La página web de Eusko Alkartasuna advierte, en su agenda, de que «no hay eventos programados». Seguramente se trata de una falla de mantenimiento. Pero ... sugiere una metáfora sobre lo que le ocurre a un partido que, en la víspera de su XI congreso extraordinario, soslaya su celebración. No lo deben estar pasando bien las gentes de EA, entre su dilución inevitable en las aguas de EH Bildu y su deseo de salir a flote con el mínimo esfuerzo. La última vez que Eusko Alkartasuna se presentó con lista propia a unas elecciones fue a las autonómicas de 2009, cuando ya había optado por dejar atrás su reencuentro con el PNV para ensayar la conformación de una mayoría independentista arrimándose a la izquierda abertzale. Para ser partícipe activa en la construcción de la primera fuerza capaz de tomarle la delantera al nacionalismo jeltzale, como si así pudiera reverdecer la escisión de 1986 de manera exitosa.
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Hoy resulta inimaginable que EA se decida a concurrir a los próximos comicios -locales y forales- con lista aparte. Rehusó intentar federarse con el PNV -al modo de Unió Democrática con CDC- también porque los de Sabin Etxea se las traían. Y se dio a la aventura con los herederos de Herri Batasuna en pos de conformar una alianza plural y ganadora. No ocurrió así. Ni logró el sorpasso respecto al partido de Urkullu y Ortuzar, ni consiguió que sus integrantes se sintieran cómodos en el universo de la izquierda abertzale. Ni siquiera la renuncia a la violencia por parte de ETA y sus anuncios de desarme podían contentar a quienes hoy aparecen como críticos pero que representan el alma histórica de Eusko Alkartasuna. La autodefinición de «socialdemocracia avanzada» no sirve para nada cuando el socio dominante se debate entre la resolución de los «problemas derivados del conflicto armado» y la contención de Podemos.
En 2008 EA resolvió cortar con el PNV ante «la falta de voluntad de este partido de avanzar con decisión en un proceso de reconocimiento de nuestros derechos nacionales». Nueve años más tarde se enfrenta a la encrucijada de optar entre la integración individualizada de su afiliación en la refundación de EH Bildu como partido, o en prepararse para hacer lo propio ante las horcas caudinas del PNV cuando ello sea posible.
Eusko Alkartasuna ha sido, hasta la fecha, un verdadero prodigio político. Una formación que nació del poder y que ha demostrado un especial instinto para aferrarse a él. Todas las personas que han representado públicamente sus siglas han demostrado una extraordinaria habilidad para nadar y guardar la ropa, evitando adentrarse en mar abierta. La épica de su aventura es pura fabulación. De ahí que mañana, en el XI congreso, Eusko Alkartasuna se debata entre someterse al futuro que le dicta la izquierda abertzale o mantenerse a la distancia suficiente como para operar por libre. Para regresar a las puertas de Sabin Etxea a las primeras de cambio.
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Es éste un retrato crudo, hasta desalmado, de lo que pasa en un partido cuya supervivencia está en riesgo. Aunque probablemente la descripción no se aleje tanto de la realidad. La mera pretensión oficial de erigirse en la referencia de «centro-izquierda» en el seno de EH Bildu desborda los límites del voluntarismo. Pero tampoco le va a la zaga la propuesta crítica de preservar la pluralidad en EH Bildu para verlas venir.
La mayor equivocación que los delegados de Eusko Alkartasuna podrían cometer en su congreso sería transferir a la izquierda abertzale las culpas de su desazón, implorando a los herederos de Herri Batasuna más margen de actuación propia. Porque el problema de EA no está ahí, sino en su obstinada perpetuación a la búsqueda de algún sol que continúe calentando su pervivencia, aunque sea un poco. Entre las opciones que se debatan en el XI congreso de EA debiera estar su autodisolución. Ningún partido político puede tenerse como tal en una sociedad democrática si elude concurrir por sí mismo a las elecciones, especialmente en un panorama tan segmentado. O Eusko Alkartasuna decide diluir su «militancia individual» en EH Bildu, o se pone en contacto con el PNV. O se divide en dos para hacer lo uno y lo otro.
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