Ver fotos
«El racismo no nos deja respirar»
Buscar un trabajo, comprar un piso o caminar por la calle se convierte en una barrera diaria para la comunidad negra. «Somos el último escalafón», denuncian
El grito aún retumba en sus cabezas y se mantiene latente en el barrio bilbaíno de San Francisco, en el corazón de la comunidad negra. « ... I can't breathe!» (¡No puedo respirar!). Era la súplica de George Floyd por tratar de esquivar a la muerte a manos de un policía de Minneapolis. Pero es también el episodio -el último de una larga lista- que ha puesto en pie de guerra a este colectivo. «Estamos hartos del racismo que aún vivimos y que no nos permite respirar», denuncian.
Sí, aquí también. Porque esta exclusión no solo se produce únicamente en Estados Unidos. Sin cruzar el charco, basta con recorrer las calles o viajar en el transporte público para ser testigo de ello. Nombres y apellidos, como los de Sitapha Savané, Suzy Ndjom y Marra Ngom, portavoces de la plataforma de la Comunidad Negra, Africana y Afrodescendiente en Bizkaia, que esconden innumerables historias de discriminación. «Los asesinatos llaman más la atención, pero no se ve ese otro racismo, el social e institucional», comenta Ndjom, que llegó hace una década de Camerún.
Noticia Relacionada
Senegal y Nigeria, origen más común de la comunidad negra
«Nos reducen a todos a inmigrantes que han venido en patera, y no es así», incide Marra Ngom. Hace 14 años que el avión que le trajo desde Senegal aterrizó en Bilbao. Empezaba una nueva vida para él, no sin dificultades. «Todo son trabas. El bienestar social se olvida de nosotros, somos el último escalafón, el primero en quedarse pobre». En muchas ocasiones incluso les cuestionan sus capacidades, algo que les impide integrarse a la sociedad. «Tenía conocimientos de ofimática. Decidí compartirlo de manera voluntaria con otros y gracias a ello ahora tengo trabajo». Les demostró su valía.
Pero en la calle de nada le sirve su puesto de trabajo, todos forman parte de «un saco» que es rechazado por el resto. «Cuando me siento en el metro la gente se levanta y se va. Y cuando voy por la calle muchos cambian de acera. Ya no me afecta la estupidez del resto, me protege mi coraza». Ese escudo es el que también defiende a Ndjom. «Es común que al ir por la calle, solo por ser negra, te pregunten cuánto cobras. También se lo dicen a niñas de 15 años». Los actos se convierten en gestos. Ojos que hablan sin soltar palabra. «Sufrimos a menudo miradas de desprecio en la calle, nos miran solo la piel».
«No fue una protesta de negros contra blancos, sino de una sociedad contra el racismo»
concentración del domingo
De manera que el mapa sobre el que africanos y africano-descendientes levantan su nueva vida se reduce, en ocasiones, a las calles de San Francisco y Cortes. Como si de una burbuja se tratase, concentra en el interior diferentes idiomas, orígenes e incluso religiones. Una ventana transformada desde hace tiempo en vía de escape para esta comunidad. Una nueva casa en la que, como en cualquier otro rincón de la ciudad, los amigos se reúnen en la plaza y familias se 'desconfinan' para dar un paseo.
En ellas también nacen nuevos negocios que pelean por superar la crisis de la pandemia, como los de Betto Ribeiro, Nicolás Ngalle o Rodrigo Adri. Es la segunda barrera que han tenido que salvar. «Es muy difícil que te contraten por ser negro en otros negocios, no te queda otra que levantar tu propio local», lamentan los encargados de arrojar vida a esta zona con un bar, una tienda de segunda mano y una peluquería.
Estafas laborales
Si no pueden montar su propio negocio y, cuando con suerte, alguno de ellos es contratado, a veces detrás de la ilusión se esconde el engaño. «Yo trabajé tres meses sin sueldo, con la esperanza de que algún día me iban a pagar», recuerda Ndjom. Nunca lo hicieron. Fue el principio de un difícil camino que arrancó hace una década. Una constante pelea contra la segregación que se toparía en la calle a cada paso. Una discriminación que se coló de lleno en su casa. «Mi marido, que es blanco, concretó la cita con un arrendador y cuando fui yo a firmar el contrato las condiciones pactadas cambiaron, se convirtieron en más severas», censura.
«Es común que solo por ser negra te pregunten cuánto cobras, hasta a niñas de 15 años»
en la calle
Un café. Una camiseta. Un corte de pelo. Un paseo por la calle. Algo tan cotidiano que también entiende de razas. «¿Los blancos no entran a mi bar porque soy negro?», se cuestiona Nicolás Ngalle. Las preguntas se repiten en sus cabezas. «¿Cuántas veces te han parado a ti en la calle para pedirte la documentación? A mí diez veces en los dos últimos años, sin motivo, porque luego te dejan ir», comparte Betto Ribeiro. Esos episodios ahora cobran vida en sus canciones, a través del hip-hop. «Hablo sobre la diversidad para erradicar el racismo».
¿Y cómo lograrlo? Sitapha Savané, de Senegal, fija el cambio en tres pasos. «Primero haría falta una toma de conciencia del racismo que existe. Luego introducir la igualdad en la educación, presentar también referentes negros. Y con eso, conseguir cambiar la leyes, que no miren hacia otro lado con las injusticias». Cree que en la movilización del domingo se empezó a dar pasos en ese camino. Frente al Palacio de Justicia, un escenario alegórico, justo lo que reivindican, cientos de personas se concentraron para «rebelarse contra estas injusticias» que padecen. «No fue una protesta de negros contra blancos, sino de una sociedad que se posicionó en contra del racismo. Sientes rabia e impotencia al recordar casos como el de Floyd», confiesa. Una ola que ha recorrido el mundo estos días.
Al detalle
-
Comunidad pequeña. El colectivo de raza negra ronda las 7.000 personas en Bizkaia, sobre una población extranjera que suma más de 119.000 en todo el territorio.
-
Procedencia. Principalmente son originarios de Senegal, Nigeria, Guinea Ecuatorial, Ghana, Mali y Camerún.
-
Vínculos. En un alto porcentaje de casos llegan después de contactar con familiares, amigos o miembros de su misma comunidad ya asentados.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión