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Pedro Ontoso
Miércoles, 11 de marzo 2015, 00:16
"Para mantener viva la memoria de Lino, lo mejor es que la gente que le conoció escriba sobre él". El periodista y catedrático Juan Cantavellla, antiguo alumno de la Residencia Azorín de Madrid y exdirector del diario 'Menorca', lanzaba esa propuesta en el momento en que se conoció el fallecimiento, a los 65 años, de Lino Mondragón, compañero de este periódico tras haber trabajado primero como delegado en la edición de Eibar y luego en la Redacción de Vitoria. Azorín era una casa de la zona de Chamartín, dirigida por el sacerdote vasco Manuel de Unciti, por la que han pasado decenas de periodistas. El humanismo cristiano ha sido su seña de identidad, pero por ella también han pasado profesionales de otros ámbitos, comprometidos siempre con los valores humanos, sin etiquetas religiosas o ideológicas. Aquella ética civil que caracterizaba a Lino, creo que estaba muy en línea con el Evangelio que defendía Unciti en el viejo caserón de Rosa Jardón, 4.
Lino Mondragón desembarcó en el Madrid del 66 en vísperas del Mayo francés, muy lejos de los adoquines de París, pero cuando la agitación universitaria inquietaba al tardofranquismo. Todavía no existía la Facultad de Ciencias de la Información y los estudios de Periodismo y Publicidad se ubicaban en la Escuela de Capitán Haya, y los de Cine y Televisión se seguían en la Escuela Oficial de Dehesa de la Villa, junto a unos pinares en los que se refugiaba el escuadrón de caballería de los 'grises' en aquellas frías mañanas de febrero en las que el aire que bajaba de Guadarrama te helaba hasta el alma. Entonces, las carreras de Periodismo y Cine pasaban, casi en exclusiva por Madrid, por lo que la Residencia Azorín era un hervidero de jóvenes impetuosos de todos los rincones de España.
"Lino era de Eibar, hijo de una viuda y tenía dos hermanos, uno de ellos de pocos años. Llegó en el curso 1966-67 y residió en Azorín otros tres cursos más", recuerda ahora Fernando Granda, que luego se marchó a compartir un piso de estudiantes con el propio Lino y con Javier Aguiresarobe (un 'ferrari' de la fotografía cinematográfica) e Imanol Uribe (cineasta, director de 'La muerte de Mikel'). Estos dos últimos también son guipuzcoanos el segundo de adopción tras haber nacido en San Salvador así es que formaban un grupo muy compacto en el que compartían muchas ilusiones comunes. Las calles de Euskadi también estaban entonces presas de reivindicación. Lino era un gran tertuliano que entraba a todo.
"Lino Mondragón, sin desmerecer a nadie, fue uno de los personajes más ilustres de la Residencia. Con su gran capacidad dialéctica, era gran animador de las conversaciones en la mesa del comedor y en las largas y vivas tertulias que seguían, especialmente por la noche. Aún conservo un libro que me legó, con su correspondiente dedicatoria, después de salir de Carabanchel", recuerda Tomás Fernández, artífice del nacimiento de los medios de comunicación de la Xunta.
Preso en Carabanchel
"Recuerdo muy bien al Lino de aquellos años, todavía soltero, siempre inquieto y sumergido en incisivas tertulias", escribe Carlos Veira, responsable en su día de la sección de Enseñanza en el periódico 'Ya' de la dictadura, cuando había que sortear con habilidad y oficio algunas normas, y autor del libro 'La Prensa en la escuela'. "Pero, en estos momentos, tal vez procedan también, en medio del dolor de la separación, algunas sonrisas que trae el recuerdo", añade. Y prosigue: "Por ejemplo, el día que vino La Social a registrar la residencia. No sé por qué (tal vez por edad), en ausencia del cura Manolo, me tocaba estar al frente. Quise salir al jardín por la cocina para hacer callar a 'Figaro' que no paraba de ladrar y un agente me paró diciendo: 'Ni se le ocurra, hay compañeros armados'. El caso es que husmearon lo que quisieron en la habitación de Lino, arriba, en el segundo, una que tenía una especie de garito. Al terminar, bajando por la escalera, uno de los polis preguntó a los 'registradores': 'qué ¿había algo?'. El aludido contestó: 'Sólo libros de toros'. ¡Se refería a libros editados por Ruedo Ibérico!
Editions Ruedo Ibérico se fundó en 1961 en París de la mano de cinco refugiados españoles con distintas ideologías para combatir "las intoxicaciones y la propaganda" del franquismo. Sus publicaciones circulaban de manera clandestina por España.
