Los Sanfermines de Bilbao
En Pamplona se lanza el chupinazo desde 1901. En Bilbao también. Solo que aquí son dos. Viene bien recordarlo ahora que la vieja y hermosa ... Iruña es la capital jatorra del planeta. Para entenderlo viajaremos hasta ese año. Los pamplonicas arrancaban sus fiestas con un sobrio chupinazo, a cargo de un empleado del ayuntamiento y desde la Plaza del Castillo. Pero, dada la cantidad de gente que acudía, decidieron darle más pompa. Eligieron para ello a alguien con peso social. Y llegado 1940 lo trasladaron al consistorio. Allí sigue. En Bilbao ha sido menos movido, pero también arrancaba en 1901. Para hablar de ello me he puesto el pañuelo rojo emocional con Marino Montero, que tiene parte en este asunto, y con Amaia y Gaizka, hijos del mítico e irrepetible Iñaki Aseguinolaza y propietarios del Café Iruña.
Un templo hostelero que acaba de cumplir 120 años. Pero viajemos tres años atrás. A los inicios del siglo XX. Estamos en el Café Boulevard. Es 6 de julio de 1901. La orquestina interpreta melodías de todo tipo. Pero uno de sus componentes, el violinista Ustarroz, está inquieto. Es navarro. Así que se arranca con piezas navarras y jotas populares. Desde ese día se celebran los Sanfermines en Bilbao. Ayudó a mantener esta tradición Severo Unzue, padre de nuestro Café Iruña.
Como es sabido su apertura tuvo lugar el 7 de julio de 1903. Don Severo organizó para ello un solemne chupinazo que servía para inaugurar el negocio y, a la vez, honrar a San Fermín. Lo hizo desde el balcón de su casa, situada encima del local. Siendo uno de los fundadores del Hogar Navarro en Bilbao, convirtió el Iruña en su sede.
El acto no se limitaba a ese cohete y la algarabía. Celebraban una solemne procesión hasta la cercana iglesia de San Vicente, portando el santo. Y así fue hasta que, tras la Guerra Civil, Severo moría. El Hogar Navarro pasó a la Plaza Nueva, donde hoy sigue, y el chupinazo fue aparcado. Décadas después llegaba Iñaki Aseguinolaza con sus ganas de revolucionar la hostelería bilbaína. Toda idea creativa le parecía merecedora de oportunidad. Una tarde Marino Montero le propone recuperar el chupinazo de San Fermín. Y le encanta.
Retomar la tradición
En 1987 se convierte en realidad. Así regresaba el legendario acto desde el Café Iruña. El encargado de encender la mecha era Jaime, hijo de Severo. Lo hizo hasta su muerte, que le sobrevino ya nonagenario. El primer año se celebró a lo grande. Hubo hasta deporte rural en la Plaza del Ensanche, patrocinado por Pacharán Zoco, y jotas en el local.
Dado que el Hogar Navarro mantenía su chupinazo, por lo de hermanar sentimientos, les invitaban a un piscolabis con productos del viejo reino. Ya ven que en Bilbao somos singulares hasta en adoptar lo ajeno. Para comprobar la seriedad con la que nos tomamos el asunto, basta con contemplar la fotografía que nos proporcionan Amaia y Gaizka Aseguinolaza.
Se trata de uno de los chupinazos lanzados, sobre los toldos del Iruña, desde el balcón de casa de los Unzue. Lo único que cambió fue la fecha. Del 7 lo pasaron al 6. La hora no varió. A las 12 en punto un cohete asciende al cielo de Bilbao, mientras otro hace lo propio en Iruña. De esa forma los 154 kilómetros que separan ambos puntos desaparecen en una explosión que carga tanta alegría como historias. Porque ese sonido nos recuerda que nada puede contra el espíritu festivo.
Los Sanfermines vivieron tiempos inciertos, como sucedió tras la tercera Guerra Carlista cuando pensaron en eliminar sus encierros. La hambruna era total, pero el pueblo se negó a perder la tradición. O no hace tanto, al ser suspendidos por la maldita pandemia. Bien lo saben en el renovado Café Iruña, que volvió a subir la persianas tras ella. No ha sido fácil. Pero ahí están. Dispuestos a convertir ese rincón de Bilbao en una pequeña Pamplona.
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