La avalancha de atentados yihadistas tiene aturdida a Europa. Los sistemas de seguridad de los países más poderosos se ven desbordados por unos terroristas que ... están dispuestos a inmolarse, que utilizan los instrumentos de ataque más variados y cuyos objetivos son de lo más diverso. Hay un común denominador: su pertenencia a Daesh, que, en la práctica, es algo bastante confuso: puede ser la vinculación a una organización muy estructurada o una referencia vaga de lobos solitarios, con un enlace por Internet. Cada atentado requiere un análisis específico. Pero el de ayer en Saint Etienne de Rouvray, en la Normandía francesa tiene una característica muy singular que puede llevar al corazón ideológico del problema: ha sido un ataque contra una pequeña comunidad cristiana en el momento en que celebraba la misa y se ha realizado en Francia, el país laico por excelencia, en el que la Iglesia tiene una presencia nada ostentosa. Los enfrentamientos supuestamente religiosos en Oriente Medio están a la orden del día, pero se identifican normalmente con rivalidades étnicas. Las minorías de esos países son unas minorías a las que se ataca implacablemente. Pero ahora se ha dado un paso más: en la estrategia de trasladar el conflicto a Occidente, en la medida en que militarmente está retrocediendo en su territorio matriz, Daesh ha atacado a una iglesia cristiana de forma salvaje y cruenta. No han atentado contra una aglomeración masiva de fieles. Paradójicamente el que se tratase de un cura anciano, de tres monjas y otras dos personas, pone de relieve que lo que se quería es atentar contra el cristianismo como religión, como historia y como inspirador de una cultura.
Publicidad
No está en juego el grado de fervor islámico de los atacantes ni el de su fanatismo ideológico. Lo más destacable, en mi opinión, es que Daesh representa una versión del islam especialmente peligrosa porque vincula una mentalidad teocrática con un proyecto estatal expansionista. Y cuenta con un mito fundacional muy potente, la revelación divina a Mahoma y su triunfo militar. Ciertamente por el camino arrambla con marginados y desequilibrados, carne fácil de cañón, pero nos equivocaríamos si no captamos la hondura de sus raíces ideológicas y políticas. En absoluto se trata de una guerra de religiones. Son los Estados democráticos los que tienen que confrontarse con el terrorismo yihadista y reducir una religión totalitaria y violenta. Pero sí hay un debate muy serio en Europa sobre la relación entre monoteísmo y violencia. Creo que el monoteísmo puede derivar hacia posturas impositivas, intolerantes y violentas, y no por meros condicionamientos históricos, sino por su propia dinámica interna. Como también creo que el monoteísmo puede relativizar todas las ideologías, sin suplantarlas ni identificarse con ninguna, y promover un saludable relativismo histórico. La capacidad de entrega de la propia vida puede ser mortífera o salvífica. Depende de la experiencia que la alimente y de si en su seno ejercita o ciega el uso crítico de la razón. Occidente no ha reaccionado con la debida firmeza ante la persecución de las minorías cristianas en los países musulmanes. Los primeros perjudicados han sido esos países porque se trata de minorías, en general, preparadas, dinámicas, que enriquecían mucho la vida social. Por cierto que esos cristianos tienen unas raíces en Oriente Medio muy anteriores al nacimiento del islam. El ataque a una iglesia católica en Francia no sé si es un salto cualitativo en la estrategia terrorista de Daesh, pero ciertamente pone al descubierto la ideología del movimiento, más allá de lo que los ejecutores puedan percibir. Me siento hoy muy solidario con Francia, con sus valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. He envidiado, a veces, su espíritu laico por su capacidad de integración de las diversidades en un proyecto nacional. Temo y siento que esto parece resquebrajarse. He solido pensar que el futuro del islam se jugaba en buena medida en Francia, en la reacción que los musulmanes franceses, ya de tercera generación, tuviesen ante el Estado francés laico y democrático.
Hoy «re-cuerdo», es decir, me vuelve al corazón, a los ocho trapenses franceses del Monasterio de Santa Maria del Atlas en el corazón de Argelia, que fueron degollados por los islamistas en 1996. Lo cuenta magistralmente la película 'De hombres y dioses', que ganó un premio en Cannes. En medio de la crudelísima guerra civil rechazaron la protección del ejército gubernamental, pero también repudiaban la violencia de la guerrilla. El monasterio estaba abierto, los niños jugaban en su patio, los monjes rezaban con muchos musulmanes, la gente les quería. Pero su vida peligraba cada día y ellos lo sabían. En la película hay una escena genial, emocionante, en la que los ocho monjes deliberan si deben quedarse o irse, como muchos les piden. Van haciendo sus reflexiones, se ven sus rostros alegres y preocupados, beben una botella de vino en lo que presagian como su última cena, mientras escuchan música: el lago de los cisnes. El abad, pocos meses antes, había escrito un testamento de despedida porque presentía lo que iba a suceder. Entre otras cosas dice: «Si un día me aconteciera a mí ser víctima del terrorismo, podría ser hoy () quisiera que recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país () conozco también qué caricatura del islam promueve cierto islamismo ( ). Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estás haciendo, también a ti quiero decirte gracias y a-Dios en cuyo rostro te contemplo».
Combatir con firmeza el terrorismo con todos los medios democráticos. Denunciar y atajar la proclividad violenta y fanática de un Islam que no pasa por la razón crítica. Pero también mostrar que hay una experiencia religiosa, que trasciende toda forma institucional y que ensancha, ennoblece y purifica la existencia humana.
Publicidad
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión