Alfonso XIII examina el Telekino con Torres Quevedo.
Bilbainos con diptongo

Las bilbainadas de Torres Quevedo

Lunes, 29 de septiembre 2025, 00:30

«En Las Arenas y frente al Club Marítimo del Abra, hubo también por la mañana mucha animación, pues desde la terraza de aquella Sociedad ... hizo maniobras con notable precisión en un bote que se hallaba en el Abra, por medio del telekino de su invención, el ilustrado ingeniero Torres Quevedo». Así apareció recogido en 'El Noticiero Bilbaino', el viernes 7 de septiembre de 1906, el momento en que se probaba, oficialmente, el primer mando a distancia y control remoto de la Historia. No es casual el lugar. Leonardo era muy dado a las bilbainadas. A las de verdad, no las del chiste fácil. A las que llevan ingenio, valentía y, si se puede, servicio a una causa. En este caso, al progreso. Y no fue la primera vez que tuvo esa relación con nuestra villa.

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Nació el 28 de diciembre de 1852 en una casona que contaba con capilla y biblioteca, en la cántabra localidad de Santa Cruz, Molledo. Allí sigue para orgullo de sus vecinos que repiten lo escuchado sobre la familia. El padre se llamaba Luis Torres Vildósola y Urquijo. Un ingeniero de caminos que trabajaba en ferrocarriles. El oficio paterno provocó que el niño Leopoldo pasara largas temporadas lejos de los suyos. Algo llevadero gracias a la generosidad de Concepción y Pilar Barrenechea, pertenecientes a un ilustre linaje bilbaino. De ellas obtuvo educación, cariño y, con los años, una suculenta herencia. De hecho tuvo que pleitear con un pariente troncal.

Pero esa es otra historia. Hincó codos en el Instituto de Enseñanza Media del Botxo. De ahí a París y de la Cuidad de la Luz a Madrid, para seguir los pasos del padre. Solo dejó los libros durante la Tercera Guerra Carlista para acudir como voluntario a la defensa de Bilbao, en uno de los famosos Sitios. Ya adulto y licenciado combinó sus estancias entre Santander y Madrid, pero siempre con un ojo en el Botxo. O en nuestros referentes fuera. Como en las pruebas del invento que traemos hoy aquí. El Telekino. La idea era manejar desde tierra los enormes dirigibles, tan peligrosos, cargados de hidrógeno. Así que empezó con algo más simple. Un triciclo. Y de todos los lugares de Madrid eligió el hoy recuperado Frontón Beti-Jai. Después hizo lo propio con un bote en La Casa de Campo. Pero necesitaba algo espectacular. De ahí su viaje al Abra. Fue un hito mundial. Porque el invento de Tesla, unos años antes, tan solo lograba encender y apagar a distancia. Nada que ver con la genialidad creada por Torres Quevedo. Un hombre que tuvo presencia, antes y después, en otros asuntos relacionados con nuestra villa. En 1907 creó el primer gran transbordador para personas en el donostiarra monte Ulía, cuya construcción corrió a cargo de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería de Bilbao. Y para dejar al mundo aún más boquiabierto ideó el Spanish Aerocar. El teleférico, o aerotransbordador, más antiguo en funcionamiento del planeta. Está en las Cataratas del

Niágara. El grupo de accionistas del Niagara Spanish Aerocar Cº Limited, con sede en el 4 de nuestra Gran Vía, fue constituido por Juan Víctor Aguirre, Alfredo Alday, conde de Aresti, herederos de Manuel Ayarragaray, Horacio Echevarrieta, Isidoro del Campo, Pedro Chalbaud, Compañía ransatlántica, Enrique Gana, Valentín Gorbeña, José A. Ibarra, Pedro Icaza, Manuel y Luis Lezama-Leguizamón, José María Olábarri, José Orbegozo, Sociedad Anónima de Estudios y Obras de Ingeniería, el propio Leonardo Torres Quevedo y alguno más que seguro me dejo.

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Porque fueron muchos quienes se unieron en esa y en otras muchas ideas que cambiaron el mundo. Por eso cuando llegó la efeméride, y nadie se hizo eco, sentí pena. Recordar la eterna apuesta por el progreso que siempre mantuvimos debería hacernos reflexionar sobre lo que hoy hacemos. Torres Quevedo vivió parte de su vida en un Bilbao que de verdad quería ser capital del Mapamundi. Pero no en tertulias de barra o en los viejos chistes. Sino allá donde hay que tener un par. Ya no hay gente valiente que apoye ideas nuevas que parecen locas. Nos aferramos a lo seguro. Y así nos va.

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