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Carles Puigdemont recibe de su predecesor Artur Más la medalla representativa del cargo de presidente de Cataluña.

Periodismo, ¿un buen empleo si se deja a tiempo?

Cada vez más periodistas saltan a la arena política, cumpliendo una máxima de Hemingway y siguiendo el camino de Marx, Hertzl, Churchill, Mussolini...

Javier Muñoz

Domingo, 24 de enero 2016, 01:36

El nuevo presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, fue periodista años atrás, igual que la presidenta de Navarra, Uxue Barkos, y el presidente del Euzkadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar. Son ejemplos de la estrecha relación que existe entre prensa y política, al menos en el ámbito nacionalista. Un maridaje que parece haberse reforzado con Internet, como lo demuestra, ahora en el ámbito de los partidos estatales, la popularidad de los líderes de Podemos y Ciudadanos, Pablo Iglesias y Albert Rivera, respectivamente, que está íntimamente ligada al dominio de lo que denominamos nuevos formatos de comunicación; de esas webs digitales y redes sociales que, por paradójico que parezca, nos retrotraen a la vieja prensa del XIX y comienzos del XX.

Porque en esos tiempos pretéritos el trampolín de los personajes públicos eran unas cabeceras de papel que estaban organizadas de forma parecida a las digitales, con redactores pluriempleados y mal pagados, situados en lo más bajo de la escala laboral; una prensa vociferante y bastante sectaria, sensacionalista en el mejor de los casos, que publicaba ediciones vespertinas y números extra para los grandes acontecimientos; que contrataba a vendedores callejeros para vocear titulares; que exhibía tablones de noticias en el escaparate de las redacciones, a la vista de los viandantes, y que, como ocurre con las webs, actualizaba esas noticias para informar en tiempo real. Una prensa a la que, sobre las ruinas humeantes de la Segunda Guerra Mundial, se culpó de haber puesto su granito de arena en la polarización social y política que condujo a la catástrofe, razón por la cual surgió después el periodismo de las entradillas, de la búsqueda de la imparcialidad, del dato.

De todos modos, las redacciones de aquellos periódicos tenían algo que las diferenciaba de las actuales. Estaban situadas en el centro de las ciudades, abiertas a todo el que quisiera contar una historia de interés para el público. Hoy no es posible, porque los periódicos y los centros urbanos son espacios virtuales, y millones de personas ya se encargan de convertir Internet en una cacofonía de noticias domésticas, opiniones e informaciones no siempre fiables (y también de buenas informaciones, todo hay que decirlo). Pero considerando lo bueno y lo malo, si se mira bien no está ocurriendo nada que no se haya visto antes, si bien a finales del XIX y comienzos del XX, por remontarnos a un periodo en el que la prensa empezó a ser masiva, los corresponsales solían escribir mejor y con más talento, incluso a pesar de las incomodidades del telégrafo y el teléfono.

El joven Winston Churchill no paraba de tuitear, aunque fuera con más de 140 caracteres. Antes y a la vez que político y finalmente primer ministro fue un prolífico reportero de guerra y escritor -y exhibicionista también- que publicaba incesantemente artículos y libros para cuadrar su economía doméstica, que no era boyante.

Unas décadas antes, a mediados del XIX, Karl Marx fue corresponsal en Londres del New York Tribune y firmó artículos de temas sociales y política internacional (el presidente estadounidense John F. Kennedy aseguró que si Marx se hubiera dedicado finalmente al periodismo, el mundo hubiera sido distinto). Más adelante, Theodor Herzl, el fundador del sionismo, fue corresponsal en París de un influyente periódico liberal austrohúngaro (su vida cambió con el escándalo Dreyfus). Y en los años veinte del siglo pasado, Benito Mussolini veló armas en la prensa socialista -dirigió el rotativo Avanti!- antes de liderar el fascismo en Italia.

Por la misma época, pero fuera de la política, el joven Billy Wilder ejerció como reportero todoterreno en Viena y Berlín antes de convertirse en cineasta en Hollywood. En la capital austriaca, sin móvil, wahtsapp ni correo electrónico, entrevistó en un solo día al compositor Richard Strauss, al psiquiatra Alfred Adler y al dramaturgo Arthur Snichtzler para un reportaje sobre lo que pensaban los intelectuales acerca del fascismo (luego dicen que los géneros de la prensa han evolucionado). Wilder intentó reunirse también con Sigmund Freud, pero este lo echó de su casa con cajas destempladas: ¡Ahí tiene usted la puerta!, le dijo. Ni siquiera el becario más diligente hubiera podido igualar hoy la eficiencia de Wilder, que unas décadas tarde rodaría la película Primera plana.

Churchill, Marx, Herzl, Mussolini... Todos esos grandes personajes y algunos políticos que contemplamos en la actualidad, las figuras más o menos importantes y las de menor fuste que pululan por la política estatal, autonómica y municipal, dan pleno sentido a una vieja cita de Hemingway acerca de la prensa; una cita que el autor de este artículo escuchó a Manu Leguineche en el jardín de su casa de Brihuega: «El periodismo es una gran profesión a condición de que se deje a tiempo».

No recuerdo con exactitud si el añorado reportero de Belendiz (Gernika), que estaba plácidamente sentado en una hamaca, parafraseó a Hemingway o lo citó textualmente. Pero no hay duda de que el axioma se cumple con frecuencia. Es cierto que el periodismo no tiene que abandonarse necesariamente para zambullirse en la política, pero así ha ocurrido con el honorable Carles Puigdemont, un exredactor jefe del periódico El Punt que se familiarizó enseguida con el mundo digital y ha consagrado su vida a promover la independencia de Cataluña. La esposa del Rey, Doña Letizia, antigua periodista de TVE, defiende ahora la Corona de España desde el otro lado de las cámaras.

Son dos informadores a quienes el destino ha arrojado a escenarios insospechados, que tal vez nunca se les habían pasado por la cabeza.

Su misión no es escribir noticias y reportajes, sino proporcionar material para que otros lo hagan, aunque sea a golpe de concisos tuits.

PD: ¿Concisión? ¿Ir al grano? Un debate de toda la vida. A los expertos en comunicación les convendría ver una vieja película de Hollywood sobre periodistas, en la que le decían a un reportero: «No olvides que más de 400 palabras es una novela».

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