La especialista explica que el lenguaje corporal de los caballos ayuda a mejorar la empatía. E. C.
Anna Campo | Psicóloga y escritora

«Los niños aprenden a leer señales de los caballos para construir vínculos afectivos»

La psicóloga bilbaína aplica terapia equina a menores para resolver sus problemas de diversidad funcional

Domingo, 7 de septiembre 2025

La psicóloga y escritora bilbaína Anna Campo se desenvuelve de igual manera en los mundos ficticios que reales. En ambos invita a «interactuar» a caballos ... y humanos para aplicar terapias con las que «ayudar a niños y niñas» con diversidad funcional, especialmente casos de autismo. En realidad, Campo lleva una especie de doble vida.

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Si en 'El viaje de Baguira' escribe sobre la valentía, la amistad, la comprensión, el respeto, la empatía y el amor a través del viaje de este caballo, que se lanza a una emocionante aventura de retos para superar sus miedos junto a tres niños -Liz, Bruno y Maya, a los que también echa una mano-, en la vida real utiliza los animales para solucionar los problemas de los pequeños. A través de Liz, Bruno y Maya Campo fomenta la educación inclusiva. Si la primera es una niña «real» con discapacidad auditiva, Bruno y Maya son personajes inspirados en menores «de verdad»; el primero padece autismo y la segunda nació con una malformación que le obliga a utilizar una silla de ruedas, ya que sus piernas se cansan «muy pronto».

De hecho, Ana «tenía bastante claro» desde que cumplió 15 años que estudiaría una carrera que le sirviese para ayudar a los demás. «Enseguida encontré la psicología. Me fascinó. Nunca pensé, ni de lejos, que pudiese unir la psicología y los caballos, mis dos grandes pasiones», subraya.

Campo montaba a caballo «de pequeñita». Cuando acabó la carrera en la Universidad de Deusto, hizo un voluntariado en Bolivia, donde trabajó en un centro escolar «con niños que sufrían también diversidad funcional. Era como el hogar de una señora. Trabajaba con un montón de perros y otros animales. Allí descubrí la equinoterapia y las intervenciones asistidas con caballos para menores», recuerda.

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Metodología que aplicó primero en un centro hípico de Lezama y ahora en otro de Urduliz. En 2023 terminó de escribir el libro, que coincidió con la muerte de su madre. Liz es una niña a la que conoció con 11 años y siguió sus terapias hasta los 17. «Los caballos se relacionan con su lenguaje corporal y los niños aprenden a leer esas señales. Esta comunicación no verbal ayuda a mejorar la empatía y que los niños puedan construir en el futuro vínculos socioafectivos con todo su entorno», detalla la especialista.

«Les viene fenomenal porque los caballos son altamente intuitivos y poseen una gran capacidad para percibir nuestras emociones, ya que también tienen 'neuronas espejo'».

- ¿Qué son las 'neuronas espejo'?

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- Las que permiten desarrollar la empatía.

- ¿En qué consisten sus terapias?

- Yo trabajo siempre de una manera individualizada para personalizar los objetivos de cada intervención.

Anna trabaja con niños desde «tres o cuatro añitos». Antes de llevarles a los establos les hace «unas primeras evaluaciones» para valorar en qué punto están «y mejorar su calidad de vida», tanto a corto como a medio plazo. En las instalaciones hípicas trabajan con un «arsenal de juguetes», pero a veces es «más que suficiente» la intervención del «ecoterapeuta porque lo que los niños reclaman es calma y relajación».

Saturados de otras terapias

En las primeras sesiones, los alumnos interactúan con los caballos cepillándolos, dándoles «algo de comer» y poniéndoles encima una manta y un cinchuelo. Las sesiones rara vez exceden los 45 minutos porque la mayoría de usuarios «suelen venir un poco saturados de otras terapias, ya que también van al psicólogo, logopeda o fisio. Más allá de una hora de duración, se hacen muy largas», valora Campo, que tira ahora mismo de dos ejemplares: 'Oreo', una poni, y 'Rofo', un «caballito árabe» de una alzada «no muy grande. Se llama 'Rofmanis' pero acortamos su nombre para facilitarle el trabajo a los niños, que se ayudan de pictogramas para relacionarse con los equinos».

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El resultado es que muchas veces animales y humanos «se lo pasan en grande». Sobre todo, cuando los niños les premian con zanahorias o manzanas. «Y ya no te digo cuando los más pequeños les tocan el morrito o les rascan. ¡La cantidad de endorfinas que sueltan!», destaca Anna, que, a la muerte de su madre, empezó a sufrir crisis de ansiedad. «Nunca había padecido episodios de estas características».

Su caballo -Van Gogh- le ha servido de gran revulsivo emocional. «De repente, cuando tengo ansiedad y no me gestiono, se pone como una bomba. Se pone muy nervioso porque no me está entendiendo y, claro, esto es muy peligroso. Me olía como un perro todos los días, desde los pies hasta la cabeza, algo que nunca hace un caballo. Jamás olfatean. El sabía quién era yo, pero me olía diferente por mi tristeza. Había algo de mi energía que no reconocía y que le provocaba desconfianza. ¿Cómo? Se alejaba de mí. Así que cuando sufro de ansiedad me digo 'Anna, respira tranquila que no pasa nada'».

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- ¿Cómo reacciona Van Gogh?

- Bajando también las revoluciones.

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