Ratzinger y el liderazgo intelectual
Borja Vivanco
Sábado, 15 de abril 2017, 02:14
El domingo Benedicto XVI cumplirá 90 años. No es exagerado decir que, al menos en la historia contemporánea, no es posible descubrir un líder de ... influencia mundial con tan densa cultura y capacidad intelectual como Joseph Ratzinger. Además, como sucede con los grandes personajes, su personalidad y legado van engrandeciéndose con el paso de los años, una vez que han desaparecido de la actualidad pública.
En 2005, con ocasión de la publicación de su primera encíclica, Deus caritas est, la prensa tradicionalmente más hostil con la Iglesia Católica reconocía su «potencia intelectual», capaz de «tratar de tú» a los grandes filósofos de la historia, de Aristóteles a Nietzsche. Su inteligencia privilegiada y pasión por la búsqueda de la Verdad nos han legado cientos de bellas páginas de gran riqueza y rigor, no solo en el área de la teología y la filosofía, sino también en la ética y la ciencia política. Con vocación de polemista, nunca se ha inhibido de los temas cruciales que marcan el destino de la sociedad y la cultura. Todavía, por lo menos en español, no se ha culminado la publicación de sus obras completas.
En 2004, solo unos meses antes de ser designado nuevo obispo de Roma, mantuvo en Baviera un debate público acerca del paradigma político actual junto a Jürgen Habermas, posiblemente (entonces y hoy) la principal figura intelectual de Europa. Se dijo que aquel fue el acontecimiento académico más relevante de ese año en Alemania. Ratzinger no compartía el optimismo de Habermas frente al Estado Liberal, insistió en sus limitaciones y sobre todo en la existencia de conceptos «pre políticos» que no deberían ser cuestionados por mayorías parlamentarias. Así, se entiende que su principal crítica a la cultura actual, acentuada en su ministerio como líder de la Iglesia, ha ido dirigida a la prevalencia de una dictadura del relativismo que no acepta valores absolutos y permanentes.
La preocupación por el presente y el futuro de Europa ha sido continuada en su reflexión. Su elección del nombre de Benedicto debe ser atribuida en primer lugar a San Benito, patrón de Europa. Para Ratzinger, como para otros muchos, la definición de la cultura europea hunde sus raíces en el surgimiento de los monasterios, lugares donde la búsqueda de Dios exigía la profundización en el saber. «Actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios», reiteraba.
Parece ya enterrado por fin el estereotipo que representaba a Ratzinger como una figura intransigente y entregada a la «sanción» y al castigo inmisericorde de «teólogos disidentes». De hecho, teólogos amonestados por la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando él era prefecto han reconocido públicamente -una y otra vez- que Ratzinger es un personaje cuya honestidad personal e intelectual no podría ser nunca puesta en tela de juicio.
Presentó su dimisión hace algo más de cuatro años. Fue una noticia que a todos cogió por sorpresa y que, en un primer momento, parecía sacudir los cimientos de la Iglesia. Sus explicaciones fueron muy claras y escuetas: «Ya no tengo fuerzas». Nota curiosa y simpática es que la mayoría de quienes le escucharon en vivo y en directo, incluido un numeroso grupo de cardenales, no entendieron de qué estaba exactamente hablando el Papa. Ocurrió que Benedicto XVI transmitió su mensaje en latín. Así pues, fue una periodista de la sala de prensa de El Vaticano, licenciada en Letras, quien difundió al mundo la renuncia de Ratzinger. Tristemente es probable que esta haya sido la última gran alocución pronunciada en latín que la humanidad tenga la oportunidad de escuchar. Benedicto XVI, tildado por quienes no le conocían como un hombre acomodado a las más férreas tradiciones de la Iglesia, protagonizó uno de los gestos más rupturistas que el catolicismo haya conocido nunca: fue el primer Papa que abdicó en más de 7 siglos.
Falsean la historia y el personaje quienes, incluso dentro de la Iglesia Católica, aseguraron que Ratzinger persiguió relevar a Juan Pablo II. No hubo nada de eso. Pocas semanas antes de que el Papa polaco muriera, Ratzinger escribió una carta al teólogo español Olegario González de Cardedal, en la que le confesaba su deseo de regresar a Alemania y retirarse de toda actividad y ministerio público, con el objeto de dedicarse a redactar una obra de cristología, con la que sintetizase la búsqueda y reflexión intelectual que habían marcado su vida. Esto, sin embargo, solo pudo lograrlo una vez presentó su dimisión como Papa y se retiró a una vida casi monacal.
A partir de entonces, volvió a dedicar sus mejores energías al estudio, como antes de ser ordenado obispo en 1977. De su puño y letra, ayudado de pluma estilográfica, escribió y publicó tres obras consecutivas sobre Jesús de Nazareth. En concreto la introducción de la primera de ellas, en la que ofrece su visión particular sobre el método histórico-crítico que guía en la actualidad la investigación sobre Jesús, podría ser calificada de antológica.
El debilitamiento de la presencia social al que la Iglesia Católica está abocado en nuestros días, en el contexto de procesos imparables de secularización que se reproducen en casi todo el mundo, dificulta la renovación de una masa crítica suficiente, que es requisito imprescindible para que puedan emerger desde ella, eventualmente, personalidades únicas en altura intelectual como Ratzinger. Las universidades católicas continuarán siendo las principales interpeladas a la hora de proveer intelectuales bien formados y comprometidos al servicio del diálogo entre la fe y la razón. Es necesario combatir en las periferias sociales al estilo de Francisco, pero también en las fronteras intelectuales, como Benedicto XVI nos ha enseñado.
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