un mundo de sombras, mientras que fuera está la luz del sol, de la verdad y la justicia. Pero los pobres hombres acostumbrados a la oscuridad del fondo de la caverna prefieren volver a ella.
Hans Blumenberg dedicó una de sus obras al mito de la caverna y analizó el significado de la caverna a lo largo de la historia humana, desde las cuevas en las que vivían nuestros antepasados y en las que crearon el maravilloso arte rupestre, hasta las grandes ciudades actuales que también son cuevas o cavernas.
Siguiendo esta línea de interpretación, a uno se le ocurre pensar que no solo nuestras ciudades se han convertido en cavernas, sino que el conjunto de la cultura occidental y moderna se ha convertido ella en una caverna precisamente porque solo vive de la superficie, de la exterioridad, de lo que brilla, de la moda, de la supuesta innovación permanente, de la espectacularidad de lo fenomenal, de lo que aparece, sin nada detrás de la apariencia, sin trasfondo alguno.
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La exterioridad, lo que está en la superficie más superficial, lo que no posee el poso del tiempo porque ni siquiera termina de nacer de tan novedoso que es o que pretende ser, el presente que no tiene pasado pero que tampoco tiene futuro pues lo ha devorado para crear la sensación de presente novedoso que renueva su novedad continuamente devorando el futuro que nunca llega a ser es lo que constituye nuestra caverna, nuestra cueva. Y nuestra cueva es nuestra ceguera, nuestra esclavitud, nuestra incapacidad de ver más allá de nuestras propias narices.
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En esta caverna de nuestra cultura el menor cambio que se produzca en el desfile de sombras proyectadas en el fondo de la cueva se nos antoja una revolución. Europa se acaba, en las elecciones francesas se juega el futuro de Francia y de Europa, la elección de Trump da paso a un futuro impredecible, las viejas seguridades se desmoronan. Hasta tal punto que la posverdad, palabra del año o del siglo, es ella misma una posverdad, pues no ha nacido ahora, llevamos produciendo la posverdad mucho antes de que llegaran las fake news de Trump. Algunos tuvimos que leer y estudiar a los pensadores de la posmodernidad, a los Jameson y los Lyotard, a los que celebraban el final de los grandes relatos como la verdad, la justicia, la historia universal, los sujetos de la historia y la revolución, y nos decían que cada cultura posee sus propios valores, con sentido solo dentro de esa cultura, evaluabales solo desde el contexto de la misma, y que constituían los ejes en torno a los cuales los habitantes de esas culturas conformaban sus identidades, identidades y valores que no era posible juzgar desde fuera de cada cultura. Hasta el punto que uno se ha encontrado con alumnos universitarios que no tenían una opinión clara preguntados si era posible condenar la ablación del clítoris.
La posverdad es muy vieja en la cultura moderna. No solo es muy vieja, sino que ha destrozado la idea misma de verdad y de justicia, que ya no valen ni siquiera como horizonte de referencia dentro del que se puede seguir buscando tanto la verdad como la justicia. Los habitantes de la caverna de Platón ya vivían en la posverdad, y Platón creía que solo podían ser llevados a vivir bajo el sol de justicia de su república mediando violencia.
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No son posverdad las fake news de Trump. Es posverdad lo más específico de la cultura moderna. Tanto es así que quienes pretenden luchar contra las falsas noticias no tienen más remedio que aparecer en los medios defendiendo los hechos, manifestarse, aparecer ante la opinión pública, ante ese juez implacable que juzga si algo existe o no, si algo es digno de existir, de salir en la tele, de ser tomado en cuenta en las redes sociales o no, y para ello recurren a tratar de rehabilitar una dicotomía clásica, pero no por ello necesariamente verdadera, la dicotomía entre hechos y significados, como cuando la BBC pretendía que el uso del término terrorismo para describir a ETA era tendencioso por interpretativo, mientras que no aplicarlo era un hecho neutral.
Parece contradictorio que celebremos como humanistas a los fallecidos Baumann y Todorov y al mismo tiempo ensalcemos, sin matices, los hechos crudos y desnudos.
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