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JOSÉ IGNACIO MARTÍN
Jueves, 10 de diciembre 2015, 02:10
Es fácil, barato, rápido y saludable. Cuatro razones de peso para producir nosotros mismos brotes de semillas, que luego podremos utilizar para enriquecer y adornar ... ensaladas, como acompañamiento de carnes, pescados y otros platos, añadidos a las sopas, o licuados en zumos y batidos. Alfalfa, soja, lenteja, trigo, brócoli, quinoa, rabanito, cebolla, rúcula, nabo Las especies aptas para su consumo en forma de germinados son múltiples, cada una con su sabor y características nutritivas diferenciadas pero con el mismo procedimiento de cultivo. Advierto desde el principio: no son un alimento exento de riesgo.
La germinación es el proceso por el que una semilla se convierte en una planta, y se produce cuando se dan las condiciones de humedad y calor necesarias para poner fin al periodo de latencia de la simiente. Las enzimas de crecimiento se despiertan y las proteínas se transforman en aminoácidos que alimentan al embrión hasta que este, ya convertido en planta, puede nutrirse por sí mismo con los minerales que obtiene del suelo a través de las raíces, y por medio del sol y la fotosíntesis. Aunque en este caso no lo podrá hacer porque nos lo vamos a comer antes.
Es una explicación muy de andar por casa, pero suficiente para mostrar el porqué de una de las propiedades unánimemente reconocidas a los germinados, su contribución a mejorar la digestión, ya que el incremento de las enzimas ayuda al organismo a asimilar las grasas, las proteínas y los hidratos de carbono. No hay tanto consenso sobre otros aspectos. Así, frente a los que ven estos brotes como una especie de superalimentos, otros estudios apuntan que en algunos casos con la germinación no solo no aumenta, sino que incluso disminuye la proporción de determinadas vitaminas o minerales presentes en la semilla.
¿Cómo se hace?
No necesita tierra, ni tiesto, ni fertilizante, ni pesticidas Casi cuesta considerar agricultura al cultivo de germinados. Lo único imprescindible son las semillas, agua, una temperatura estable y un recipiente adecuado. Cualquier época del año es buena. El sol y las condiciones meteorológicas no influyen, ya que el proceso se puede llevar a cabo en el interior del hogar. Es más, conviene hacerlo así por razones de salubridad e higiene. En todo caso, hay que evitar el sol directo y la proximidad a fuentes de calor intenso como radiadores o la cocina. El calor y el frío extremos dificultan la germinación, siendo los 20 grados centígrados la temperatura idónea.
Aunque todas las semillas pueden germinar -de hecho esa es su razón de ser-, no todas son válidas para el consumo. Pocas, pero hay excepciones. Por ejemplo, los brotes de tomate, patata y solanáceas en general son tóxicos; otros, aunque no lo sean, también resultan perjudiciales si se toman en cantidades elevadas. Por tanto conviene informarse bien antes de optar por una especie determinada. Una de las más utilizadas en alimentación, y en consecuencia una buena alternativa para iniciarse, es la alfalfa. También la cebolla, el ajo o el rabanito, que aportan a las ensaladas el mismo sabor que los ejemplares adultos pero más suave. Además se pueden mezclar distintos tipos de semilla, siempre que tengan plazos de germinación similares para que se desarrollen todas al mismo tiempo. Sea cual sea la elección, es importante utilizar semillas de calidad, y mejor ecológicas.
En cuanto al envase en el que se va a desarrollar todo el proceso, en viveros y tiendas especializadas venden unos germinadores de barro cocido chulísimos. Hay alternativas más baratas, como frascos diseñados expresamente para la germinación o bandejas de plástico con rejilla para depositar los granos, que se pueden conseguir a partir de dos o tres euros. Si eliges una de estas vías no tienes más que seguir las instrucciones de uso del fabricante, pero si lo prefieres también puedes fabricar tu propio germinador. No puede ser más sencillo.
Germinador casero
Solo hace falta un tarro de cristal de boca ancha, un trozo de tela que permita el paso del agua pero no del grano (el tejido de las medias puede valer), una goma elástica y un 'tupper' o una bandeja, a poder ser con la base en relieve o acanalada. Y las semillas, claro. Con el tiempo y la experiencia aprenderás cuál es la cantidad necesaria en función del tamaño del recipiente. Ya verás como no conviene infravalorar la capacidad de crecimiento de los brotes. Si echas demasiados quedarán apelmazados, lo que dificulta la eliminación del exceso de agua y aumenta el riesgo de que se estropeen o se pudran. Para empezar, con una cuchara de grano es suficiente para un frasco pequeño. Y si te pasas, siempre tienes la posibilidad de transferirlos a otro bote más grande para completar el proceso.
El primer paso es hidratar las semillas, sumergiéndolas en agua en el tarro. Deben permanecer a remojo alrededor de seis horas, en el caso de las especies utilizadas más habitualmente, aunque otras como los garbanzos o las almendras requieren hasta doce horas. Transcurrido ese tiempo, hay que quitar el agua del vaso y enjuagar un par de veces para que el grano quede bien limpio. A continuación se tapa la boca del frasco con la tela, asegurándola con una goma, se agita un poco para que las semillas se distribuyan por todo el tarro y se coloca este boca abajo pero algo inclinado sobre la bandeja o el 'tupper', que recogerá los últimos restos de agua. De ahí la conveniencia de que la base tenga relieve, para que el bote mantenga con facilidad el equilibrio.
Esta posición tan inestable no es caprichosa. Para que la germinación tenga éxito con todas las garantías de salud, las semillas deben estar permanentemente húmedas pero no en contacto con el agua. Por eso hay que evacuar esta a través del tejido. Y dos o tres veces al día, cada doce o cada ocho horas, debemos repetir el mismo proceso: llenar el frasco de agua (no hace falta quitar la malla), remover para lavar los germinados y vaciar; llenar de nuevo, volver a agitar, quitar todo el agua posible y poner el bote boca abajo e inclinado para que drene el resto. Y así todos los días, hasta acabar. Antes de 24 horas surgen las primeras raíces, y en cinco o seis días los brotes estarán listos para consumir una vez que hayan sido bien lavados y separadas las cáscaras de las semillas. Lo mejor es tomarlos inmediatamente, pero si se secan bien, pueden conservarse cinco o seis días en el frigorífico, no más.
Precaución
Para terminar, y a riesgo de resultar pesado, insistir una vez más en la necesidad de una limpieza absoluta durante todo el proceso. Los germinados presentan un alto riesgo microbiológico, incrementado por el hecho de que se consumen crudos. Por eso usamos un frasco de cristal, porque es más fácil eliminar los gérmenes que en uno de plástico. Y por eso el agua debe ser potable y tenemos que renovarlo cada poco tiempo, evitando que permanezca en contacto con los brotes una vez humedecidos estos. Y tan o más importante, por eso hay que comprar las semillas en un establecimiento que ofrezca todas las garantías. No es ninguna broma. En 2011, una treintena de personas murieron en Alemania y Suecia por un brote de la bacteria E.coli. Berlín culpó al principio a los pepinos españoles, pero al final reconoció que la causa fueron unos germinados de soja y otras semillas cultivados en una granja de Baja Sajonia.
Ten esto en cuenta si pese a todo dcides intentarlo. Yo creo que vale la pena aunque no sea más que por experimentar, para ver cómo germina una semilla o para enganchar a los pequeños de la casa a la agricultura. Pero si el producto está destinado al consumo, recuerda: abortar ante la más mínima duda, y en todo caso volver a empezar. O no. La salud es lo primero.
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