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Estado en el que quedó el escudo blindado tras el que se protegían los policías de élite que se enfrentaron con los terroristas en el interior de la sala Bataclán. Recibió 27 impactos de bala.

Los agentes de élite que asaltaron Bataclan entraron en «el infierno»

Los policías que accedieron a la sala de conciertos para salvar a los rehenes relatan cómo encontraron un local repleto de cadáveres, donde reinaba un silencio roto por el sonido de los móviles de las víctimas, y en el que los terroristas se parapetaban tras una veintena de espectadores

óscar b. de otálora

Martes, 17 de noviembre 2015, 20:23

«Era el infierno». Así recuerda el interior de la sala Bataclan uno de los agentes de la Brigade de Recherches e Inervention (BRI), la únidad de élite que entró en el local para intentar salvar a los rehenes de los yihadistas. Su testimonio y el de otros de sus compañeros, que han comenzado a hablar para los medios galos, es estremecedor y revela el pánico que se vivió durante casi dos horas. Dos horas de sangre y fuego.

La veintena de agentes que entró en Bataclan no eran novatos. Muchos de ellos habían participado en enero de este año en el rescate del Hiper Caché de Vincennes, el supermercado judío en el que se hizo fuerte el islamista Amedy Coulibaly, tras asesinar a tres rehenes. Los miembros de la BRI asaltaron el local, eliminaron al terrorista y salvaron a los ciudadanos secuestrados. Al comparar esta acción con la entrada en Bataclan uno de los agentes ha comentado: «fue como entrar en el Hiper Caché pero elevado a la décima potencia». En el supermercado había media docena de personas. En la sala de conciertos se habían reunido mil espectadores.

Cuando la BRI llegó al Bataclán, a las diez y cuarto de la noche, los tres islamistas ya habían cometido una matanza en la zona del escenario al abrir fuego con los fusiles de guerra sobre la multitud. Llegaron a recargar sus armas en tres ocasiones para seguir disparando. Uno de los asesinos, sin embargo, ya había muerto. Al parecer, un agente de la Policía Anticriminal había entrado solo en Bataclán, nada más tener conocimiento de lo que estaba pasando. Este agente se dio de bruces con uno de los terroristas, armado con el 'Kalashnikov', y abrió fuego con su pistola reglamentaria. El yihadista explotó. Todavía no se sabe si porque una de las balas impactó con el chaleco explosivo o porque le dio tiempo a activar el mando a distancia.

Cuando los agentes de élite llegaron al escenario se dieron de bruces con el horror. Decenas de cuerpos, empapados en sangre, les contemplaban desde el suelo. Muchos de ellos estaban ya muertos y otros agonizaban. Algunos se incorporaron al ver llegar a los policías. Habían salvado su vida haciéndose pasar por cadáveres. «El olor era insoportable», rememora un policía. El silencio descorazonador sólo era roto por las llamadas inútiles que recibían los móviles de los fallecidos. Su familiares intentaban contactar con ellos.

Una columna de miembros de la BRI -equipados con ropa oscura de combate, chalecos antibala y cascos blindados- comienza a recorrer el laberinto de pasillos del Bataclan. El primero de ellos porta un escudo de acero para protegerse de un hipotético tiroteo. Pero según avanzan por los estrechos corredores no encuentran a nadie. El suelo está salpicado de sangre y dorados casquillos de bala. Descubren un rifle de asalto y dos cargados de 'Kalashnikov' unidos con cinta aislante. En ese momento especulan con la posibilidad de que los terroristas hayan huido.

Al llegar al piso superior abren la primera puerta con la que se topan. En su interior, una décena de jóvenes aterrorizados les contempla con estupor. Se habían refugiado allí al comenzar al tiroteo y no sabían si quien giraba el picaporte sería un policía o un terrorista. Los agentes comienzan a evacuar heridos sin dejar de controlar los pasillos. Según avanzan se encuentran con espectadores escondidos en todos los rincones, en armarios, en estanterías e incluso en el falso techo. En una de las habitaciones, los espectadores allí refugiados se niegan a abrir a la puerta, ante el temor a que al otro lado les esperen los terroristas. Acceden a salir cuando los agentes les convencen de que no son los asesinos. «Luego nos ordenaron salir sin mirar al suelo. Había sangre por todos los lados», relata un testigo.

A las once de la noche, tras una lenta evacuación de heridos, los miembros de la BRI llegan a una de las puertas que les queda por examinar. No llegan a abrirla porque una voz chilla desde el otro lado. Es uno de los rehenes. Los islamistas le obligan a suplicar a los policías que se marchen. Con la voz dominada por el pánico, esta persona les advierte de que los terroristas han amenazado con decapitarles y comenzar a arrojar cadáveres por una ventana. El rehén detalla también que sus captores están armados y llevan cinturones de explosivos.

Los agentes escuchan entonces una serie de cifras que alguien grita a través de la puerta. Es el número de teléfono de uno de los islamistas. Al instante le llama el negociador de la BRI, el experto que ya había participado en otros rescates de rehenes. También en el asalto del hipermercado judío. La conversación, según han revelado los agentes, es absurda. Se producen cinco llamadas en las que los terroristas continúan con sus amenazas y realizan declaraciones genéricas sobre Siria. Los expertos comienzan a pensar que los asesinos están ganando tiempo para preparar una trampa. A las doce y veinte de la noche, el prefecto de policía da la orden definitiva. La BRI debe asaltar esa última habitación.

Explosiones

El caos se desencadena. Cuando los agentes abren la puerta se encuentran con un pasillo de diez metros de largo, en el que una veintena de rehenes les mira aterrorizados. En una acción feroz. Los agentes de élite se lanzan hacia los terroristas parapetados en el escudo de acero. Además, arrojan granadas paralizantes. Los islamistas abren fuego. «Ráfagas largas y precisas. Estaban entrenados», recuerda un policía. Un rehén ve como una granada cae a sus pies. Estalla y él salta por los aires. Los agentes avanzan por encima de su cuerpo. «Ha sido el dolor más feliz de mi vida. Me sentía protegido», confesaría este ciudadano horas después.

Los terroristas estallan. Todavía no se sabe si por la onda expansiva de las granadas o por la propia decisión de los yihadistas. Un policía recibe un disparo en una mano. El escudo que protegía a los agentes tiene 27 impactos de bala. La versión en este momento es confusa. Según algunos medios, en ese tiroteo en el pasillo no llegó a haber bajas entre los rehenes. Otras fuentes afirman que sí hubo personas alcanzadas por el fuego.

En Bataclan fallecieron 89 personas. Todas ellas habían acudido a ver el espectáculo del grupo Eagles of Death Metal. Cuando escucharon los primeros compases el infierno se desencadenó.

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