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La pesadilla de Theresa May

La primera ministra «fracasó en su pretensión de obtener del electorado un mandato claro, incontestable y sin fisuras a su visión sobre el abandono de la UE»

Alberto López Basaguren

Sábado, 10 de junio 2017, 01:16

Hasta el jueves por la noche, la primera ministra británica, Theresa May, tenía un sueño; hoy vive en medio de una pesadilla. Descubrió que cabalgar ... el 'Brexit' duro era la gran oportunidad de los Conservadores -y, sobre todo, la suya personal-. En la cresta de la ola de los sondeos de opinión, cuando sacaba a los laboristas una abismal ventaja de veinte puntos, convocó elecciones anticipadas, dejando maltrecha, con la colaboración imprescindible de los Laboristas, la ley de periodos parlamentarios fijos (Fixed-term Parliaments Act 2011), aprobada para tratar de limitar una práctica que se consideró nociva para el sistema democrático.

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El sueño de Theresa May era lograr una mayoría parlamentaria tan amplia que le permitiese gobernar con las manos libres, sin estar a merced del Parlamento, sin depender de los humores de los miembros de su propio partido que van -relativamente- por libre: de los 'backbenchers' (los de las filas traseras de la Cámara), que en cuestiones controvertidas anteponen sus propias convicciones -y las de los electores de su circunscripción- a las decisiones de su partido, desvaneciendo la mayoría parlamentaria del Gobierno cuando es relativamente ajustada o reforzándola, cuando consigue convencer a los 'backbenchers' de la oposición.

Era su forma de diluir las consecuencias de la decisión del Tribunal Supremo de Reino Unido -caso Miller & Dos Santos-, que impone la obligación constitucional de que el Parlamento adopte la última decisión sobre el abandono de la UE. Si los jueces se empeñan en que el legislativo decida, pareció pensar May, dispongamos de un Parlamento absolutamente domesticado a la voluntad del Gobierno.

El sueño de Theresa May portaba en sus entrañas un virus potencialmente devastador para el sistema democrático británico: convertir a Reino Unido en un país de partido único... al menos por algún tiempo, con un Parlamento que actuara como pasiva caja de resonancia de las decisiones de un Gobierno asfixiantemente dominado por la primera ministra. Un terremoto en un sistema que tiene a gala estar construido sobre el principio de la soberanía parlamentaria y sobre la relación directa y estrecha entre electores y representantes que posibilita el sistema electoral mayoritario (first past the post), virtud que compensaría sus, potencialmente, devastadores efectos en la proporcionalidad de la representación; un sistema en el que el liderazgo al frente del Gobierno suele ser limitado, integrado más por un equipo de rivales (team of rivals) que de 'mandados', como es costumbre entre nosotros.

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El electorado británico frustró el sueño de Theresa May: revalidó la mayoría parlamentaria conservadora, pero debilitándola. Los 'tories' formarán Gobierno pero la primera ministra sale profundamente tocada: fracasó en su pretensión de obtener del electorado un mandato claro, incontestable y sin fisuras en respaldo a su visión sobre el abandono de la UE, mostrando una debilidad de liderazgo que había tratado de ocultar tras un discurso pretendidamente fuerte. El liderazgo de May está herido de muerte, aunque no sea relegada, necesariamente, de forma inmediata.

Se fortalece la percepción de que el 'Brexit' duro es crecientemente improbable, lo que provocará tensiones extremas con los conservadores más obcecados y con la prensa amarilla más beligerante. Un ambiente que hará muy difícil agotar la legislatura. Las elecciones anticipadas tienen una alta probabilidad a medio plazo. Gran Bretaña, mientras tanto, ha perdido un tiempo precioso en la preparación de su salida de la UE, su mayor reto en mucho tiempo. Y lo va a seguir perdiendo: difícil imaginar una situación peor.

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Los resultados electorales incluyen otros elementos de interés. Los laboristas de Corbyn muestran alivio; parecen asumir que sólo pueden aspirar a ser el referente de la oposición, sin quedar relegados a la irrelevancia pero incapaces de luchar por la mayoría. La movilización de los jóvenes -tendencialmente proclives a la pasividad electoral- parece haber sido decisiva, lo que representa un interesante elemento de análisis sobre el futuro.

Finalmente, la trascendental cuestión territorial: Escocia e Irlanda del Norte. El 'Brexit' ha introducido una tensión sin precedentes, añadiendo un elemento potencialmente devastador. Ese elemento desestabilizador no va a desaparecer del horizonte político británico y su juego va a depender de cuál sea la solución final del proceso. Pero los resultados electorales obligan a un análisis incomparablemente más complejo que el simplismo causal mostrado por quienes tienen intereses políticos que respaldar.

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Ni en Escocia, sobre todo, ni en Irlanda del Norte se da una relación simple entre el deseo de permanecer en la UE y el apoyo a la independencia -o a la unión con la República de Irlanda-. Los electores de esos territorios responden a un conglomerado de factores que trascienden la cuestión territorial. Las importantes pérdidas del Partido Nacional Escocés, SNP, así lo muestran. Y es cierto que se ha reforzado el apoyo a Sinn Féin pero también a los unionistas del DUP, demostrando que, a pesar de todo, la demografía parece seguir siendo favorable a los unionistas.

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