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Las cifras de siniestralidad siguen una curva descendente desde el último medio siglo, sobre todo desde los años 70.
Una probabilidad entre 3 millones de morir

Una probabilidad entre 3 millones de morir

En 2015 hubo 136 fallecidos en accidentes áereos protagonizados por aviones de pasajeros, según el informe anual de la IATA

Josu García

Miércoles, 13 de abril 2016, 01:10

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Como cada año por estas fechas, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) hace públicos los datos de siniestralidad del ejercicio anterior de los vuelos de pasajeros (no se contabilizan avionetas, jets privados, helicópteros u otro tipo de operaciones). En 2015 murieron 136 personas en 12 accidentes de consideración. No se incluyen en esta estadística dos catástrofes que fueron provocadas directamente por la mano (más bien por la maldad) del hombre. No se considera accidente el hecho de que el piloto de Germanwings Andreas Lubitz estampara el aparato que copilotaba contra los Alpes franceses el 24 de marzo del año pasado. Fue un acto deliberado, al igual que el más que posible atentado perpetrado contra la aeronave rusa que cayó en el Sinaí. Si se tuvieran en cuenta estos dos hechos, el número de fallecidos ascendería en el pasado ejercicio a 510 personas.

Medio millar de víctimas son muchas, desde el punto de vista humano. Sus familias lo perdieron todo. Un drama lacerante e irreparable, sin duda. Conviene no olvidarlo. Pero si uno analiza este dato desde una perspectiva rigurosamente estadística, se puede decir que volar en avión es una opción abrumadoramente segura: 510 muertos en un mar de 3.500 millones (3.500.000.000, que queda más gráfico) de pasajeros transportados.

Por seguir con la fría matemática, en 2015 hubo 37,6 millones de vuelos (31,6 millones protagonizados por reactores y 6,2 por aviones turbohélices). Esto representa más de 100.000 operaciones diarias. Una verdadera locura. Hay momentos del día en los que 10.000 aeronaves de pasajeros surcan los cielos del planeta de manera simultánea. Según la IATA, cuyas 260 aerolíneas asociadas concentran casi el 85% de las operaciones totales registradas en el mundo, se cae un avión cada 3,1 millones de vuelos. Es decir, tenemos una probabilidad entre 3 millones de perecer en un accidente aéreo. Una persona necesitaría volar todos los días durante más de 8.000 años para tener la seguridad de que se vería inmersa en una colisión mortal.

Las cifras de siniestralidad siguen una curva descendente desde el último medio siglo, sobre todo desde los años 70, cuando no era extraño contabilizar más de cien pérdidas de aparatos anualmente. Los aviones son cada día mejores. Cuentan con más alertas y sistemas capaces de avisar de peligros. Los partes meteorológicos son más precisos que en el pasado y los aeropuertos están mejor preparados, sobre todo en el primer mundo. Si uno pone a un piloto de la Segunda Guerra Mundial frente a los mandos de un moderno Boeing 737 Max (la última generación del fabricante estadounidense) o frente a un Airbus Neo320 (el equivalente en su rival europeo) simplemente alucinaría. Volar hoy en día poco tiene que ver con la profesión de hace 60 años.

No obstante, aquí tampoco hay que escatimar en esfuerzos. El factor humano sigue siendo uno de las causas principales de los accidentes. Es necesaria una formación amplia para los pilotos. Los aviones están cada vez más tecnificados, cierto. Las computadoras y sistemas electrónicos lo controlan casi todo, es verdad. Pero, precisamente por eso, el comandante no debe caer en la autocomplacencia. Tiene que tener la suficiente experiencia y capacidad para conocer su aparato a la perfección y saber qué ayudas se pueden anular y qué consecuencias tendrá esa desconexión parcial.

Por repasar los principales accidentes de 2015, destaca el vuelo 235 de TransAsia Airways, un turbohélice ATR 72 que se estrelló contra el río Keelung poco después de despegar del aeropuerto de Taipei (Taiwán). Murieron 43 personas y 17 resultaron heridas (dos de ellas se encontraban en tierra). La noticia del siniestro se hizo viral por el vídeo que fue grabado por la cámara que estaba instalada en un coche que circulaba por una cercana autopista.

Lo más increíble del caso es que, según la investigación oficial, el desastre se produjo cuando uno de los dos motores del aparato se averió y el piloto, en un clamoroso error, desconectó el único que tenía potencia, lo que agravó terriblemente una situación ya muy complicada.

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