Desgrana su biografía como si estuviera bajo el aro o en un quirófano. Pasión, constancia y precisión. Es su forma de encarar las cosas. Y ... deberíamos añadir otra característica. Humildad. De la que usa el plural al ganar y el singular tras perder. Así es Gracia Alonso de Armiño. La paisana que se ha colgado la medalla de plata de baloncesto 3X3. Ahora descansa en Mallorca. Cosa rara, porque no para. Así que aprovechamos para que nos cuente su vida.
A la Gracia medallista la vamos conociendo. Pero hay un antes. El suyo arrancó el 11 de agosto de 1992 en el hospital de Basurto. Ayer cumplió 32 años. Otra buena excusa para recibir esas llamadas, besos y abrazos que están siendo su pan nuestro de cada día. Aunque la sonrisa viene de serie. La imaginamos igual jugando en Particular de Allende y en otras calles de su Santutxu familiar. Allí vivió, en el seno de una familia de médicos, sus primeros años. Julio Alonso de Armiño y Maricruz Riaño se acaban de jubilar y quien ha recogido el testigo es su descendencia. Un chico y cuatro chicas. Hermes, Marina, Alicia, Ana y Gracia. Nadie diría que es la pequeña, con sus 180 centímetros de altura. Todos son sanitarios. En casa gustan la medicina como profesión y el baloncesto como distracción. No era raro, por tanto, verla en las canastas del Parque de los patos o en las situadas bajo el puente de Euskalduna.
Por esa época se trasladaron a Bidebarrieta y pasó de hincar codos en el Luis Briñas de Basarrate a los pupitres del Berrio-Otxoa. Fue entonces cuando sucedió algo que cambia su paso. Con la selectividad bajo el brazo no tenía claro el camino, así que se fue de intercambio a Estados Unidos. El West High School de Knoxville, Tennessee se convirtió en su lanzadera, tanto deportiva como vital, y el baloncesto ganó enteros. Nada más verla la incluyeron en el equipo. Ganaron el campeonato de la región, acudieron al estatal y acabaron subcampeonas.
Entonces llegaron las ofertas universitarias. Sus padres la animaron a seguir y entró en la Freed-Hardeman. Hablamos de la NAIA y de una liga de gran prestigio, donde en deporte se entremezcla con el estudio. Empieza Biomedicina, pero necesita una salida más directa. Enfermería se convierte en la opción perfecta. Especialidad en quirófano. Ese es su actual destino laboral. Aunque al regresar tuvo que sacarse el título español, para convalidar el americano, y le tocó hacer de todo.
Llegó el primer año de la pandemia. Le tocó hacer encefalogramas en Cruces y, meses después, fue una de las enfermeras que nos pincharon en el vacunódromo de La Casilla.
Ahora combina su faceta sanitaria con la deportiva. Sorprende que tenga tiempo para jugar en el Movistar Estudiantes, entrenar el 3x3, trabajar en el hospital y buscar huecos para regresar a Bilbao. Cuando lo hace pasea por las Siete Calles con esa mirada de quien siempre se está yendo y viniendo. Un extraño momento, rodeado de gente, para la pródiga que regresa. El prefacio de cada nuevo reencuentro con su cuadrilla de toda la vida.
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Es entonces cuando los grupos de whatsapp se convierten en caras familiares de amigas de la juventud y la infancia. Y para añadir sabor al momento, una gilda de boquerón o de antxoa, acompañada de una caña por la zona de Santutxu.
En breve volverá a saborearlas, junto a esa tortilla de patata jugosa que no encuentra en Madrid. Porque ahora tiene un pie en el viejo foro y el otro en Baleares, donde comparte con un menorquín su corazón. Ese que no entiende la vida sin deporte. Por eso nos pide que animemos a las nuevas generaciones a adentrarse en él. Vista su sonrisa permanente parece buena idea.
De momento lo dejamos aquí, pero estamos seguros de que habrá más alegrías y que volveremos a hablar de Gracia Alonso de Armiño. La mujer que de niña intentaba llegar al aro, sin saber que alcanzaría la gloria bajo cinco. Los de la bandera de unos Juegos Olímpicos donde Bilbao, que nadie lo olvide, tuvo su trocito de plata.
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