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El bautismo de Vladímir el Grande tuvo lugar en el año 998.

Putin, el nuevo príncipe Vladímir

El presidente de Rusia aprovecha el milenio de la llegada del cristianismo para encabezar la batalla para el "rearme moral" de Occidente

Pedro Ontoso

Miércoles, 5 de agosto 2015, 00:59

La pasada semana el Kremlin conmemoró el milenio de la muerte de Vladímir, el príncipe medieval que introdujo la fe cristiana en el mundo eslavo oriental. Bajo las majestuosas arañas doradas, el negro de los popes ortodoxos todos en primera línea entre 400 invitados destacaba entre las paredes y columnatas blancas de los antiguos salones imperiales. Junto a Kirill, jefe de la jerarquía de la Iglesia ortodoxa rusa, el presidente Putin destacó la importancia de un acontecimiento que dio al pueblo "la fe y la base espiritual" e incrementó "la potencia y la autoridad" de Rusia. Moscú compite con Ucrania para utilizar la figura del príncipe para afirmar las raíces de su propia historia, ahora en plena guerra. Putin, además, se ha apropiado de "la hazaña espiritual" de Vladímir para combatir "la bancarrota moral de Occidente".

El presidente de Rusia pretende librar su propia Guerra Fría, ahora en el terreno de las creencias. Combina la exhición de misiles u ojivas nucleares con los discursos y homilías político-religiosas. Es una lucha ideológica. Y ahí coincide con Kirill, jefe del Patriarcado ruso desde 2009. El 'número uno' de los popes alerta de que se está "desarmando espiritualmente al pueblo" y Putin sale a vender que "el conservadurismo social y religioso es la única forma de evitar que el mundo caiga en una caótica oscuridad". Y ahí está él para el "rearme espiritual" de Europa. De paso, le sirve para justificar los episodios bélicos en Ucrania y, por supuesto, la anexión de Crimea, donde fue bautizado el príncipe Vladímir el Grande.

La decisión de Vladímir (956-1015) de abrazar el cristianismo lo cambió todo. La importancia de aquella elección lo destacó la pasada semana Putin ante la jerarquía ortodoxa: "Sirvió para que Rusia se estableciera como un único país-civilización", valoró. El bautismo tuvo lugar en el año 988. La Crónica de Néstor del siglo XII, la primera crónica rusa, relata que Vladímir se hizo soberano de Kieff y toda Rusia en 980. Ocho años después envió emisarios a los países vecinos para obtener información sobre sus religiones. Los datos recogidos eran muy negativos para los musulmanes y judíos, pero muy favorables para la Iglesia griega de Constantinopla. Los embajadores llegaron encantados de la liturgia greco-bizantina de la Iglesia ortodoxa, que Vladímir ya conocía por los relatos de su abuela, Santa Olga.

Y abrazó el cristianismo. El solemne bautizo tuvo lugar en Quersoneso (la antigua ciudad griega de Korsún), en la siempre disputada Crimea. A su vuelta a Kiev arengó a sus súbditos para que siguieran su camino: hubo un bautizo multitudinario en el río Dniéper, una ruta comercial estratégica que trajo, también, importantes consecuencias políticas y culturales. Las religiosas eran ya evidentes. El paganismo fue cediendo terreno y el cristianismo se extendió por toda la Rus de Kiev. Ahora, Putin intenta sacar partido de la herencia de Vladímir, al que se otorgó el título de 'igual entre los apóstoles'. Primero fue Roma, luego Constantinopla y ahora es el momento de Moscú. El mundo tradicionalista de Rusia es el mejor antídoto contra la corrupción de Occidente, se publicita.

El presidente de Rusia no pierde ocasión para recordar que el príncipe de los príncipes se bautizó en Quersoneso, en la península de Crimea, un enclave estratégico siempre en el ojo del huracán geopolítico. En Crimea, recalca Putin, "casi todo está impregnado de nuestra historia y orgullo comunes". El inquilino del Kremlin recuerda que allí se definió el fundamento común cultural, "como civilización y valores que une a los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia". ¿Se trata de un discurso para justificar cualquier anexión?

