

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
José V. Merino
Miércoles, 11 de noviembre 2015, 12:36
He pasado cuatro días en el ojo del huracán, en la Cataluña secesionista, desde el sábado 7 hasta el martes 10 de noviembre, para estar con mi hija mayor, que vive en Barcelona. Y a la vuelta no sé qué pensar, la verdad. Pertrechado e influido por cientos de artículos apocalípticos, en uno y otro sentido, creía que me iba a encontrar otra cosa, algo como las dos Coreas, o como la independencia de la India, o como la revolución de terciopelo en Checoslovaquia tras la caída del Muro de Berlín. Y lo que he visto es gente muy normal, muy tranquila, que pasa absolutamente de lo que dictan las élites; y también he visto a políticos que hacen experimentos como si fueran aprendices de brujo.
«Ten cuidado con lo que escribes, que por haber estado unos días aquí no creas que sabes nada», me dice mi hija mientras viajamos en un atestado metro que no deja de agobiarme, como nos pasa a los de provincias cuando salimos al mundo. Y creo que tiene razón, que no sé nada. Pero no me resisto a dar testimonio, con humildad, de lo que he palpado.
SÁBADO 7 DE NOVIEMBRE
Me agobia la presencia de mendigos. Los hay por todos los sitios, desde el centro turístico hasta los extrarradios. Enseñan piernas tumefactas, dicen que no tienen para vivir, que acarrean hijos que les piden comida, que han tenido mala suerte, que un día te puede pasar a ti... Pero en cualquier caso, hay muchos. Casi tantos como joyerías o como hipsters, que proliferan como las setas.
Descubro una tienda oficial del Real Madrid en plenas Ramblas, cerca del Museo Erótico. El encargado me dice que suele estar a tope, que merengues hay en todos los sitios y que a los extranjeros que quieren la elástica de Cristiano Ronaldo les da igual comprarla en Barcelona. «Es que para ellos están en España, ¿no?»
Y me chocan las luces de Navidad cuando todavía faltan más de seis semanas para las fiestas. Al menos aún no las encienden por la noche: se vería más a los mendigos, a los negros manteros que cubren las aceras y a una ciudad muy usada, sucia, que parece no haber envejecido bien desde el lustre de las Olimpiadas que recordamos quienes vimos el oropel de entonces.
DOMINGO 8 DE NOVIEMBRE
Estoy en la azotea del Arenas de Barcelona, un centro comercial en una antigua plaza de toros que preside la Plaza de España, frente a Montjuic, cuando oigo por primera vez algo del 'tema'. ¿De cuál? De la independencia, hombre, ¿de cuál va a ser? Una argentina que acaba de participar en una carrera de mujeres por el cáncer de mama hubo 27.000, según la Policía Local le dice a su acompañante que «lo que pasa es que hay una imposición de la lengua castellana». Este asiente y yo los oigo, pertrechado tras una mochila.
Me rodea la 'estética CUP'. Esos 'camisetistas' de los que hablan los articulistas de 'La Vanguardia'. Y cuando estoy mirando a un chico que lleva unos pantalones Ternua, tan nuestros, tan vascos, preguntándome de dónde será, presencio un incidente, una performance, un anuncio o qué sé yo que me echa abajo esa idea de la apertura de miras catalana que tanto apreciamos desde aquí. Estoy en la techumbre del Caixaforum y dos tipos semidesnudos aparentan pelearse a nuestros pies. Un chaval que forma parte de un grupo pluriétnico grita a los demás: «Venid, dos maricones se están pegando». Una niña ataja la deriva homófoba: «Dejadlos, que son modelos gays». Entretanto, dos fotógrafos los cosen a disparos. O sea que debe ser algo para una revista. O no.
Bajo por la Avenida de las Cortes Catalanas, entre algunas esteladas desvaídas, cuando llego cerca de la cervecería Moritz. Una chavalita dice a sus amigos que está «on fire». Pego la hebra. ¿Será esa la señal para la independencia? Como no añade nada más, sigo adelante y, a hurtadillas, escucho cómo dos señoras de mediana edad comentan que «los de la CUP están disfrutando». En cuanto notan que les miro, se callan. ¡Maldita sea! ¡No puedo ser tan indiscreto si quiero pillar algo!
LUNES 9 DE NOVIEMBRE
Harto de no enterarme de nada, me voy hasta la Universidad Autónoma de Barcelona, hasta Bellaterra, donde estudian muchos miles de jóvenes. En el metro y en el 'ferro' (por ferrocarril) paso una hora. ¡Y nada de nada! En el campus, veo algunas pintadas aislada sobre la cosa, pero irrelevantes ante las que protestan contra la violencia de género o las que se quejan de los nuevos planes de estudios, de los '3 más 2'.
