Abandonar de una vez la ficción
La teatralidad de que está rodeándose el desarme de ETA trae causa de aquella consentida ficción de bilateralidad que se escenificó ante el palacio de Aiete
José Luis Zubizarreta
Domingo, 26 de marzo 2017, 01:27
Cuando, solo dos días después de que se lo solicitara la Conferencia de Aiete, ETA hizo público, el 20 de octubre de 2011, «el cese ... definitivo de su actividad armada», hasta los más ingenuos pensaron que aquella reunión de notables se había montado con el único propósito de dar apariencia de dignidad y grandeza a lo que no era sino una patética rendición. Tanto los protagonistas del evento como los que los arroparon hicieron pasar por honroso y generoso desistimiento lo que no era en realidad sino forzado abandono de una estrategia militar que se había hecho inviable para quienes la promovían y nociva para quienes hasta hacía poco la habían apoyado. Solo el alivio que supuso para todos el final del terrorismo hizo que esa ficción cuidadosamente escenificada fuera tolerada y no denunciada, como habría correspondido, por las perniciosas consecuencias que tendría en el futuro.
Y es que aquella apariencia de realidad, aquella ficción consentida, no era en absoluto inocua. Escondía, más bien, el germen de la confusión que ha rodeado desde entonces lo que ha venido en llamarse «el final ordenado de la violencia». Ha ocurrido, en efecto, que aquella «inocente» transmutación de rendición en desistimiento creó en ETA y su entorno, así como en otros sectores de la sociedad vasca, expectativas de bilateralidad para lo que estaba condenado a no dejar nunca de ser unilateral. Y no sin fundamento. Porque a la solicitud de «cese definitivo» que a la banda se le cursó en la Declaración de Aiete la acompañaba otra dirigida a los Gobiernos español y francés al objeto de que abrieran conversaciones con ella para resolver «las consecuencias del conflicto». Tan tentador era este segundo llamamiento, que ETA no lo pasó por alto, sino que se apresuró a incluirlo en su comunicado de respuesta.
A partir de ese planteamiento, todo ha sido una secuencia de malentendidos en un proceso en que ficción y realidad no han podido nunca encontrarse. Allá se fueron, por ejemplo, a Noruega, una vez abandonada la violencia, tres representantes de ETA con la esperanza de encontrarse con otros del Gobierno español, que, por supuesto, nunca llegarían. Y así se ha entablado también un frustrante diálogo de sordos entre quienes esperan un movimiento del otro para realizar en respuesta el suyo propio. Se ha creado de este modo en la sociedad vasca la sensación, alimentada, sobre todo, por la izquierda abertzale, de que el proceso no avanza porque una de las partes así las denominan para destacar las ideas de bilateralidad y conflicto se ha encerrado en el inmovilismo. La ficción que se creó en Aiete lucha así por hacerse realidad.
Y el empeño continúa. Porque no otra cosa que repetición de aquella originaria ficción es lo que está hoy montándose, casi seis años después, en torno a la entrega de las armas. Para empezar, en el momento en que se escriben estas líneas, ETA no ha dicho ni palabra al respecto. Ni en comparecencia encapuchada ni vía comunicado. Todo se basa en la declaración que un miembro de los autodenominados «artesanos de la paz» hizo al rotativo francés 'Le Monde' y que fue de inmediato amplificada por el propio lehendakari Urkullu en una solemne comparecencia televisiva, dando así origen a esa «sobreexposición mediática» que ahora se pretende conjurar. Vendrían luego a sumarse alguna entrevista institucional y la resolución pactada entre el PNV y el PSE que dará al asunto solemnidad parlamentaria. Y, en el fondo de todo, los consabidos llamamientos, hechos como desde una posición de neutralidad, a los Estados español y francés para que procedan con la debida «altura de miras» en este proceso.
Malo es que se rodee de solemnidad un acto que debería hacerse con absoluta normalidad. Pero tolerable quizá. Al fin y al cabo, el desarme era necesario y en tal medida merecía valorarse. «Nos parece bien», repite incluso el presidente del Gobierno español en sintonía con el primer ministro francés. Lo realmente preocupante es que la eventual intervención pública de las instituciones vascas en un proceso en que su presencia es del todo superflua vuelva a alimentar, si se produce, la ficción y con ella el relato de una bilateralidad y de un conflicto que nada tiene que ver con la realidad. Porque es ya hora de volver de una vez a esta y abandonar para siempre aquella.
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