La expresión nos es conocida de las guerras: un ataque militar ha tenido efectos colaterales, es decir, no solo ha conseguido lo que se proponía, ... sino que ha producido efectos imprevistos, incluso contrarios o contraproducentes a la intención que guiaba la acción. Del mundo de las medicinas conocemos la expresión de los efectos secundarios, es decir, que una medicina consigue lo que el fabricante se propone y el médico que la receta espera, pero puede tener también efectos secundarios indeseados sobre los que hay que advertir.
Publicidad
Pero cuando se trata del mundo de la política, de la ciencia o de la tecnología parece que nos olvidamos de lo que sabemos de esos otros mundos: todas las acciones humanas producen efectos secundarios o colaterales, normalmente no previstos, consecuencias que se desconocen hasta que se agravan por sí mismas, y cuya responsabilidad normalmente nadie quiere asumir, recurriendo a la expresión de «yo no lo podía saber», o a la explicación aún peor de «lo hice con la mejor intención», olvidando que el juicio sobre el resultado de los actos políticos no es un juicio sobre la intenciones -Max Weber-, sino sobre los efectos de las acciones, una valoración de la responsabilidad política y no una ideología de la efectividad aplicada a la política.
Estamos asistiendo en la sociedad vasca a una valoración exultante del pacto entre el PNV y el PP que gobierna en Madrid en torno al Cupo, como cabía esperar: nos ha tocado la lotería por las cifras que escuchamos. Y en esa valoración exclusivamente laudatoria, las consecuencias que nos imaginamos que acompañarán a esa lluvia de miles de millones de euros pueden ser solo positivas e inmmejorables: grandes infraestructuras, energía más barata, mejores condiciones de producción industrial, más inversiones, más riqueza, más bienestar. Y todo ello, como dijo el portavoz del PNV en el Congreso, sin quitar nada a nadie -parece un nuevo teorema matemático, la cuadratura del círculo-.
A pesar del contexto laudatorio me atrevo a plantear algunos posibles efectos colaterales del acuerdo que tan calurosamente estamos celebrando. En primer lugar: aunque muchos nacionalistas sientan vibrar su corazón de forma algo acelerada por lo conseguido, entendiendo que es un paso más para reducir la dependencia de España, se podría plantear la pregunta de si este sistema de funcionamiento no nos ata más al Estado. Si lo conseguido incrementa la diferencia entre nuestra mayor riqueza sobre la media española y nuestro mucho mayor gasto público por habitante, si se acrecienta la realidad de que el gasto público del que disponemos no es producto solo de nuestro trabajo, esto puede ahondar la dependencia respecto a la fuente de esa sobrefinanciación, el Estado, el resto de los ciudadanos españoles. Cortar esa relación podría ser un acto de suicidio colectivo, al menos un acto de aventurerismo político peligroso.
Publicidad
En segundo lugar: por mucho que se empeñen otros partidos vascos, estoy convencido de que la percepción social es que es el PNV el que consigue esta sobrefinanciación de Madrid. El Concierto es del PNV, como lo es el Estatuto del que tanto reniega a veces, el Cupo es del PNV y todo este dineral lo tenemos gracias al PNV -aunque exista una percepción latente de que en la ecuación en algún momento hay que incluir la X que se describe con el término Madrid.
Pero lo que la ciudadanía vasca ve en esto, en su gran mayoría, es el dinero, los miles de millones de euros, el efecto en el bienestar propio, lo que nos permite seguir afirmando que superamos la media española en gasto educativo, en gasto sanitario, en gasto social, en gasto en dependencia, en inversión en I+D+I y en cualquier parámetro que se proponga. Y pudiera ser que esa ciudadanía no está dispuesta a ver el paso que ven los nacionalistas, no está dispuesta a transformarse en ciudadanía activamente nacionalista buscando la ruptura, aunque sea a medias y disimuladamente por medio de la confederación, con el Estado. El dinero que supone la sobrefinanciación puede que haga de la sociedad vasca mucho más cauta con cualquier aventura política, como si se dijera a sí misma: sobrefinanciación sí, pero sin hipotecas nacionalistas.
Publicidad
Un tercer efecto colateral tiene que ver con la mentalidad que desarrollan los colectivos que se acostumbran a vivir no solo de sus propios esfuerzos, sino de lo que consiguen por negociación, por tácticas políticas, usando inteligentemente los votos y la debilidad del interlocutor: todo es demasiado fácil, siempre hay dinero disponible, sensación de superioridad sobre el entorno, la costumbre de vivir por encima de las propias posibilidades. En ese contexto mental y cultural ni la innovación ni la creatividad, tan conjuradas por nuestros líderes políticos pueden desarrollarse, pueden germinar, pueden respirar. Y es curioso observar que la sobrefinanciación no parece tener como consecuencia una mejora cualitativa de los resultados escolares, ni contar con una universidad pública puntera en España, ni con hospitales que se encuentren entre los mejores de España.
Un cuarto y último efecto colateral. Nagua Alba, secretaria general de Podemos Euskadi, y Rosa Martínez, coordinadora portavoz de Equo y diputada de Unidos Podemos, critican al PNV por haber sometido a negociación lo que corresponde a Euskadi por derecho. Este efecto colateral es tremendo: desde la izquierda radical se afirma que existe un derecho a la desigualdad, que los ricos lo son por derecho y que, además de serlo por derecho, el Estado, en lugar de quitarles vía impuestos para redistribuirlo hacia los más desfavorecidos, lo que debe hacer es darles más vía subvenciones para que tengan mejores casas, mejores piscinas, mejores coches -mejores infraestructuras-, para que tengan mejor asistencia sanitaria y educativa. Redistribución a la inversa.
Publicidad
Si en lugar de territorios pensamos en grupos sociales, vuelve el Antiguo Régimen de la mano de Podemos. Hamaika ikusteko jaioak gaituk: ¡Lo que hay que ver!
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión