Un esquiador en verano es como un torero al otro lado del telón de acero, que cantaría Sabina. O eso pensaba. Hasta que he conocido ... a uno que lleva nueve décadas demostrando que las estaciones son relativas. «Me encanta bajar a todo lo que puedo», advierte, buscando informar, no presumir. Y eso que este año cumplirá 90 otoños. Quiero hablarles de alguien que merece aplauso. Juan Antonio de Régil Cantero. Miembro de una saga mítica de la escalada y el esquí. Hace unos meses logró el tercer puesto en la Copa del Mundo Máster celebrada en Baqueira. «No tiene mérito. Va por categorías de edad», añade. Pero omite un detalle. La mayoría tiene 20 años menos que él. No queda nadie de su edad. Es lo que tiene ser constante. Y pionero. Hablamos del esquiador que desafía al tiempo.
Nació en Bilbao, cerca de la Catedral de Santiago, el 26 de septiembre de 1935. El menor de cinco hermanos. Cuatro chicos y una chica. Andrés, Ángel, Josemari, Toñin y María del Carmen Agustina Consuelo, alias Consuelito. Todos esquiaban. Tres eran los más constantes. Entre ellos Juan Antonio. Como había que labrarse un futuro se lanzó por la carrera de Comercio. A los 19 años entra en el Banco de Bilbao como auxiliar administrativo. Estuvo 5 años. Ya por entonces iban a campeonatos. En 1953 se sube en serio a unos esquíes y empieza a saber lo que es bajar un slalom. Un equipo de araneses, tras participar, solían vender los esquís comprados previamente en Andorra. Era lo más. Y moderadamente asequibles.
Allí vio las primeras botas de plástico, en lugar de las de cuero. Ahora son más altas y te impiden caer hacia atrás. Pero en aquellos tiempos no quedaba otra que ir muy flexionado. Era muy duro. Y no era aún un deporte popular en nuestra tierra. Tolosa fue la cuna en Euskadi, a través de una empresa fabricante de clavos. Eran esquíes de madera. Jamás olvidará los que se le partieron durante una bajada en Navacerrada. Eran de una pieza y largos. Debían cuidar el encerado. La nieve se pegaba. En cuanto a la ropa, un pantalón grueso de lana y calcetines del mismo material. Como las botas llegaban justo por encima del tobillo, se amontonaba la nieve. Pero eran habilidosos. Sobre todo Josemari y Ángel. El primero participó en la primera exploración a los Andes de 1961. Pero no había que ir tan lejos para deslizarse por mantos blancos.
Recuerda de manera cristalina los refugios de Iberduero, nacidos de las cabañas de los pasiegos. Aunque la montaña es esa dama que a veces se cobra la peor de las facturas. El 16 de marzo de 1970, en un Gorbea cubierto por la niebla, muere Andrés. Desde entonces se celebra una prueba, marcada en rojo, para todos los esquiadores tanto de aquí como foráneos. Lo cuenta con ternura y con la templanza que dan los años. Además, no lo olvidemos, esta gente es de otra pasta. Sobre todo él. No es que vaya por pistas negras. Lo hace por la que todos abandonan. La del desafío a la edad.
Empezó a ganar de manera importante a partir de los 50 años y no ha parado. «Buey suelto bien se lame», le suele decir su mujer Carmen cuando se va a esquiar. Es asturiana. Y todos le llaman Minina. Se conocieron en el 67 y se casaron al año siguiente. También era muy buena sobre la nieve. Lo combinó con el cuidado de sus hijos. Covadonga, Carmen. Marta, Bárbara, Juan y Pablo. Al nacer el sexto colgó los esquíes. Pero entiende que él continúe. Los médicos no le dicen ya nada. La analítica es perfecta y sus únicas lesiones fueron siendo joven. No será porque no baja rápido. Que se lo digan a quienes le ven descender y no dan crédito al descubrir su edad. Desconocen el secreto. Para hacer eso hacen falta dos cosas. Llamarte Juan Antonio de Régil y ser de Bilbao.
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