Tomás Fernández corrobora aquel episodio. "Recuerdo el registro policial de su habitación. Él estaba de viaje aquel fin de semana, creo que en Zaragoza. Manolo se encontraba también ausente. Me tocó firmar como testigo de lo que se llevaban. Al marcharse los policías, varios de los que habíamos presenciado el registro fuimos a comprobar si le habían requisado los ejemplares de 'Ruedo Ibérico' que tenía en aquel habitáculo a ras de suelo que había en su habitación y que humorísticamente era conocido como 'el zulo de Lino'".
Al marchar, los policías dejaron el aviso de que Lino pasara por 'la DGS' (la Dirección General de Seguridad, en Sol) "para recoger sus pertenencias". "Allá fue él al lunes siguiente, temeroso de que podría entrar, pero no salir. Y así fue. En Carabanchel pudo estar un par de meses largos 'a disposición de...', sin que le formularan cargo alguno ni antes ni después. Manolo iba a verle a la cárcel para llevarle algún libro, algún pequeño paquete de comida y aseo, a darle ánimos y a interesarse por su suerte. Para tales ocasiones Manolo se revestía de la sotana reglamentaria. Y un buen día, Lino se presentó sin esperarlo de vuelta en la Residencia. Con su ánimo de siempre, sin una palabra amarga, con su inagotable capacidad para el debate. Y volvió a los cigarros puros que tanto le gustaban; al café y las maquinitas de la noche en el bar próximo, mientras 'Fígaro', el perro pastor de la residencia, se desfogaba corriendo por aquellas calles entonces solitarias a tales horas".
Carlos Veira, recién jubilado tras muchos años en la comunicación de la Delegación del Gobierno en A Coruña, sigue recordando: "Cuando se llevaron a Lino a Carabanchel, una mañana vimos a Lina ¿Os acordáis de aquella aguerrida asturiana?, vestida con sus mejores galas, entre ellas un abrigo minifaldero de piel blanca, con mucho pelo. Tal parecía que iba a ligar en una esquina. '¿A dónde va?' 'A ver cómo tratan a mi niño se sentía protectora de Lino en la cárcel'. '¿Así vestida?'. 'Por si hay que camelar al guardia' ...Por si no lo recordáis, Lina aterrizó a servir en la 'resi' porque quería sacar el carné de conducir camiones y su padre, un agricultor asturiano acomodado, se lo prohibió. Así que se largó de casa y vino a la capital a realizar sus proyectos por su cuenta. La vez que iba a venir Fraga a cenar, Lina fue con el cura a El Corte Inglés a comprar un uniforme decente para servir la mesa. El cura vino colorado y contó que Lina, desde el vestuario, le gritaba (era su tono natural de voz): "Padre, venga a ver si estos me quedan bien".
Un devorador de libros
El periodista Eloy García, un berciano veterano de mil batallas y apasionado de las novelas de Ramiro Pinilla, coordina ahora un libro en el que se recoge la historia de la Residencia Azorín, del sacerdote Manuel de Unciti y de las personas que por allí pasamos. Yo aterricé en el 73 con gente como Manu Mediavilla (Portugalete), Kepa Bordegaray (Galdakao) o Juan Carlos Urrutxurtu 'Urru', ese magnífico periodista de Basauri de cuyo fallecimiento se cumplen el próximo sábado cuatro años. En la época de Lino Mondragón había nombres como Juan Luis Manfredi, Fernando Granda, Jordi Casasempere, Homero Valencia, Manuel Antonio Rico, Alfonso Piñeiro, Francisco Giménez Alemán, Berardo Díaz Nosty, Juan Caño o Max Ebstein. Luego llegarían otros ilustres como José Ramón Anda Goikoetxea, 'el Baki', llamado así porque el futuro escultor amigo de Oteiza había nacido en la localidad navarra de Bakaiku.
Lino Mondragón también era un lector empedernido e inagotable. Era un devorador de títulos. En aquella época madrileña, el templo de los grandes aficionados a la lectura era la Cuesta de Moyano, donde nos pasábamos mañanas enteras los fines de semana, buscando entre los libros 'de viejo'. Lino también acudía a la calle de Claudio Moyano, impulsor de la Ley de Instrucción Pública de 1855, que ayudó a mucha gente a no vivir a oscuras. Junto a la verja del Jardín Botánico se sucedían las casetas que contenían aquellos tesoros que había que descubrir, aquellos libros que había que rescatar, como pedía el escritor costumbrista Gutiérrez Solana en 1923. La Cuesta acaba ahora junto a una estatua de Pío Baroja él y Azorín eran habituales en la Cuesta un escritor que siempre estuvo en la nómina de Lino Mondragón. La estatua del autor de 'Las inquietudes de Shanti Andía', con su boina y su inseparable bufanda, la inauguró Enrique Tierno Galván, el viejo profesor, ateo por la gracia de Dios.
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