Si alguna conclusión puede ir sacándose del diligente arranque de la undécima legislatura es que, en el reparto de papeles para el primer acto, al ... PP le ha tocado ejercer de férrea oposición al PNV. De llanero solitario. La de opositor es una tarea la mayor parte de las veces ingrata, salvo que uno sea el líder del tinglado. De lo contrario, en la oposición hace mucho frío, y más si uno es la cuarta o quinta fuerza del hemiciclo. Entonces, eso ya es Siberia. Lo tienen claro los socialistas, que ya apelaron a ese pragmático argumento para posicionarse, por abrumadora mayoría, a favor de entrar a formar parte de un gobierno de coalición con el PNV. Difícil rentabilizar el control al Gobierno con nueve escaños y otras dos fuerzas de izquierda por delante.
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Lo mismo le sucede al PP, quinto grupo parlamentario, a quien al menos le queda el consuelo de poder presentarse como el «único referente constitucional» de la Cámara de Vitoria. La Carta Magna, con todo, es un asidero más bien precario para construir el relato político de toda una legislatura: cuatro años, 48 meses. Demasiado tiempo para representar el rol del resistente sin ofrecer nada más que la españolidad de Euskadi, bien recibida por su fiel base pero ineficaz para crecer frente a un PNV que ya no es el de Ibarretxe. La apelación al juramento constitucional fue un truco efectivo para la sesión constitutiva, pero no da mucho más de sí. El PP vasco es perfectamente consciente de ello. Por eso Antonio Basagoiti emprendió en su día un laborioso viaje al centro pactista desde el territorio resistente donde ETA colocó a los populares. Y a los socialistas. A los que, como bien dice Jesús Eguiguren, nadie se ha molestado en dar ni las gracias.
Y por eso el PP ha tendido la mano al PNV y a Urkullu desde que Alfonso Alonso tomó las riendas, aunque haya sido predicar en el desierto. Por falta de ganas, seguramente mutuas, no se ha avanzado nada en el deshielo de unas relaciones, más que tensas, inexistentes. El PP quiere reivindicarse como una fuerza útil, pero el problema, y la paradoja, es que el PNV prefiere pactar con otras siglas mejor vistas por su parroquia. Gobernar con el PSE y acuerdos puntuales con la izquierda abertzale para sacar los Presupuestos e insistir en el marchamo social. El PP no interesa porque además puede exigir contrapartidas engorrosas en Madrid. Las tornas solo cambiarían si el PNV fuera vitalmente necesario para Rajoy en el Congreso, pero, con los números actuales, el PSOE tendría que entrar en la ecuación. Y no está el horno para bollos. No lo tendrán nada fácil los populares, que deberán afrontar el congreso pendiente en cuanto el PP nacional culmine el suyo y sobreponerse al vértigo constante de una posible llamada a su líder para desempeñar más altas responsabilidades. Si no es en el Gobierno, que no será, tal vez en el partido.
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