Un atizador para apalear a dos ancianas en Artea
Unos ladrones mataron a una mujer de 89 años y dejaron malherida a su hermana de 85 durante el asalto para robar en su caserío en un barrio aislado de Artea en 2001
Cuando las víctimas de un homicidio son especialmente vulnerables como un niño o una persona mayor, duele más. El crimen de Carmen Bilbao, de 89 años, conmocionó a la sociedad vizcaína en 2001. Unos ladrones, concretamente tres individuos, según quedó demostrado en el juicio que se celebró dos años después en la Audiencia vizcaína, asaltaron el caserío aislado en el solitario barrio Elejabieta de Artea en el que vivía con su hermana pequeña, de 85 años, ambas solteras, y las apalearon. La mayor, Carmen, quedó en coma y murió al día siguiente en el hospital de Galdakao en el que había quedado ingresada. Pilar sufrió fractura de costillas y hematomas por todo el cuerpo, estuvo un mes encamada y nunca llegó a curarse del trauma de ver morir a su hermana a golpes y de sentirse atacada en su propia casa.
Serían aproximadamente las cinco de la tarde, la «hora de la siesta», del 3 de mayo de 2001. Las hermanas Bilbao sintieron los ladridos de su perro pastor de Terranova, al que llamaban 'Montes', que les alertaba de la presencia de extraños. Carmen salió a recibirles. Pilar recordó en el juicio que eran «dos chicos morenos con barba» y que les pidieron «chatarra». Cuando la mujer les explicaba de espaldas dónde podían encontrar lo que buscaban, se abalanzaron sobre ella, la tiraron al suelo y la arrastraron hasta la vivienda. «Echaron abajo a Carmen y le partieron el cuello. Después, la arrastraron medio muerta hasta una habitación», recordaba con sus palabras la única superviviente, vestida de luto riguroso y apoyada en una cachava, durante la vista oral. «A mí me tiraron en la cocina y me pegaron una y otra vez. Me rompieron los dientes con un hierro. Yo gritaba socorro pero nadie me oía». Al parecer, para acallar los gritos de la mujer, uno de los ladrones le metió un atizador en la boca.
La cruel escena la protagonizaron tres individuos, adictos a las drogas, que se habían desplazado desde Bilbao en un 'Opel Kadett' rojo. «Habíamos quedado para ir a robar chalés», reconoció uno de ellos, José Manuel, que adoptó un papel secundario de vigilancia por el que fue condenado a tres años de prisión acusado de ser coautor de robo con violencia y allanamiento de morada. Sus otros dos cómplices, Rafael y Mohamed, negaron los hechos, pero fueron considerados autores materiales del homicidio y las lesiones, además del asalto, por lo que les condenaron a trece años de prisión a cada uno.
Según la sentencia, una vez que habían reducido a las dos mujeres, uno de ellos subió al piso de arriba en busca de dinero y objetos de valor. Así lograron recopilar un mísero botín de 2.100 euros que las hermanas tenían repartido por los cajones, según detalló el fiscal en su escrito de calificaciones. José Manuel avisó con un silbido a sus compinches de que se acercaba un coche al caserío. Antes de huir, los asaltantes arrancaron el cable del teléfono para evitar que las víctimas pudieran pedir ayuda. Un vecino que escuchó sus chillidos encontró a Pilar con la cara ensangrentada y a su hermana, inconsciente.
Semanas después del crimen, la Ertzaintza arrestó en Txurdinaga y Bilbao la Vieja a dos de los supuestos implicados y cinco meses después de los hechos, en noviembre de 2001, al tercero de ellos, que huyó de Bizkaia y buscó refugio en Valladolid. En septiembre de 2003 se hizo justicia a Carmen y Pilar.
«Los vecinos pedían: 'que les cuelguen'»
Un aviso nos pone en camino al pueblo de Artea. En la zona, después de preguntar a varios viandantes, damos con el sitio. Varias patrullas de la Ertzaintza desplegadas por el lugar, están buscando a los atacantes. Dos ancianas han sido robadas y agredidas y una de ellas ha fallecido. Cuando ya hemos cumplido con nuestro trabajo aparece una ambulancia y vemos que traen a Pilar, la hermana herida, que después de ser atendida en el hospital la vuelven a llevar a casa. Hablamos con ella. Los vecinos alarmados. «Que los cojan y les cuelguen», pedían sin contener la rabia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión