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Los menores saharauis olvidan sus estrecheces cotidianas mientras disfrutan del campamento de Izurtza. Ignacio Pérez
Un refugio para discapacitados saharauis en el Anboto

Un refugio para discapacitados saharauis en el Anboto

Menores con discapacidad recuperan la sonrisa durante dos meses en Izurtza, donde un centenar de jóvenes les consagran sus vacaciones

MANUELA DÍAZ

Lunes, 30 de julio 2018, 17:44

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Aunque tiene 12 años, Mohamed Yahya apenas aparenta cinco. Afectado de síndrome de Down, este es el cuarto verano que acude al campamento para menores sahaurauis con discapacidad funcional que gestiona en Izurtza, a la sombra del Anboto, la ONG Río de Oro de Durango, única de Euskadi que ofrece esta atención. Junto a diez menores más se aloja en una vivienda que se alquila a la Iglesia desde hace seis años. En el jardín, chapotean entre risas en una pequeña piscina de plástico. Hace calor, pero nada que ver con los más de 50 grados que soportan sus haimas estos días en Tinduf, en pleno desierto argelino.

Al margen de los tratamientos médicos, que en los campamentos saharauis son inviables, y de ofrecerles durante estos meses una alimentación equilibrada y un clima saludable, el programa de vacaciones de Río de Oro supone un revulsivo para ellos. El agua, los árboles, la lluvia, los talleres y excursiones son un estímulo continuo y un reto no solo para los menores sino para los educadores de los campamentos y los voluntarios de la ONG.

Para organizar los campamentos de verano en Izurtza, varios miembros de esta asociación acuden cada mes de diciembre a Tinduf para visitar todas las escuelas especiales, hacer ficha de los casos nuevos y según los criterios de selección hacen una preselección, de la que quedan excluidos dependencias muy graves y movilidad muy reducida. El principal motivo de esta exclusión es la falta de personal facultativo -en Italia hay sanitarios que les permite abrir el abanico- y el hecho de que la vivienda de Izurtza no está adaptada para convivir con una silla de ruedas. «La experiencia nos ha dejado claro qué casos no podemos asumir, aunque se nos parte el alma cada vez que una familia solicita nuestra ayuda y tenemos que decirles que no», apunta la voluntaria Nahia Alonso, de Abadiño.

«Nos ha ganado a todos»

Junto a esta joven de 27 años se encuentra Mohamed, que la acaricia con dulzura. Tiene los ojos legañosos por un problema en el lagrimal que deberán operar y no dispone de sus gruesas gafas, que se le han roto la víspera. «Es imposible resistirse a sus encantos, ¿verdad?», sonreía. El de Mohamed es un caso especial, como el resto de sus compañeros, y a todas luces un ejemplo de la labor encomiable que desarrollan los cerca de cien jóvenes que durante ocho semanas se van turnando para velar por estos menores de entre 7 y 14 años con diferentes discapacidades leves como ceguera, sordera, síndrome de Down o autismo, y hacer encajes de bolillos para cuadrar sus revisiones médicas.

La cifra

  • 11 menores con discapacidad funcional permanecerán en el campamento de Izurtza hasta finales de agosto.

Hace cuatro años, a Mohamed también le diagnosticaron en Euskadi una cardiopatía congénita, conocida como tetralogía de Fallot, que aquí se interviene de forma quirúrgica a los bebés de pocos meses sin mayor complicación. Pero a su edad, tuvo que ser operado varias veces del corazón y su estado llegó a ser crítico. Cada año se acerca a Izurtza para someterse a un reconocimiento médico y siempre le surge algún problema. El pasado año, por ejemplo, le operaron del estómago para mitigar los reflujos derivados de la intervención, y para el próximo verano ya tiene cita para pasar por el quirófano y corregir el lagrimeo de sus ojos. «Nadie daba un duro por él, pero es un luchador, nos ha ganado a todos», apuntaba Koldo Anderez. El próximo año, además, también se intervendrá a Salec de un flemón.

Las frases

  • Solidaridad. «Se nos parte el alma cada vez que una familia solicita nuestra ayuda y tenemos que decirle que no»

  • Revulsivo. «Me gusta cómo tratan a los menores. Ellos se sienten felices y mejoran de forma visible»

  • Sin barreras. Dos monitores saharauis ayudan a los niños a manejarse en un lugar y con un idioma desconocidos.

El idioma no es una barrera para comunicarse en Izurtza. Menores y voluntarias manejan las palabras claves para entenderse. La presencia de dos monitores saharauis, además, ayuda en las labores de traducción. Ese es el caso de Chej Mohamed Chej, de 28 años. Recuerda que su hermano Elmamen, director de un centro para menores con discapacidad visual en Tinduf, le animó a participar hace cuatro años en el proyecto de Río de Oro. «Me gusta cómo tratan a los menores. Ellos se sienten felices y mejoran visiblemente», señala el monitor que aprovecha su estancia para aprender técnicas de educación especial.

«Tengo una hija durante

El boca a boca mueve cada año a un centenar de voluntarios. Hasta Izurtza llegan jóvenes de todas las partes de la Península. Muchos esperan impacientes a contar los 18 años para venir, aunque con 17 ya se les permite hacer una visita de un día para conocer el campamento. El perfil del voluntariado es el de una joven de 23 años, activista en el conflicto saharaui o con algún familiar o conocido con discapacidad. Una descripción que encaja con Rosana González, que se ha acercado esta semana desde la localidad extremeña de Plasencia.

Pese a su juventud, ha pasado los últimos seis años en los campamentos que Río de Oro tiene desplegados en Italia. Pero este año, tras conocer a Mikel del Arco, uno de los fundadores de la organización en Durango, se ha animado a colaborar durante una semana en Izurtza en compañía de la menor que desde hace tres años acoge cada verano en su casa. Se llama Fatimetu, de 10 años y sufre una parálisis parcial.

Se conocieron en Italia. Cuando Rosana, activista por el pueblo saharaui y voluntaria, se enteró de que era el último verano de Fatimetu. No paró hasta conseguir que un año después se alojara en su casa. Tenía apenas 20 años, pero contó con todo el apoyo de su madre y su hermana. «Mi padre se opuso en redondo, pero al final ha acabado sucumbiendo», señaló.

Estos tres años han sido duros, pero no los cambiará por nada. «No dejo de ser joven, me gusta salir con mi cuadrilla, pero tengo una hija durante dos meses y eso me limita a la hora de hacer determinadas cosas». Sin embargo, considera que esta tarea «merece la pena».

El caso de Rosana y Fatimetsu no es un caso aislado. En Durango Aitor Lejarazu y Leire Alza han acogido este año en su casa a Jadiya, de 10 años e invidente, a la que habían conocido como voluntarios en la ONG Río de Oro. Pero este año se había quedado sin plaza en el campamento de Izurtza y la joven pareja con grandes valores, como otros muchos, no dudó en abrirle las puertas de sus casa.

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