La guerra contra Ucrania, que ha coincidido con la celebración de los mil años de la llegada del cristianismo al pueblo eslavo oriental, ha servido para que los dos países reivindiquen la herencia de Vladímir. Tras la anexión de la península de Crimea en 2014, Putin justificó la iniciativa bélica por el presunto vínculo sagrado entre la Rusia de hoy y Crimea porque allí se bautizó el príncipe medieval. El Gobierno de Ucrania esgrime el mismo argumento para defender su propiedad porque en aquella época la capital de la Rus era Kiev, antes de la invasión de los mongoles. Razones étnico-religiosas para encubrir intereses de poder.

La disputa del príncipe Vladímir como símbolo nacional se ha centrado ahora en la construcción de un conjunto escultórico de 25 metros de altura, que aguarda en un taller de Moscú el lugar idóneo para su emplazamiento mientras se enfría la polémica que ha desatado la utilización de su figura. Junto a los argumentos económicos supone un gasto de unos ocho millones de euros, se cruzan otros que tienen que ver con la manipulación del relato histórico. No pocos ven en esta iniciativa un movimiento para justificar la política de Putin en Ucrania y convertirle en el nuevo apóstol de la cristianización frente al depredador norteamericano que lidera la marcha de Occidente hacia el abismo.

Pero Putin, además, ha hecho suyo el grito de la Iglesia ortodoxa contra la persecución de los cristianos en Oriente, lo que ha sido muy bien valorado por el Vaticano. Gesto por gesto. Roma nunca ha presentado a Putin como un agresor en el conflicto bélico que enfrenta a Rusia con Ucrania. La diplomacia de la Santa Sede es consciente del papel de Moscú en el tablero internacional lo mismo que el de Pekín y tiene una visión de juego muy apreciada por el presidente ruso. La estrategia del Kremlin fue crucial para rebajar la tensión en el conflicto sirio y para alcanzar un acuerdo sobre el programa nuclear iraní también apoyó al Papa Francisco en su denuncia del genocidio armenio frente a Erdogan y el Vaticano siempre ha evitado afirmaciones unilaterales en la "guerra fraticida" entre rusos y ucranianos.

Hilarión Alfeyev, responsable de relaciones externas del patriarcado de Moscú algo así como un ministro de Exteriores ha advertido que las relaciones entre Rusia y Occidente "están yendo a una dirección que puede llevar no a una nueva Guerra Fría, sino a la Tercera Guerra Mundial". El líder religioso, muy duro con la legalización de las uniones homosexuales que se están aprobando en muchos países de Europa, coincide con Putin en su preocupación por la "secularización" en Occidente. Alfeyev considera que se ha producido "una desviación" en la trayectoria de los padres fundadores como el alemán Konrad Adenauer y el francés Frenchman Robert Schumann, que impulsaron una "asociación de países cristianos con raíces cristianas".

En esa tesis, la Iglesia Ortodoxa rusa coincidía con el pontificado de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Pero también ahora existen convergencias entre Bergoglio y Putin, que se han visto ya en dos ocasiones, ambas a iniciativa del presidente ruso. Putin no ha inviado al Papa Francisco a visitar Rusia, entre otras cosas porque es algo que tiene que autorizar el patriarcado. Pero cada vez hay más signos de que pronto se puede producir un encuentro en terreno neutral, por supuesto entre el Pontífice argentino y Kirill, patriarca de Moscú. El obispo de Roma ya ha lanzado un guiño con la oferta de fijar una fecha común para la Pascua entre católicos y ortodoxos. La reunión entre Juan Pablo II y Alexis II, prevista para 1997, nunca llegó a celebrarse. Se canceló en el último minuto después de que había sido preparada durante veinte años. ¿Un encuentro entre Francisco y Kirill con Putin como maestro de ceremonias? El nuevo zar acaricia una nueva victoria.

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