Con el eco de las voces cantarinas de la suerte resonando aún en los oídos, nos acercamos a la estación de Atxuri para subirnos al ... tranvía que para a su vera. De golpe regresamos a los años de menos canas. Cuando los raíles nos traían de la fiesta a los hogares. Algo tienen los trenes que atrapan recuerdos. Sobre todo en Bilbao. No lo digo yo, sino Carmelo Zaita Rubio, vocal de la directiva de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Bilbao. Fue maquinista en Euskotren, en FEVE y en Metro Bilbao. Nos ha llevado por arriba y por abajo, con locomotoras de todo tipo. Sus libros, tanto el que relata la historia del tren a Tudela, como el de nuestras siete estaciones, plasman a la perfección lo importantes que fueron las vías para nuestra capital. Por eso les animo a recorrer rincones ferroviarios del ayer. Solo así podremos entrar en estaciones desaparecidas, como la de Zorrotza.
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Se cerró al abrir la de La Concordia. No era raro que pujaran varias por los mismos clientes. Ni París ni Madrid tuvieron tantas funcionando a la vez. Hablamos de estaciones Terminal. Como Abando. La de los mil nombres y otras tantas curiosidades. 80.000 metros cuadrados de parcela. Para hacerla se removieron 26.000. Una obra descomunal no exenta de especulación. Ciertas familias compraron los terrenos a perra gorda, para venderlos después a precio de oro. Se inauguró el 31 de marzo de 1863.
Una de sus míticas locomotoras fue la Izarra. Cuenta Carmelo que en el segundo viaje de prueba a Miranda pararon a comer en el Txomin. No había tantas prisas como ahora. Pero tenemos que avanzar. Pasemos a San Agustín. Activa hasta 1973. Los terrenos habían pertenecido a un convento derruido por un bombardeo en las Guerras Carlistas. Era pequeña y sencilla de mantener. Pero el tranvía empezó a ser un duro rival y sucumbió. Así que nos vamos a la Naja. Aprovechó un muelle que utilizaba el Tudela-Bilbao lo que le permitía entrar sin necesidad de túnel.
Pasemos ahora a la Bilbao Calzadas, donde se encuentra el museo arqueológico. Fue la primera estación en vertical y por plantas. Dicen que era la más silenciosa por ser el punto de partida de los difuntos hacia Derio. Los féretros se distribuían en coches de primera, segunda y tercera. Clases hasta para morir. Dejemos este lugar para ir a La Concordia. Edificio modernista y combinación perfecta entre arquitectura e ingeniería.
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Severino Achúcarro y Valentín Gorbeña compartían amistad y lazos cercanos, cosa que se notó en el proyecto. Fíjense en las columnas. Fabricadas en Altos Hornos. Hasta los años 40 estaban tapadas. En otro momento les contaré más cosas, pero ahora nos toca ir a la Aduana. Es decir, a San Nicolás. Fue la última y se creó para competir contra el tranvía, con el recorrido de Las Arenas a Bilbao. Acabó llegando a Plentzia. Crearon vías alternativas para los llamados trenes playeros que pasaban, hasta 1984, cada cuarto de hora.
Los terrenos pertenecieron al convento de Santa Clara que más tarde fue aduana. De ahí el nombre. Era otro de los edificios de desarrollo vertical. Pasemos a Atxuri. Levantada donde estaba el antiguo lavadero, costó hacerla. En 1911 se presentaron tres proyectos y ganó Manuel María Smith. Un año después ya funcionaba. Tuvo restaurante. Su llamativo escudo tiene los escudos de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, pero no se olvida de las cadenas de Navarra, no tanto por ideología política como por estrategia comercial de la compañía de Ferrocarriles Vascongados.
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Fue muy llamativo por entonces su elegancia y la amplitud de los coches salones donde se podía comer y, con el paso de los años, también cenar. Es la favorita de los ferroviaros y un edificio protegido. Por eso no quieren que sea una cochera. Sino un museo. Para que paisanos y foráneos jamás olviden el peso de Bilbao en la historia del ferrocarril. Piénsenlo estos días en que los andenes se llenan de abrazos, besos, bienvenidas y adioses. Y recuerden que esas lágrimas de alegría o de tristeza caerán, como otras antes, en la vieja capital de los trenes.
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