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Begoña hizo la semana pasada lo que hace mucha gente: después de ser acometida por el arma afilada de la indolencia administrativa, llamó al periódico ... para protestar. Muy bien hecho. Begoña va casi todos los días al gimnasio de la Alhóndiga y estaba quemadísima porque, decía, desde hacía nueve días veía que una ducha echaba agua incesantemente. Que tenía bemoles la cosa, decía también. Tanto predicar el consumo responsable y el compromiso sostenible, y que ocurra cosa semejante en sede pública. Que se cansó de avisar y que nadie arreglaba el manantial aquel. En diez años nunca había visto nada así. Pero, añadía, desde que el gimnasio pasó a formar parte de la entidad municipal Bilbao Kirolak, en enero, pasaban cosas de esa naturaleza y de otras naturalezas. Educadísima Begoña, pero menudas andanadas lanzaba.
Lo que ocurría en relación a la grifería municipal, explicarían luego portavoces oficiales y trabajadores del lugar, es que el mando de la ducha esa se quedaba pillado y había que ir a desatascarlo. Claro, en cuanto llegaba otra persona a ducharse, se volvía a quedar crónicamente activado. Que ya se había avisado para la reparación definitiva, pero que estaban esperando a que llegase alguien de los que saben hacerlo. Y así iban pasando los días y hasta las semanas, esperando fontanero.
El evento denota cierta parsimonia por un lado (el de la administración) y cierto escozor por otro (el de la ciudadana). Ocurre a menudo. Hay un sector social amplio que identifica gestión pública con desgana, ineficiencia, pasotismo y pachorra. Ya sea por experiencia personal o por percepciones inducidas, no tiene buena fama el funcionariado entre alguna gente en términos de diligencia y dedicación. Y menudas cosas que dicen las empresas que contratan con la administración en relación con la finura de los procesos y la implicación de los servidores públicos.
Pero hay otro segmento social no menos amplio y desde luego con más presencia en las calles que de manera recurrente pide ensanchar los límites de lo público. Por ejemplo, con la prestación directa de ciertos servicios frente a la subcontratación, porque de esa manera parece que se garantiza la calidad en la atención al interés colectivo.
¿En qué quedamos entonces? ¿Es la administración un mastodonte torpe e ineficiente, o un organismo ágil y resolutivo, como un tigre siberiano? Pues pasa lo de siempre: que según la orilla ideológica de cada cual hay que ponerse en uno u otro equipo. Una pena. Porque mira que no sería fácil ahora con lo del big data y con todos los finísimos procesos de evaluación y análisis medir la eficiencia de unos y otros entornos. Cómo cursan las cosas en términos de absentismo, eficacia, productividad y vigores en general en cada modelo y en cada circunstancia. Y mejorar lo que falla, si es que falla algo.
Estamos además en buen momento para ello, para mejorar, porque hay una ola abrumadora de vocación de servicio público, ahora que todo el mundo quiere ser funcionario. Menuda pifia sería que se perdiese la oportunidad de extender el perímetro de la administración con todos estos perfiles propensos a entregarse al bien común.
Es que igual es eso precisamente lo que está en juego. No es poco serio el tema. Porque los servicios públicos son la herramienta divina para amortiguar las desigualdades sociales, para facilitar la equidad y la igualdad de oportunidades, para activar la redistribución del dinerín y ofrecer las cosas básicas para que todos toditos tengamos una vida bonita o al menos no muy doliente si vienen mal dadas. En fin, que la administración y su buen funcionamiento es la base de esta civilización y lo que nos separa del estado natural, con su ley selvática de la fuerza bruta y sus dentelladas.
Así que debería ser un buen momento para ellos, para los servicios públicos, ahora que, según parece, hay tanta gente dispuesta a consagrarse a la santidad de su misión con vocación de entrega al interés general, alto nivel de talento y exigencia en el desempeño laboral, y si acaso cierto gusto por ayudar al prójimo. También se valoran habilidades en fontanería.
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