Las ambiciones de Ada Colau
El nuevo partido de la alcaldesa de Barcelona pone en guardia a la Cataluña política. ¿Piensa en la Generalitat o en algo más?
Alberto Ayala
Sábado, 30 de enero 2016, 20:02
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Alberto Ayala
Sábado, 30 de enero 2016, 20:02
Las elecciones municipales de mayo del pasado año significaron la llegada al poder en las grandes ciudades del país de las plataformas ciudadanas avaladas por ... Podemos. Siete meses después algunos de esos nuevos alcaldes, la madrileña Manuela Carmena o el gaditano Kitxi González son los casos más evidentes, empiezan a dar señales de cierto desgaste. No parece ser el caso de la regidora de Barcelona, Ada Colau. Y no precisamente ni porque haya renunciado a adoptar decisiones altamente polémicas ni porque no haya sido objeto de duras campañas de desprestigio.
Colau llegó a la Alcaldía de la Ciudad Condal desde la portavocía del colectivo antidesahucios Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH). Lo hizo como cabeza de lista de una variopinta coalición de grupos izquierdistas, Barcelona en Comú, que contó con el apoyo de Podemos, Iniciativa per Catalunya (ICV), Equo, Esquerra Unida y Procés Constituient, la organización anticapitalista de la monja Teresa Forcades.
Serra y Maragall
La alcaldesa barcelonesa no ocultó desde el primer minuto que la makila no colmaba sus aspiraciones políticas. Que al igual que anteriores regidores de la Ciudad Condal como Pasqual Maragall, que fue presidente de la Generalitat, o de Narcís Serra, vicepresidente delGobierno de España con Felipe González no descartaba dar el salto en el futuro a otras instancias de poder. Sin prisa pero sin pausa.
Colau quiso tantear su fuerza y la de Pablo Iglesias. Y qué mejor que empezar en las elecciones catalanas del 27-S. La mayor parte de las formaciones que le habían llevado hasta la Alcaldía concurrieron en la plataforma Catalunya Sí que es Pot, que optó por un discurso en favor del derecho a decidir pero un tanto blando para el durísimo fuego que se cruzaron soberanistas y constitucionalistas.
La alcaldesa eludió implicarse en la campaña y dejó solo a Iglesias. ¿Resultado? La coalición que un mes antes de la cita con las urnas aparecía como favorita a la victoria en algunos sondeos apenas pudo ser cuarta con 367.000 votos y sólo 11 de los 130 escaños con que cuenta elParlament.
Y llegaron las generales del 20 de diciembre. Y con ellas la reválida. Los mismos colectivos alumbraron la coalición En Comú Podem. Iglesias intentó invertir el orden de los factores, que fuera Podem En Comú. Fue en vano.
Esta vez sí Ada Colau se volcó en la campaña. El resultado ya lo conocen: primera fuerza política en el Principado con nada menos que 927.940 votos, casi el triple que el 27-S, y 12 de los 47 parlamentarios que Cataluña envía al Congreso. ERC se quedó en 9 y no llegó a los 600.000 sufragios. El PSC obtuvo 8 diputados, los mismos que DIL, la plancha en la que se ocultó Convergència.
Pero la alcaldesa de Barcelona aprovechó los prolegómenos para hacer algo más que campaña. Trabó, parece, una notable amistad política con el veterano nacionalista gallego Xose Manuel Beiras, cuyo partido es uno de los componentes de las Mareas gallegas con las que concurrió Podemos. Pocos descartan que Colau no intente hacer lo propio con Mónica Oltra, la gran líder del socio valenciano de Iglesias, Compromís. Si es que no está ya en ello.
Luces rojas
Con toda esta cosecha en el cesto, la regidora barcelonesa anunciaba esta semana su propósito de convertir la plataforma que le llevó al poder en un nuevo partido político que defenderá una agenda social y el derecho a decidir. Desde entonces están encendidas luces rojas de alerta en los cuarteles generales de Podemos y de las fuerzas de izquierdas catalanas, así como en la Cataluña política en su conjunto.
Si Colau sigue el camino que ha dejado entrever estos meses, Pablo Iglesias ya puede ir eligiendo. O se conforma con que Podemos sea una sigla más, importante pero una más, en la nueva formación de la alcaldesa. O abandona su regazo y juega en solitario a la intemperie.
Podemos no es el único posible damnificado. La formación de la exactivista contra los desahucios aspira a crecer a costa de hacerse con el apoyo de muchos votantes de ERC, PSC, Iniciativa y hasta de la CUP. Ni a ICV ni a las CUP parece importarles demasiado. Los primeros porque ven algo del espíritu del viejo PSUC (comunista) en el proyecto. Los segundos, porque lo importante para ellos no es tener un diputado más o menos, siempre que conserven uno que les sirva de altavoz.
La preocupación es en cambio evidente en Esquerra, porque podría cortarle en seco su crecimiento en el cinturón de Barcelona. Y sobre todo en un PSC en sus horas más bajas cuyo descenso a los infiernos apenas sí ha logrado detener el buen hacer político de su actual primer secretario, Miquel Iceta.
Con el órdago del secesionismo catalán ralentizado pero en todo lo alto la otra gran pregunta que surge es en qué modo puede influir el proyecto Colau. Cuánto voto arrebatará al soberanismo y cuanto al constitucionalismo. Lo único claro es que los apoyos que recabe operarán en favor del derecho a decidir y eso es un material que siempre intenta rentabilizar el soberanismo.
Del municipalismo al Gobierno. Ese parece ser el objetivo de la ambiciosa Ada Colau. Eso sí, si primero aprueba, y a ser posible con nota, el duro examen que tiene por delante como alcaldesa de Barcelona. A qué gobierno aspirará, si al de la Generalitat o a La Moncloa, si primero a uno y luego al otro, es otra de las incógnitas de esta historia con aromas a cuento político de la lechera.
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