Lakabe, la ecoaldea navarra que nació en Bilbao: «Aquí no notamos el apagón»
Vida comunal. ·
Este referente del movimiento neorrural, que acaba de cumplir 45 años, hunde sus raíces en el colectivo pacifista vizcaíno de los 70: «Creíamos que era posible construir un mundo nuevo y vinimos aquí para comprobarlo»Lakabe se puede explicar muy rápido como la antítesis de Bilbao. Uno se planta en esta loma del prepirineo navarro, en mitad de un silencio luminoso que atraviesan los pájaros, y contempla el río Irati allá abajo, los buitres suspendidos sobre el valle y el encinar que abraza el pueblo, ese puñado de quince casas que parecen fuera del tiempo..., y entonces el recuerdo de la gran ciudad le parece una sombría visión distópica. Y, sin embargo, esta aldea, referente del movimiento neorrural en España, hunde de alguna manera sus raíces en el asfalto y el ajetreo de la capital vizcaína.
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El último tramo hasta Lakabe, un empinado camino sin asfaltar, ejerce de frontera entre dos mundos. El visitante, al verse entre ovejas, caballos y huertas, se deja llevar por fáciles ensueños de retorno al pasado, pero ahí están también las placas solares, la vitrocerámica, los dos puntos de wifi o el pop bailable que sale por las ventanas del obrador de pan, el producto estrella del pueblo. En Xuskal, la casa comunitaria donde comen siempre juntos los 45 residentes, tres personas preparan el menú de la jornada: sopa de verduras, ensalada y lasañas variadas, unas con carne o con gluten y otras no. Da la casualidad de que le toca turno a Mabel Cañada, bilbaína del 52: ella es una de las pioneras que ocuparon y empezaron a rehabilitar esta aldea hace ahora 45 años y también ostenta «oficialmente» el cargo de presidenta-alcaldesa del lugar, un concejo de Aoiz cuya propiedad corresponde al Gobierno de Navarra. Además, ejerce de portavoz de un colectivo amable en la conversación pero poco aficionado a las entrevistas.
Con ella se afanan en los fogones dos figuras ajenas a la ecoaldea, que están participando en una de las dos quincenas de puertas abiertas que programan al año. Laura es una joven valenciana: «Me interesa mucho la vida comunitaria y este es un sitio increíble. A cada uno le sorprende algo. A mí, la economía compartida: no te imaginas que sea tan fácil ponerlo todo en común hasta que conoces a gente que lo hace», dice. Y Mabel apunta: «¡Es tan relajante!». El otro cocinero ocasional, que sale a por cebollas y lechugas, es el suizo Swami Maiitrico, barbudo monje de una ancestral corriente yóguica: «La vida me ha traído hasta aquí», comenta, además de explicar que después emprenderá un largo ayuno en los bosques. Lakabe –donde las finanzas, las comidas y la crianza son comunales– atrae a gente poco convencional pero diversa.
Todo empezó a principios de los 70, a raíz de que Pepe Beunza se convirtiese en el primer objetor de conciencia por motivos políticos, y nos obliga, sí, a trasladarnos mentalmente a aquel Bilbao agitado del tardofranquismo. Lo cuenta Mabel, que nació en Santutxu y creció en Zurbaran: «Pepe necesitaba apoyo y los grupos de no violencia empezamos a estar muy presentes. En Bilbao llevamos a cabo muchas acciones: cambiábamos el nombre a las calles –a Correo le pusimos Pepe Beunza–, colocábamos muñecos de paja en el puente de El Arenal con carteles de 'yo también voy a ser objetor' o 'no a la tortura', salíamos vestidos de presos de los váteres públicos que había donde El Corte Inglés, hacíamos campañas contra los juguetes bélicos o sexistas...». Una docena de las personas implicadas («militantes no, por favor, que llevo toda la vida luchando contra esa palabra») decidieron vivir en comunidad: primero alquilaron un piso en Carnicería Vieja y después compraron una chabola en Uretamendi, uno de los barrios de hojalata que habían levantado los inmigrantes. «Queríamos preparar a los objetores para la cárcel y también prestar un servicio civil, para mostrar a la sociedad que queríamos aportar: tuvimos una guardería para las madres del barrio. Aprendimos mucho de aquellas vidas: recuerdo muy bien a Berta, una vecina que nos movilizaba a todos».
Ni pájaros, ni árboles
El siguiente paso era mudarse al campo: «En aquel momento aún se hablaba de la revolución. Compartíamos una propuesta de futuro, creíamos que era posible construir un mundo nuevo, sin jefes ni horarios ni estructuras tan jerárquicas, y vinimos aquí para comprobarlo». En 1978 se afincaron en una casa alquilada del pueblo navarro de Usoz (eran quince personas, nueve de ellas de Bilbao) y pronto localizaron Lakabe, una aldea abandonada con el éxodo rural de los 50 y 60, ese mismo que creó Uretamendi. «Vimos la posibilidad de coger todo el pueblo y pusimos una fecha, el 21 de marzo de 1980. Esto era una escombrera, no había ni pájaros: estaba muerto y arrasado. Solo quedaba una casa en pie y no había árboles, ni acceso rodado, ni agua, ni luz».
