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Marcha organizada por la diócesis de Bilbao en favor de la reconciliación.
La Iglesia, Sortu, ETA y la 'gran decisión'

La Iglesia, Sortu, ETA y la 'gran decisión'

El Vaticano recibió información puntual de los avances en las conversaciones para que la organización dejara las armas hace cinco años

Pedro Ontoso

Miércoles, 19 de octubre 2016, 01:46

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¿Estuvo la Iglesia en la 'gran decisión' de ETA para decretar el alto el fuego definitivo? En plena ofensiva policial y judicial, y con la mayoría de la sociedad vasca harta de tantos años de violencia, la izquierda abertzale pilotó la ciaboga de la organización, presionada también por instituciones con alguna influencia, antes de que la persistencia del terrorismo perjudicara a todo el andamiaje. La iglesia vasca tuvo representantes en todos los foros que se organizaron para arropar el desistimiento de ETA. Estuvo en la Conferencia de Aiete. Participó en los cónclaves del Grupo Internacional de Contacto, impulsado por Brian Currin, y mantuvo relación con la Comisión Internacional de Verificación, liderada por Ram Manikkalingan. También puso un escenario neutral, Arrupe Etxea, un centro de los jesuitas en Loiola, para el diálogo entre los partidos. La Iglesia no ha sido protagonista, salvo en momentos puntuales en los que ha sido requerida, pero sí estaba al tanto de lo que se gestaba. El Vaticano, si bien no se ha implicado de manera directa, ha recibido información constante sobre el avance de las conversaciones.

El 5 de abril de 2006 el Papa Benedicto XVI aludió a Euskadi en su audiencia general en la Plaza de San Pedro. «Os invito a rezar para que todos intensifiquéis vuestros esfuerzos por consolidar los horizontes de paz que parecen abrirse en el País Vasco y en toda España y a superar los obstáculos que puedan presentarse», apremió el pontífice en vísperas de la celebración de los 500 años del nacimiento de san Francisco Javier. El alto el fuego permanente de ETA apenas llevaba dos semanas en vigor. Juan María Uriarte, entonces obispo de San Sebastián, se había entrevistado esa misma semana con Giovanni Lajolo, secretario para las Relaciones con los Estados, algo así como el 'ministro' de Exteriores de la Santa Sede. Lajolo, un experto en concordatos que fraguó su experiencia diplomática a las órdenes del legendario Casaroli, reportaba su gestión a Angelo Sodano, secretario de Estado y hombre muy poderoso en el Vaticano como su 'número dos'. Los hombres de Uriarte, que protagonizó una labor de intermediación entre el Gobierno de Aznar y ETA en 1998, habían activado sus contactos para «acompañar» un término muy eclesial un proceso que avanzaba. La Iglesia no tenía un papel clave, pero le llegaban informaciones desde muchas terminales.

«Todo lo que pueda hacer la Iglesia para conseguir la paz, lo hará», fue una frase que se repetía en todas las declaraciones de los obispos vascos. En aquellos años, sí estaba en todas las salsas. En el documental 'Polifonía vasca', elaborado por el periodista Antoni Batista para ETB-2 y emitido el pasado domingo, aparecieron 14 personajes. Entre ellos había dos pesos pesados de la Iglesia vasca: monseñor Uriarte, obispo emérito pero muy activo en el proceso de pacificación, y Gaspar Martínez de Larrinoa, hasta hace muy poco tiempo secretario general de la diócesis de Bilbao y con mucho carisma e influencia en el ámbito socioeclesial. Uriarte, grabado en la sacristía de la basílica de Begoña, habló de una paz incompleta y todavía insuficiente, porque continúa abierta la fractura. Martínez, entrevistado en la parroquia bilbaína de San Vicente, sostuvo que harán falta tres generaciones para superar la resaca de cincuenta años de violencia. Un diagnóstico muy alejado del que hizo Arnaldo Otegi, para quien la reconciliación «ya se ha producido».

Informes para el Vaticano

Monseñor Uriarte ha enviado mas de 300 informes al Vaticano sobre la situación de las diócesis vascas, que incluyen siempre un diagnóstico sobre el momento sociopolitico. La Santa Sede no se ha comprometido de manera directa, como tampoco lo ha hecho ahora en Colombia a pesar de que una representación de las FARC viajó a Roma para pedirle al Papa que se mojara de manera visible. El Vaticano siempre deja esas cuestiones en manos de las Iglesias locales, que reportan a Roma cualquier novedad en el proceso.

Desde la Iglesia vasca hubo llamamientos constantes a que la izquierda abertzale tenía que plantarse ante ETA y en favor de la pluralidad política de Euskadi. Su posición crítica en los mentos de Lizarra le alejó del mundo de la izquierda abertzale. Pero lo mismo que en su día, en 2002, los obispos firmaron una carta pastoral en la que advertían sobre la ilegalización de una parte de la sociedad vasca, luego aumentaron su presión para que empujaran a ETA hacia su disolución. En aquellos años, probablemente, la Iglesia ya sabía que los dirigentes de ETA se estaban cuestionando la continuidad de la organización y que la izquierda abertzale era necesaria en una mesa de partidos.

