Entre tranvías y elevadores
Lisboa, una ciudad para callejear incluso en sus zonas más elevadas, rinde culto a sus eléctricos convertidos en atractivos turísticos
Mikel Iturralde
Lunes, 14 de septiembre 2015, 18:00
Si hay una ciudad donde el tranvía es algo más que un mero medio de transporte, esa es Lisboa. La capital lusa convierte sus veteranos transportes, en funcionamiento desde 1947, en una de sus principales atracciones turísticas. La red, operada por la compañía municipal Carris, está integrada por cinco líneas que cubren algo menos de 50 kilómetros, en su mayor parte por los barrios más céntricos y peculiares, incluidas las zonas más altas. La flota se compone de 40 vehículos históricos, 10 articulados y 8 ligeros que permiten recorrer la ciudad desde la Plaza Do Comercio hasta el barrio de Alfama o el Monasterio de los Jerónimos en el barrio de Belém.
Lisboa está hecha para callejear. A pesar de sus innumerables y empinadas cuestas, se hace indispensable vagabundear por sus empedradas calles para empaparse del verdadero ambiente y dejarse llevar por el ritmo de la ciudad. Y, si se cansa de deambular tras un día entero de caminatas, súbase a uno de sus vetustos tranvías, especialmente dispuestos para alcanzar, en pocos minutos, el corazón de la capital. Son transportes inconfundibles, con mucha personalidad; en su mayor parte de un color amarillo apabullante. Utilícelos sin complejos.
Los primeros eléctricos comenzaron a circular en agosto de 1901. La compañía de Carris introdujo en Lisboa en 1940 los autobuses urbanos, que, paulatinamente, fueron arrinconando a los tranvías. Sin embargo, el complejo trazado de algunas de las líneas más duras y, a su vez, más pintorescas, impidió la implantación total de este medio de transporte, garantizando la supervivencia del tranvía hasta hoy.
Dentro de las cinco rutas tranviarias, hay dos imprescindibles: la del histórico eléctrico 28 y la del 15. Constituyen toda una institución. Ambos son de madera, pequeños y con pintura desvaída que tira más al ocre que al amarillo limón. El primero es quizá uno de los vehículos más entrañables de la capital lusa. Es el transporte principal para subir al Barrio Alto. Los turistas lo abordan a todas horas y se entremezclan con el paisanaje que habita la zona con más altura de la ciudad. No resulta extraño, más al contrario, que en las últimas horas de la tarde tres e incluso cuatro carruajes circulen uno detrás del otro, todos abarrotados de curiosos y ávidos visitantes, como si se tratara de una procesión cultural.
El recorrido del 28 parte del parque Martim Moniz, en el centro, y discurre por las calles más angostas de Lisboa, que conducen a las proximidades del Castillo de San Jorge, la atalaya más alta de Lisboa donde es posible admirar toda la ciudad y señalar las zonas más características. La campana del eléctrico no para de sonar para advertir a los peatones de la proximidad del vehículo y su preferencia de paso. En su ruta de diez kilómetros, se pasa por los barrios más pintorescos: Graça, Mouraria, Alfama, Baixa, Chiado, Madragoa y Barrio Alto.
El otro de los vehículos lleva, si cabe, más turistas. Abarrotado desde primeras horas por los visitantes que se dirigen a Belém -una de las zonas con más encanto de Lisboa-, es el transporte ideal para visitar el imponente conjunto de los Jerónimos, la manuelina Torre defensiva del Tajo y el Monumento a los Descubridores. En su ruta también se hallan el Museo de Carruajes y el de Carris (auténtica memoria del transporte lisboeta). La primera parada del 15 se sitúa en la estación Cais de Sodré, cercana a la majestuosa Plaza Do Comercio, donde es posible también acceder a los eléctricos turísticos rojo y verde. El Chiado Tram, como se denominan estos últimos, está centrado casi exclusivamente en los visitantes y cubre un trayecto de tan solo un kilómetro sobre las vías de una de las últimas líneas suprimidas: la histórica carreira 24.
Por poner un pero, aunque importante, tengan ustedes mucho cuidado. Como nos advertirán gentilmente los mismos lisboetas, presten atención a sus carteras porque en los tranvías los amigos de lo ajeno campan a sus anchas y se aprovechan del éxtasis de los visitantes, absortos en los placeres que depara la ciudad vista desde las ventanillas de estos entrañables vehículos.
Santa Justa y otros
Cuando el turista se adentra en la ciudad, enseguida descubre que Lisboa tiene unas magníficas vistas desde donde es posible descubrir los mejores rincones. Siete colinas se imponen sobre sus edificios y calles. Hay, por tanto, varios miradores que permiten al viajero admirar desde la distancia gran parte de los monumentos. Algunos de estos puntos se alcanzan con los simpáticos tranvías, pero en otros se impone una solución distinta: los elevadores y ascensores.
