Sirmione, el retiro de Maria Callas
La pequeña localidad situada a orillas del italiano lago de Garda es una joya con espacios que parecen anclados en el tiempo
César Coca
Viernes, 5 de junio 2015, 00:06
Durante los años cincuenta, Maria Callas solía retirarse a descansar a una villa situada en lo alto de un cerro sobre la localidad de Sirmione, en el lago de Garda. La casa era de su esposo en aquel momento, Giovanni Meneghini. Allí vivió sus mejores años en la faceta artística, antes de dar un giro radical a su vida amorosa y deslizarse por la pendiente de una decadencia que muchos seguidores nunca le perdonaron. La casa tiene una placa en la puerta, que da acceso a un pequeño jardín tras el cual se eleva un edificio de líneas clásicas con la fachada pintada de amarillo. Es uno de los puntos más altos de la pequeña población considerada, sin exageración, la perla del lago de Garda.
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El lago es uno de los tres situados al pie de los Alpes: el más oriental y el más grande. Los otros dos son el Maggiore y el de Como. Es también el más 'mediterráneo' por la orografía de sus orillas -menos abruptas que en los otros dos- y por el tipo de vegetación. Sirmione se encuentra en el centro de una estrecha península de apenas tres kilómetros de longitud situada al sur del lago. Esa extraña plataforma está cortada justo en la mitad por un canal a cuya orilla se levanta un castillo del siglo XIII llamado Rocca Scalighera. Para pasar hacia la punta de la península hay que atravesar el puente levadizo de la fortaleza. En ese punto, el turista cree entrar en otro mundo.
La mayor parte de los viajeros llegan al lago en tren y se apean en la estación de Desenzano del Garda. Desde allí, hay un largo paseo hasta Sirmione -puede hacerse en autobús- por entre villas, hotelas, chiringuitos y complejos deportivos. Nada que no se encuentre en cualquier localidad turística del Mediterráneo. La sorpresa tiene forma de castillo medieval, quizá lo más inesperado en un lugar así.
El visitante haría bien en olvidar lo contemplado porque tras el puente levadizo va a encontrar un dédalo de calles con casas cubiertas por buganvillas, pequeñas plazas abiertas al lago, cafés y restaurantes que parecen anclados en los años treinta. Los caminos, antes llanos, ahora se empinan y los bañistas deben elegir calas diminutas o playas de piedra para remojarse en las frías aguas del lago.
Frente a la casa que fue de Meneghini y Callas está el hotel Villa Cortina, en mitad de un parque con senderos románticos, que serpentean entre fuentes y grutas. Por aquí anduvieron los romanos hace más de veinte siglos y en la punta de la península el área arqueológica de Catulo da cuenta del esplendor del lugar: largas avenidas flanqueadas por columnas y restos de viviendas y palacios conforman las ruinas más notables del norte de Italia. No lejos de allí está la pequeña iglesia de San Pietro in Mavino, con un espléndido mirador hacia el lago y un recuerdo para las víctimas de la guerra.
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El paseo por el borde del lago entre las grutas de Catulo y el casco urbano tiene subidas y bajadas por caminos a veces muy irregulares, pero permite descubrir rincones idílicos donde el silencio solo lo rompe de vez en cuando el motor de alguna lancha. También hay balnearios y un parque en el que las parejas se susurran las mismas promesas desde hace siglos.
Sirmione requiere de un paseo tranquilo, contemplando terrazas y plazas. Aquí y allá el visitante encuentra ecos no lejanos de tiempos pasados, de escenas que parecen sacadas de una película de Visconti. Maria Callas caminó por esas calles antes de que los turistas la invadieran por horas, en llegadas masivas en los barcos de gran capacidad -nada que ver con las pequeñas embarcaciones que surcan el lago de Como- que atracan cada veinte minutos frente al hotel Edén. Es otra Italia, tan distinta de la que tiene en la retina quien conoce Roma o la Toscana, pero igual de real. Quien visita Verona no debería perderse esta joya en mitad del lago.
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