El 21 de junio de 2005 se había iniciado el diálogo con ETA en un hotel de Ginebra. Para entonces Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi llevaban varios años manteniendo conversaciones secretas también intervinieron Paco Egea y Pernando Barrena y en el seno de la izquierda abertzale había un debate interno sobre el futuro de la lucha armada. La violencia era percibida en la comunidad nacionalista como una estrategia desesperada y numantina que sólo podía acarrear la marginación social y política.

Tanto Otegi como Eguiguren buscaban un intermediario, un facilitador, que pusiera en contacto a ETA y al Gobierno. Pensaron en Roger Etchegaray, un cardenal de la localidad vascofrancesa de Espelete, con vara alta en el Vaticano. Se le consideraba un 'apagafuegos', un mediador en conflictos complejos, porque había intervenido en numerosos 'puntos calientes' como enviado de la Santa Sede. Un líder nacionalista vascofrancés le hizo llegar la petición al cardenal, que se puso en contacto con Eguiguren. El líder socialista viajó a Roma con otra persona para entrevistarse con el purpurado. El cardenal declinó aquella misión para no comprometer al Vaticano. Les dijo que hablaran con el cardenal Rouco, entonces jefe de la Iglesia española, una 'bestia negra' para el nacionalismo. Aquello fue un jarro de agua fría.

Eguiguren y Otegi habían trabajado mucho la doctrina de la doble negociación, también conocida como de 'los dos carriles'. El Gobierno y ETA abordarían las cuestiones 'técnicas' del desarme y los presos, y los partidos vascos discutirían el futuro político de Euskadi. Hubo avances significativos. Entre el 20 de septiembre y el 15 de noviembre de 2006, representantes de la dirección del PNV, del PSE y de la izquierda abertzale celebraron doce encuentros en las instalaciones de los jesuitas en Loiola, en la localidad guipuzcoana de Azpeitia, a muy pocos metros de donde un comando asesinó al empresario Uria. Se había pensado en Arantzazu, pero se trataba de un enclave muy significado con el nacionalismo y Eguiguren quería jugar 'en casa'.

Se acercaron mucho a un documento que pensaban confiar al padre general de la Compañía de Jesús, en esos momentos el holandés Peter Hans Kolvenbach, tras haber pensado en un primer momento en el Vaticano. Los representantes de la izquierda abertzale no se atrevieron a avanzar porque ETA lo impidió. En diciembre se produjo el salvaje atentado contra el aeropuerto de Barajas, en el que murieron dos jóvenes ecuatorianos. La onda expansiva dejó muy tocada a la banda terrorista y la izquierda abertzale tuvo claro que el único camino era el de la política.

ETA decide seguir

En 2008 ETA celebró una asamblea en la que decidió seguir con la lucha armada. El debate en el seno de la izquierda abertzale se agudzó. «La futura Batasuna no va a aceptar una vuelta a la lucha armada decidida por unos pocos en una reunión secreta», había vaticinado años antes Joseba Segura, sacerdote de la diócesis de Bilbao que acompañó a monseñor Uriarte en su labores como intermediario. En febrero de 2010 la dirección política de Batasuna publica el documento 'Zutik Euskal Herria', que supone un punto de inflexión en la hoja de ruta de ese mundo, como lo fue la Declaración de Anoeta en 2004. Europa había ratificado la ilegalización de Batasuna. ETA estaba perdiendo la batalla militar y la izquierda abertzale estaba perdiendo la batalla política. Hubo riesgos de escisión, según han reconocido después sus dirigentes.

En la última etapa fueron Rufi Etxebarria, líder carismático de la izquierda abertzale, y Rafa Díez Usabiaga, rostro del sindicato LAB, quienes impulsaron la ciaboga y construyeron la doctrina para justificar la 'gran decisión'. Aquella doctrina la fueron socializando entre distintos estamentos sociopolíticos. Diez Usabiaga fue condenado luego por el 'caso Bateragune'. Monseñor Uriarte visitó al exsecretario general de LAB en la cárcel de Santoña, donde continúa preso. El obispo emérito de San Sebastián también medió en el caso de la huelga de hambre del etarra De Juana Chaos en un momento delicado para salvar el proceso de paz.

Rafa Díez Usubiaga fue, sin duda una pieza clave, con Otegi en prisión desde 2009. Entonces el dirigente de LAB dijo que habían pretendido romper el status quo interno de la izquierda abertzale. Lo ha reconocido de otra forma en un artículo publicado la semana pasada en 'Gara'. Díez Usabiaga asume que la izquierda abertzale no supo encauzar el capital político acumulado en Lizarra y en Loiola y no supo gestionar «con luces largas» un término que también utiliza a menudo Rufi Etxeberria ese momento político. Admite que tuvieron que acometer un debate estratégico de gran calado, con las ponencias 'Argitzen' y luego 'Zutik Euskalherria', con el movimiento abertzale muy debilitado, y con el miedo de haber llegado tarde. «Nos preguntábamos si no estaba el arroz pegado», escribe. La izquierda abertzale fue consciente de que ETA estaba acabada y que en su caida les arrastraba a ellos. La apuesta política que se hacía en 'Zutik Euskalerria' colocó en un nuevo escenario a ETA, que había perdido el apoyo social de la sociedad vasca y continuaba acosada por las fuerzas policíales. En enero de 2011 la banda anunció un alto el fuego. En septiembre el Colectivo de Presos Politicos Vascos (EPPK) firmó el Acuerdo de Gernika, en el que se abogaba por las vías exclusivamente políticas y para un definitivo abandono de la actividad armada. En octubre ETA comunicó que daba por acabada la lucha armada.

