Lo de García Rivero es otro nivel: las baldosas de la discordia
Hay baldosas bonitas, feas, con virutas, sin ellas, grandes, pequeñas y hasta sueltas. Lo de García Rivero es otro nivel. Hasta el más despistado veía ... que apuntaba a desastre. Las juntas, los cortes torpes y las diferentes tonalidades dejaban claro que se estaba perpetrando una chapuza. Pocas veces, no es la primera vez ni el único lugar, se ha hecho tan mal la peatonalización, parcial o total, de una calle. Han fallado quienes lo han hecho y quien debía supervisarlo. Pero de eso ya se ha hablado. Los culpables, como siempre, se lavarán las manos y las culpas caerán en tres currelas de una subcontrata que se comerán el marrón. Lo que queda es saber cuándo y cómo lo van a terminar. Vecinos y comerciantes están al borde de la desesperación. Insisto, hay más zonas. Si esto pasa en el centro imaginen en otros barrios. Pero García Rivero es el ejemplo perfecto de otro tema que hoy les traigo. La mala baba.
No hace falta salir de este periódico para leer comentarios que dicen mucho de la empatía actual. Desconozco el origen de tanta rabia. Y en las redes ni les cuento. «Que se jodan», es lo más fino. Un deseo destinado tanto a vecinos como a comerciantes.
Los primeros por vivir en el centro y ser unos pijos de mierda, aunque no lo sean. Hay que pedir perdón por residir en ciertas zonas. Y lo mismo con los comercios. «Se quejan, pero no dirán nada cuando tengan una calle preciosa», añade alguno. Me pregunto dónde vivirá para cargar tanta ira. Porque conozco a alguien que tiene el buzón cerca, ha estado en contra de peatonalizar su calle y ahora tiene envidia de cómo va a quedar la del vecino.
Clásico espécimen que jamás se extinguirá. Prefiere seguir en la mierda antes de que le vaya bien al de enfrente. Cada obra proyectada en un barrio genera las críticas del resto. 'Por qué a ellos sí y a nosotros no' o 'lo pagamos todos pero lo aprovechan unos pocos'.
Y vale para escaleras mecánicas, ascensores y fuentes. Hace poco asistí a la bronca de un vecino de Leioa con otro de Zorrozaurre. Defendían que lo invertido en el otro era un despilfarro y en lo suyo una inversión. Y luego está la hostelería.
Cuando levantaron El Ensanche faltaron segundos para que cierta gente se alegrara de que les bajara la facturación a la mitad. «Con lo que roban lo recuperan en dos días», proclamaban airados quienes no han llevado un negocio en su vida. Lo mismo pasa con García Rivero. Que yo sepa a nadie obligan a entrar en un restaurante o en un bar. Pero eso no impide el insulto. No les digo nada si es de estrellas Michelin. Pues no vayas, como hago yo, y ya está.
Pero no. Fastidia que exista algo así. Como si esa pasta no fuera tan necesaria como la del resto a la hora de recaudar impuestos. Que se lo pregunten a nuestra Hacienda que puede saber cuánto lleva facturado la cafetería de la esquina en tiempo real. Por eso me gustaría lanzar una pregunta a esa gente irritada con todo. ¿De dónde sale esa ira?
De paso que nos cuenten en qué trabajan, si lo hacen, y qué empleos o empresas les parecen dignas. También a partir de qué sueldo te pueden insultar o ya no puedes opinar de nada. Por supuesto que nos digan a qué dedican el tiempo libre, no sea que estemos haciendo el chorra. Y que no se olviden de contar con qué país, colectivo o causa hay que estar a favor o en contra, cómo educar a los hijos y si se puede tener mascota y de qué tipo. En definitiva, que aclaren qué debemos hacer para que no expulsen más mierda por la boca. Lo de las obras de García Rivero demuestra, una vez más, que somos como esas baldosas. Todas enfadadas con todas. Desunidas. Olvidamos que, por aquello de la armonía, no queda otra que intentar llevarse bien. O, al menos, soportarse. Es la única forma de que no se joda, aún más, esa frágil acera llamada convivencia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión