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Distribución de un huerto familiar, junto a la ciudadela de Jaca (Huesca).

Como estrenar huerto todos los años...

O casi. La rotación de cultivos, que consiste en cambiar las plantas de sitio cada temporada siguiendo unas reglas básicas, ayuda a preservar el suelo, obtener mejores producciones y reducir el gasto en abono y pesticidas

josé ignacio martín

Lunes, 8 de febrero 2016, 02:45

Es lo que tiene esto de plantar hortalizas en el balcón. Puede llegar un momento, sobre todo si los resultados son satisfactorios, en que como a la Blasa de Mota, tu cuerpo pide tierra (preferiblemente por debajo, claro). Si la terraza se te ha quedado pequeña y estás pensando cultivar un terreno con los mismos criterios que has seguido hasta ahora en macetas y jardineras, hay varias cuestiones que debes tomar en consideración. La primera la económica, como es obvio. Salvo que tengas suerte y te toque un huerto lúdico de los que a veces, pocas, sortean algunos ayuntamientos, no queda más remedio que rascarse el bolsillo: los alquileres que conozco oscilan entre 30 y 50 euros mensuales. Y si no, esperar a que salga la Primitiva o intentar que se enrolle ese aldeano que tiene la campa llena de zarzas y que igual te hace un precio de amigo aunque solo sea por mantenerla limpia. A veces funciona.

Vamos a suponer que esta es una de ellas. Ya tienes la tierra, ¿y ahora qué? La idea es sacarle la máxima producción con el mínimo coste, y aquí entran en juego dos de los principios básicos de la agricultura tradicional: la asociación y la rotación de cultivos. Antes de que existieran los fertilizantes y los pesticidas artificiales, eran las mejores herramientas con que contaban los campesinos para mantener el terreno fértil, productivo y lo más libre posible de plagas. Ya habrá oportunidad de hablar de la asociación, que determina qué especies pueden plantarse juntas y cuáles no. En estas líneas me voy a centrar en la rotación, un sistema que se practicaba ya en la Edad Media e incluso en Mesopotamia. Coge papel y boli, no para tomar notas sino para planificar tu huerto a tres o cuatro años vista. Conviene que lo hagas antes siquiera de echar mano a la azada.

La rotación de cultivos consiste en alternar de temporada en temporada el tipo de hortalizas que ponemos en una parcela. ¿Por qué se hace esto? Porque aunque básicamente todos los vegetales consumen los mismos nutrientes, unos lo hacen en más cantidad que otros, y difiere también el nivel de voracidad respecto de cada compuesto. Si ponemos todos los años la misma especie en el mismo sitio, más pronto que tarde acabaremos desequilibrando y agotando el suelo. Y cosecharemos verduras como la de la foto, víctima de no sé los cursos de plantaciones sin orden ni concierto en una mesa de cultivo que ya ni recuerda el olor a estiércol. En una maceta se cambia el sustrato y listos, pero en 'campo abierto' mejor no llegar a este punto.

Y no es solo un problema de cansancio de la tierra. Además hay insectos, parásitos y plagas que son específicos de ciertas hortalizas o prefieren unas más que otras. Qué más quieren que no tener que buscarse las habichuelas, y eso es lo que propiciamos si les colocamos la 'despensa' un año tras otro en el mismo punto. Si a todo ello le unimos el hecho de que las plantas segregan a través de las raíces sustancias que pueden resultar beneficiosas o perjudiciales para otras especies de hortalizas, la conclusión es evidente: ni conviene repetir cultivo entre un ciclo productivo y el siguiente, ni podemos variar al azar. Conviene tener en cuenta no solo la exigencia de nutrientes de las plantas o su interacción con el medio, sino también otros factores como el tamaño de las raíces. De ahí la necesidad de una planificación previa.

Sobre estos principios básicos, se han utilizado tradicionalmente múltiples modalidades de alternancia según el número de años que va a durar la rotación y según la clasificación que hagamos de las especies: por la familia botánica a la que pertenecen, por la parte de la planta que se consume, por sus exigencias de nutrientes Estas líneas sólo pretenden ser una primera aproximación, pero si te interesa profundizar existe una cantidad ingente de documentación sobre este asunto. Páginas web como Agrohuerto o Infojardín, o libros como 'El huerto ecológico', de Ernesto Suárez Carrillo; 'Cultivar la tierra', de Joaquín Araújo; o 'Manual práctico del huerto ecológico', de Mariano Bueno, presentan una información amplia y detallada, así como distintas alternativas. Solo tienes que escoger el método que más te convenza.

Para empezar, yo probaría una de las soluciones más sencillas que he encontrado: dividir el terreno en cuatro partes iguales y plantar en cada una de ellas especies agrupadas según la cantidad de nutrientes que consuman para su desarrollo: por un lado las exigentes, que requieren una gran cantidad de abono, como el tomate, el pimiento o la patata; por otro, las de consumo intermedio (lechuga, escarola, remolacha); en una tercera parcela, las que apenas requieren una fertilización adicional (zanahoria, rabanitos); y finalmente, las plantas que mejoran el terreno, como las leguminosas (judías, guisantes), que aportan nitrógeno al suelo. El segundo año, el 'grupo exigente' pasaría a ocupar esta última parcela enriquecida, y el resto se moverían en el mismo sentido, como en el juego de las sillas, de manera que estableceríamos ciclos de repetición cada cuatro años. Pero se ve mejor en el siguiente gráfico:

¿Ves por qué necesitas papel y boli? El procedimiento es sencillo, pero mejor programar de antemano qué es lo que quieres cultivar y cuándo y dónde lo vas a hacer para respetar los turnos. Merece la pena. No sobreexplotas el suelo y a la vez reduces el gasto en fertilizantes -podrías intentar limitar la aportación extra de abono a la zona más exigente, la de las solanáceas-, y también en pesticida, ya que cuanto más fuerte crece la planta, menos vulnerable resulta a las plagas.

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