El extraño regalo de los Reyes Magos
Cuando los presentes se mueven poco y el niño mucho
Jon Uriarte
Sábado, 4 de enero 2025, 00:02
«Mientras menos hace el juguete, más hace el niño». Es una de las frases que un grupo de pediatras de Sevilla quieren subrayar en ... estos días. Y también que hay que dosificar el número de regalos. Todos sabemos que las criaturas se abruman ante tanto celofán y tal cantidad de ojos observando su reacción. Pero eso no impide que haya adultos que se pasen por el forro lo de acordar el asunto, pensando que cuanto más caro, grande y numeroso, mejor regalo será.
Lo de los pediatras sevillanos no es novedad. Pero está bien recordarlo de vez en cuando. Más que nada por la salud mental de las criaturas. Aunque tampoco nos pasemos. Las generaciones anteriores no salimos tan mal para los pocos miramientos que tuvieron con nosotros en temas como el de los Reyes Magos. Lo que me lleva a la frase con la que comenzaba estas líneas.
Eso de que cuanto menos haga el juguete más hará el nene me recuerda a mi infancia. Pero no porque sus majestades nos dejaran en casa solo regalos educativos. O minimalistas. Cierto que siempre caía un puzzle, un estuche y varios libros. Sino por el uso del juguete según normas de la casa. Por ejemplo el Scalextric.
Melchor estaba ya harto de las explícitas peticiones al respecto en nuestras incisivas cartas a las que solo les faltaba una amenaza en caso de no cumplir con su deber. Quizá por ello un día llegó el juguete que, junto a la bicicleta, era el regalo soñado por la chavalería de los 70 y 80. Allí estaba. Entre el zapato de mi hermano y el mío. Para que no hubiera dudas de que debía ser compartido.
Antes de desenvolver la caja ya sabíamos lo que era. La ilusión fue desbordante, al punto de que otros regalos pasaron a segundo plano. Obviamente lo montamos en el pasillo de casa con la ilusión y la inocencia por gasolina. Los coches eran preciosos. Lo pusimos en marcha. Fue una mañana maravillosa. Pero breve. «Esto ahora lo guardáis que ocupa mucho», sentenció nuestra madre, convirtiendo el comentario en orden militar.
Coches invisibles
Lo recogimos y lo dejaron en el armario más alto de la salita. Allá donde guardaban los adultos la cubertería de plata que nunca se sacaba y unos manteles de hilo que debían ser del ajuar de la abuela. Nunca más, que yo recuerde, volvimos a bajar la caja y, aún menos, montar el Scalextric. Así que jugábamos con los coches imaginando carreras por pistas invisibles. Igual es a eso a lo que se refieren los pediatras sevillanos. O a lo del balón.
En mayo del 77 el Athletic jugó la final de la UEFA frente a la Juventus. Ganamos, pero el valor del gol fuera de casa dio el triunfo a los italianos. El disgusto fue imperial. Pero nos sentíamos orgullosos de aquél equipo. Por eso, que los Reyes nos dejaran el balón oficial de entonces firmado por los jugadores y el entrenador fue motivo de una algarabía sin precedentes. Pero, como sucedería al año siguiente con el Scalextric, por aquello de que era poco menos que un incunable, acabó guardado en otro armario, no fuera que a base de patadas desgastásemos las firmas y el balón. Nunca lo chutamos. Todavía hoy está en aquél armario.
Debo confesar que gracias a ello está intacto. Algo absurdo para un balón, pero que le otorga valor de colección. Y así lo valoramos. En cambio hay otros regalos de reyes que tampoco tuvieron mucha vida y que pasaron al olvido. Como aquellos pijamas que traían los reyes en casa de alguna abuela o tía y que se guardaba, por si teníamos que ir un día a un hospital. Seguro que les pasaba lo mismo. Como a ciertos regalos, llamemos «extraños», que nadie pedía y aún así llegaban cuando el 5 de enero daba paso al 6.
He aquí mi lista. Para empezar, una guitarra. En algún momento, que no logro entender, los Reyes Magos vieron en mí a un futuro Paco de Lucía. Creo que sigue, dentro de su funda, en la habitación de mis padres. También cayó un año un palo de hockey. Eso respondía a que mi madre creía que todo deporte era mejor que el fútbol. Se lo regalé a un amigo que sí practicaba ese deporte. Y qué decir de aquellas gafas de esquiar. No las usé más allá del balcón de casa. Pero cada 1 de enero, cuando daban por la tele los saltos de esquí, me las ponía y simulaba lanzarme por las empinadas laderas. Al final van a tener razón esos pediatras. «Mientras menos hace el juguete, más hace el niño».
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