El de Santa Justa es una de las formas más rápidas de llegar de La Baixa al Barrio Alto. Como los tranvías, no es sólo un medio de transporte, sino que también se ha convertido en una atracción turística. Abrió sus puertas al público el 10 de julio de 1902 con el nombre de Elevador do Carmo; ese día se vendieron más de 3.000 billetes. Ahora, en una jornada normal, casi duplica sus viajeros; hay colas constantemente. Con 45 metros de altura, la estructura de hierro recuerda a la torre Eiffel; no en vano fue construida por Raoul Mesnier de Ponsard, seguidor del arquitecto francés. Desde su parte superior ofrece unas magnificas vistas de La Baixa. Ha sido uno de los principales miradores desde su creación. Un dato curioso: el elevador admite 20 personas para subir, pero sólo 15 para bajar.
En su ascenso hacia el Barrio Alto, el Elevador da Bica recorre la Rua da Bica de Duarte Belo desde Cais do Sodré. Es el funicular más popular y también el más empinado. Inaugurado en 1892, el visitante se transporta hasta el siglo XIX mientras disfruta de una vista típicamente lisboeta entre casas de color pastel. En estos momentos, se encuentra en obras; así que se puede ahorrar el paseo. Los planes del Carris prevén que pueda reabrirse durante el próximo año. Pero, si dispone de buenas piernas, no lo dude; al final del recorrido, le espera el Mirador de Santa Catalina, desde donde es posible admirar el Tajo en todo su esplendor.
Comunicando desde 1885 la Plaza de los Restauradores con el precioso mirador de San Pedro de Alcántara, los turistas también abordan el Elevador da Glória. Es más que probable que se formen largas colas en la parte baja -cerca de la elegante y grandiosa estación de Cossio- por lo que es preferible que, si quiere visitarlo, lo haga antes de las horas centrales del día. Su característico color amarillo está desdibujado por llamativos y peculiares grafitis. Obra del mismo ingeniero que el Elevador de Santa Justa, Raoul Mesnier du Ponsard, transporta a los viajeros hasta el Barrio Alto en sus más de 260 metros de empinada y estrecha pendiente. Las vistas desde el mirador merecen, sin embargo, cualquier espera. Cuando llegue a lo más alto, puede descansar en uno de los parques ajardinados más amplios de la capital lusa. O contemplar las principales arterias, altos y el corazón de Lisboa.
Casi enfrente, se sitúa el Elevador do Lavra, el más antiguo de la capital portuguesa, inaugurado en 1884. Es quizá el más curioso de todos los existentes; conecta la calle Câmara Pestana con Largo da Anunciada, en un trazado casi completamente curvo. Cerca se encuentra el Jardim do Torel, desde el que se disfruta de una bella panorámica de la ciudad. Circula por una ruta de 188 metros y una pendiente media del 22,9%. Como los de da Glória, da Bica y de Santa Justa, su construcción se debe al ingeniero portugués Raoul Mesnier. En origen utilizaba un mecanismo de vapor semejante al de las locomotoras, que posteriormente se modernizó con la tecnología eléctrica de la red de tranvías. Todos los elevadores los gestiona la Companhia de Carris de Ferro de Lisboa. Se encuentra clasificado como Monumento Nacional de Portugal desde febrero de 2002.
Arte en el metro
Fiel al lema del Consistorio, Obra a obra, Lisboa mejora, la capital lusa no solo vive del pasado. Ciertamente parte de su red de transportes se mantiene más o menos anclada en el siglo XX, pero la ciudad de la luz dorada también se abre hacia el futuro. De hecho, el metro de Lisboa es uno de los sistemas de transporte urbano más interesantes y bellos de Europa, junto con los de París y de Moscú, por la arquitectura, la decoración y las exposiciones de la mayoría de sus estaciones. En Portugal está considerado como uno de los mejores proyectos de tratamiento artístico de los espacios públicos. Cuenta con cuatro líneas con 45 kilómetros de extensión y 55 estaciones (6 de ellas con correspondencia). Desplazarse por la red metropolitana es muy fácil e intuitivo, gracias a su sistema de colores y nombres plasmados en iconos: azul (gaviota), amarilla (girasol), verde (caravela) y roja (oriente).
La línea azul es útil para aquellos que están recorriendo el centro de la ciudad. Sus estaciones de Santa Apolonia, Baixa-Chiado y Rossio son las de mayor interés para el turista. La estación Baixa-Chiado es muy espectacular con su decoración modernista a base de azulejos. Inaugurada en 1959, la línea circula desde Santa Apolonia hasta Amadora Este, con 14 kilómetros y 17 estaciones.
La más moderna, inaugurada en 1998, es la Linha Oriente (roja) que conecta S. Sebastiao con el aeropuerto, hacia el noroeste de la ciudad. Fue construida para conectar el Parque de las Naciones (espacio donde tuvo lugar la Expo '98) con la ciudad. Esta línea funciona como un conector con las otras, ya que enlaza con la azul, la verde y la amarilla en alguno de sus puntos. Su estación terminal en Oriente es considerada una de las más bellas del metro y además lleva a la moderna terminal de autobuses y trenes de la ciudad, obra del valenciano Santiago Calatrava. Tiene 11,5 kilómetros y 12 estaciones.
Como destacó el premio Nobel de Literatura José Saramago, Lisboa es la ciudad donde acaba el mar y la tierra comienza. La dama de Portugal, cuna de marinos y conquistadores, cantada y contada por decenas de escritores, es una de las ciudades europeas más vistosas y de más carácter y vitalidad. Siempre merece la pena visitarla.