Rafa Díez Usabiaga reivindica ahora aquel giro estratégico, que ha permitido a la izquierda abertzale reubicarse en el escenario político. Se refiere a los últimos resultados electorales del 25S, en el que han conseguido 17 escaños en el Parlamento vasco con casi 225.000 votos. Díez Usubiaga, que sigue siendo una referencia ideológica, alude al proceso 'Albian', la refundación de Sortu, que, en su análisis, habría reforzado las raíces de un cambio estratégico que viene de atrás. Avisa de que la izquierda independentista «pecó de ansiedad política buscando acelerar fases y catalanizar nuestro proceso al no realizar una lectura adecuada de la foto real de la sociedad vasca y de la fase en la que nos encontramos». El exsecretario general de LAB reivindica, por tanto, el pasado de la izquierda abertzale, sin hacer la más mínima mención al daño causado por ETA ni a las víctimas.

La refundación de Sortu

Sortu encara ahora su futuro y muchos creen que es la hora de que rompan ya con su pasado. No pocos politólogos coinciden en que tienen un problema serio. Considerann que mantienen un discurso «muy viejo» y «poco claro» en la Euskadi postidentitaria y sin ETA. Pero no se trata sólo de una refundación de su propuesta política e ideológica. El catedrático emérito de Sociología Javier Elzo sostiene que Sortu tendría que aprovechar su congreso para realizar una declaración solemne sobre la violencia que incluya el reconocimiento del daño causado.

El obispo emérito de San Sebastián sigue lanzando mensajes para que se reconozca el daño causado y ETA entregue las armas y se disuelva. «No basta coexistencia sin violencia cruenta. Es necesario que ETA acabe de entregar las armas y se disuelva», declaraba ahora hace un año a la revista 'Vida Nueva'. Al mismo tiempo colabora con la secretaria de Paz y Convivencia, el departamento que dirige Jonan Fernández, formado en Baketik, una iniciativa alumbrada a la sombra de los franciscanos en el santuario de Arantzazu y arropada por Uriarte.

También lo hacen los obispos titulares de las diócesis vascas, aunque con algunos matices. Hace ya mucho tiempo que no han firmado un documento conjunto sobre esta cuestión. La pastoral que preparan con motivo de Pentecostés se centrará en la educación. En la diócesis de Bilbao se ha creado un área que se llama Paz y Reconciliación, gestionada por el sacerdote jesuita Manuel Arrue, para impulsar iniciativas en ese ámbito. En un documento reciente, la diócesis alertaba sobre la pérdida de relevancia de la paz, que cada vez más sólo preocupa a los grupos afectados. «Aunque la mayoría de nuestra sociedad parece deseosa de pasar página, hay que valorar si antes hemos sido capaces de haberla escrito correctamente y leido en su totalidad», se preguntaba. En cualquier caso, la Iglesia vasca sí ha dejado un corpus de pensamiento para una ética de la paz.

En efecto, en la sociedad vasca hay prisa en pasar la página del terrorismo. Para Arnaldo Oregi «ya la ha pasado». No es la primera preocupación de los vascos. Ni siquiera la segunda como certifican los sondeos demoscópicos. Se ha producido un cierto escapismo. Los jóvenes no han sufrido el azote de la violencia y pasan de esa historia. No todos. En algunos recintos escolares se tributan homenajes a etarras como si fueran héroes y en algunos municipios se les reciben como tales. El último episodio de Alsasua, donde dos guardias civiles fueron apaleados, demuestra que las raíces del odio no se han extirpado.

El periodista israelí Ari Shavit, autor de un libro magnífico 'Mi tierra prometida' (Debate) al hablar de la situación de su país apostaba por idear una nueva narrativa para restaurar una sociedad desgarrada. Euskadi no está hecha trizas, pero sí está fracturada. Para sanarla hace falta un liderazgo político fuerte que cuente con la sociedad civil. Las generaciones más jóvenes necesitan que les cuenten la verdad en un relato compartido. Sin orientaciones ideológicas y con el concurso de los historiadores. Adonis (Ali Ahmad Said Esber), en su conversaciones con la profesora Houria Abdelouahed, trasladadas al libro 'Violencia e islam' (Ariel), arremete contra quienes ocultan la verdadera historia de los árabes y de los musulmanes y contra los que la manipulan para atizar el fuego del yihadismo. «El oficio del historiador dice es proponer un relato verdadero a fin de representar lo mejor posible el pasado». Historia y memoria.

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