Al borde de la desesperación, me acerco hasta la tienda de cómics de Norma, muy cerca del parque de la Ciudadela, donde está el Parlamento catalán. ¡Ojo! Cojo algo. Un empleado le dice al otro que el programa de TV3 sobre Pujol era un poco 'lolailo', un poco choni en catalán. Luego, silencio.
¿Qué hago? De cabeza a la Cámara, a ver si me entero de una vez por todas. Paso delante del zoo, donde hay una figura ecuestre de Barcelona a Prim poco respetada por las palomas. En medio de una algarabía de pájaros y de los ruidos que hacen los bichos enjaulados al otro lado de la valla, me adelantan tres diputados. Charlan de sus cosas, no precisamente de la votación independentista de esa mañana ni de la investidura que se prepara luego me entero de que sin éxito para esa misma tarde.
Llego al Parlamento. Está fuera Hasier Arraiz, de EH Bildu, hablando por un móvil. La charla se prolonga rato y rato, mientras él hace expresivos gestos como de «no puedo sino atenderle» dirigido a su acompañante. Y a veces se toca una zapatilla, mientras capea la larguísima conversación. Parecen nuevas. El momento lo vale: estamos presenciando algo que pasará a la historia.
Nos rodean tantos camiones de la televisión como cuando el hombre acampó en la Luna y los diputados llegan poco a poco y con evidente relajo a tan relevante cometido, el de poner en marcha «la creación del Estado catalán independiente en forma de república». Lo hacen a pie, en coche y hasta en taxi. Muchos saludan, con camaradería, a los mossos desquadra. Me choca que buena parte de los policías no lleven pistola: las cartucheras están vacías. Nunca vi cosa semejante en el Parlamento vasco, ni a los agentes desarmados ni semejantes gestos de confianza con los uniformados, desde palmeos en la espalda hasta chocar ruidoso de manos.
Fuera del Parlamento no hay casi nadie. Solo periodistas... y yo. Pasan sin pena ni gloria el pepero Albiol «adiós españolito», le dice una mujer ignorando que mide casi dos metros, la vicepresidenta de la Generalitat y el peneuvista Esteban, al que nadie saluda. Baños, el jefe de la CUP, fuma nervioso. Me choca que muchos diputados lo hagan. Fumar, digo. Y me choca porque creo que la mayoría de la gente normal ya no lo hace porque dicen que mata.
Y en esto llega Artur Mas en el Audi oficial. Pocos Seat se ven en el séquito del President, ahora que todo está tan mal para la fábrica de Martorell por el escándalo del fraude de Volkswagen. Pero, en fin, los padres de la patria prefieren otros modelos más lustrosos que los humildes coches patrios. Se le ve serio, como reconcentrado. Saluda sin ver. Son casi las 5 de la tarde y hay ... ¡29 personas! en el exterior del edificio con banderas independentistas. Una reportera de la cadena ICTV hace entrevistas en inglés a dos manifestantes. Uno, Josep, dice que en época de Franco no se podía estudiar catalán. Agrega que «no tenemos petróleo, pero sí muchas ganas de trabajar»; y remata el comentario señalando que «el proceso será complicado, pero feliz y democrático». Otro señala que no está bien pagar tasas si no es para uno mismo. Y cita el caso navarro. Respiro. ¡Ni una palabra del Concierto vasco! Menos mal.
MARTES 10 DE NOVIEMBRE
Fin del viaje. En Sants, en la estación de tren. Entro en el kiosco de 'La Vanguardia'. Último intento de tener algo que escribir. Un paisano le dice al encargado: «¿Qué pasa, señor Rafa?» «¿Qué dice el pueblo?», le contesta el otro a la galleg. «Pues que está hasta los cojones de tanto chupóptero, de tanto político y de tanto vividor». En medio de tanta filosofía, yo leo en el periódico: 'Mas consuma la ruptura para conseguir el apoyo de la CUP'. Lo dicho, como me dijo hace un par de días mi hija, no me he enterado de nada, he asistido a una ruptura exprés con España y, remedando al diputado Joan Coscubiela, de Catalunya Sí que es Pot, «ni ustedes se lo creen». Vamos, que yo pensaba que la independencia hacía más ilusión, que no significaba tanta pachorra.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La Unidad de Trasplantes de Valdecilla, premio Cántabro del Año
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.