Una apuesta lleva a otra. Descubrir que el 'Eres tú' de Eurovisión arrancó con un efusivo '¡Aupa el Erandio!' gritado por el manager de Mocedades ... provocó que un bilbaino, con un pie familiar en dicha localidad, lanzara otra pregunta: «¿Y sabes que Jado, el de la plaza, tiene una estatua en Erandio?». Del no me lo creo al cuánto apostamos tan solo pasaron dos sorbos de txikito. No hace falta decir que llevaba razón. Porque ese señor se llamaba Laureano de Jado. Y si bien nació en Bilbao, en 1843, su legado y generosidad regó ambas márgenes de la ría. De alguna manera, sus convecinos se convirtieron en los hijos que no tuvo. Esta es su historia.
Laureano era de Mungia. Allí nació en 1843. Hijo de José María Jado y de Benita Ventades. Es el dato que recoge, entre otros, la Enciclopedia Auñamendi. Pero aquí llegó la primera apuesta de la pareja con la que iniciaba estas líneas. Porque uno de ellos aseguraba que nació en Bilbao y que era descendiente de jarrilleros. En concreto de José María de Atejo, un paisano que acabó siendo alcalde de Acapulco. Una vez más la huella vasca es muy profunda al otro lado del charco.
No se sorprendan por el debate. Hace cosa de 20 años una señora paró a un buen amigo para preguntarle qué hacía entrando en un portal de Bilbao, si era vecino suyo en Barakaldo. Dieron igual las explicaciones o que el conserje corroborara dónde vivía. La mujer se largó enfadada y diciendo «¡A mí me vas a contar dónde vives!». Parece que en el caso de Jado no hay tanta cabezonería. Tampoco en su recorrido vital y profesional. Lo primero que destaca es su importancia en el mantenimiento y la defensa del Derecho Foral de Bizkaia, como jurisconsulto. Siempre hubo que explicar que era un derecho acordado y no un privilegio regalado. Pasaba antes y pasa ahora con el Concierto.
Pero dejemos atrás este asunto y hablemos de otros. Como que a los dineros heredados, era de familia con posibles, sumó otros fruto de sus trabajos como ingeniero industrial. También se sabe que no se casó. Guapo no era. Pero sí uno de esos solteros de oro al que más de una quiso echar el lazo. Aunque tenía otras inquietudes. Incluidas artísticas. Fue una de las personas que estuvo detrás de la creación del Museo de Bellas Artes, del que fue su primer Presidente. Donó gran cantidad de pinturas, de la época y anteriores, así como estatuas, objetos y muebles.
Como no se fiaba de que les dieran buen uso tras su fallecimiento, dejó escrito que si no era así su legado pasaría a la vecina San Sebastián o al madrileño Museo del Prado. 268 cuadros, 26 esculturas y 56 muebles y objetos decorativos, valorados en 375.470 pesetas de entonces. A ello deberemos añadir un talón de 25.000 rubias para cubrir los gastos de instalación y mantenimiento. La herencia fue pública y conocida meses después de su muerte, que llegó el 13 de diciembre de 1926. Antes tuvo tiempo de sufragar diversos proyectos, tanto en su tierra natal como en otras.
Por ejemplo patrocinó la construcción en 1923 de la Fundación Escuelas Jado de Erandio, que se levantaron en unos terrenos suyos, cosa que también hizo con lo que luego sería el campo de Ategorri. Ya en Bilbao, la Santa Casa de la Misericordia o el Hospital de Basurto se nutrieron de sus bolsillos. De ahí que haya un pabellón con su nombre. La lista sigue y es larga. Porque siempre había algo nuevo o viejo que apoyar. Así participó, entre otras cosas, en la creación del Sanatorio de Gorliz. Para recordarlo, y no olvidarlo, hay un busto suyo en este centro médico. Lo que me lleva a su estatua de Erandio. Allí está. Parece que quiera compartir paseo y poteo con los viandantes. Es lo que harán en breve los dos amigos de esta historia. Para que se confirme el asunto y se pueda cerrar la apuesta. La que habla de un generoso birrotxo que convirtió a gran parte de nuestra tierra en sus queridos sobrinos.
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