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–Duro, ¿no?
–Queriendo, no tanto. Teníamos tanto entusiasmo...
Al repasar la historia de Lakabe, se abren dos vías. Por un lado, está lo práctico, lo material: «Éramos unos urbanitas, lo ignorábamos todo: acarrear agua, cortar la leña, distinguir las hierbas... ¡Hacíamos marcianadas! El agua fue una pelea, y también aprender a funcionar cuando no la hay. Subíamos la carga con caballos. A hacer pan nos enseñó un objetor alemán, Benedikt, pero nos costó aprender a hacerlo bueno». Aun así, lo más difícil es la convivencia, entendida como compartirlo casi todo. «Cuesta mucho pasar del yo al nosotros. Te parece que se va a dar por naturaleza, pero en realidad es algo que tienes que transformar dentro de ti, un camino interior diferente. Nos da miedo perder el control, tememos convertirnos en seres tan generosos que todo el mundo abuse de nosotros. Con la economía común pasa: ¡a ver si yo pongo todo y otros no!», desarrolla Mabel. Muchas parejas se separan después de llegar: «Se dan cuenta de que no se necesitan para lo que creían que se necesitaban, en una comunidad que se hace cargo de las criaturas al cien por cien». Por otro lado, asegura que las parejas que surgen aquí suelen funcionar: «El amor les dura muchísimo, porque no tiene nada que ver con la dependencia, ni con el 'quiero que me cuides'».
Hoy en día, la gente de la ecoaldea habla más de transformación que de revolución: «El éxito de Lakabe radica en que traíamos una formación política muy concreta, enfocada al bienestar de la humanidad y a la justicia. Venimos de una sociedad que premia el dolor. Para ser libres y felices, las personas tienen que estar construyendo su propio sueño, pero para eso tienen que saber antes cuál es».
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–¿Le molesta si la llamamos hippie?
–Yo me considero superhippie. Se ve de manera peyorativa, pero... ¿qué es? Que vives la vida como la sueñas y que los poderes fácticos te dan un poco por el saco.
–¿Y se imagina volviendo a vivir en Santutxu, por ejemplo?
–Cuando voy a Bilbao a cuidar a mi mamá, me aburro un montón. ¡No hay nada interesante!
–Pero si tiene un montón de vida...
–Eso no es vida. Son costumbres, vicios adquiridos, sistemas de control.
«En el apagón, la gente disfrutó compartiendo. ¿Por qué no seguimos, entonces?»
Resulta curioso hablar del apagón con la gente de Lakabe, que se autoabastece de energía con placas solares y no está conectada a la red general. «Aquí no hemos notado el apagón. Bueno, nos quedamos sin internet, pero eso tampoco nos preocupó mucho. También en pandemia tuvimos la vida de siempre», relata Mabel Cañada. La aldea es autosuficiente en productos como las verduras, la carne o el queso, pero también compra fuera, a ser posible en el entorno cercano: «Claro: aceite, arroz, harina para el pan... Pero consumimos poco y tenemos unas despensas que, en caso de necesidad, podrían alimentarnos un año: cambiando el aceite por manteca, por ejemplo. Podríamos sobrevivir».
Crisis como la del lunes reafirman a los vecinos en su filosofía: «Nos estamos ganando una bronca de la madre naturaleza: puede ser en forma de Gran Apagón o en otra. La Tierra nos está diciendo de muchas maneras que estemos al loro, pero nos cuesta aprender, no cambiamos», lamenta Mabel. ¿Y qué hay del comportamiento de la gente? En pleno apagón, como en pandemia, cundieron los ejemplos de solidaridad, de apoyo mutuo... «La gente disfruta compartiendo en días así, sí. ¿Por qué no seguimos haciéndolo, entonces? La presión nos devuelve a nuestro rincón. Es como lo de 'qué bonito ver las estrellas'. Claro, porque normalmente no las ves».
En Lakabe se usan letrinas secas y se hace compost, como parte de una filosofía que contempla el planeta como un organismo vivo. El encinar vecino es el emblema de la aldea: «A veces sacamos algo de leña, pero hemos dejado que siga su curso, sin intervenir. A lo mejor suena un poco 'happy flower', pero aquí te das cuenta de lo invasivos que somos, de cómo arrancamos cosas a la Tierra. Hemos aprendido, por ejemplo, que los árboles nacen donde quieren: no hay que plantarlos, hay que sembrar y sembrar y sembrar, y vamos por el monte echando semillas. De pronto, un día te encuentras un cerezo o un manzano».
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