Esto no podía pasar en EE UU
Hace 82 años el Nobel de Literatura Sinclair Lewis ya anticipó en una novela la llegada de un líder totalitario a la Casa Blanca
Pedro Ontoso
Martes, 21 de febrero 2017, 01:28
«Conozco a la prensa demasiado bien. Casi todos los directores de periódicos se esconden en nidos de arañas. Se trata de hombres que no ... piensan en la familia, el interés público ni el humilde placer de salir de excursión al aire libre. Se pasan el día tramando cómo pueden extender sus mentiras, fomentar sus posturas y llenarse con ansias los bolsillos, calumniando a los hombres de estado que han dado todo por el bien común y son vulnerables porque destacan en la intensa luz que rodea al Trono». Berzelius Windrip desconfía y menosprecia a los medios de comunicación porque sabe que son la base de las sociedades democráticas. Odia y combate a los periodistas que le critican. Windrip, conocido con el apelativo de Buzz, es el candidato por los (supuestamente) demócratas a la Casa Blanca en la América de los años 30, y es el personaje de la novela Eso no puede pasar aquí (Antonio Machado Libros), publicada en 1935 por el escritor Sinclair Lewis, el primer premio Nobel estadounidense, con el título original It Cant Happen Here. Windrip toma el poder en un momento decisivo con el auge de los totalitarismos en Europa. Es una fábula, una mezcla entre realidad y ficción, pero los paralelismos con el triunfo de Donald Trump en pleno ascenso del populismo son inevitables.
Lewis despliega su inagotable talento para describir y retratar la América rural y provinciana que surge tras el crac bursátil de 1929. Una sociedad pacata y miedosa, muy pegada a la Biblia -pero con una doble moral- y a la familia, y al mismo tiempo, incubadora de un patriotismo exacerbado y de un nacionalismo excluyente. El material más sumiso para cualquier agitador, advierte el escritor. En medio de una crisis económica cualquier mesías que promete el cielo puede resultar bienvenido. Es el caso de Windrip, candidato a la presidencia, que manipula los ideales americanos y los envuelve en un discurso populista y demagógico, para ocultar su verdadero propósito: crear una sociedad totalitaria. Se trata de un demagogo ignorante que posee una retórica irresistible que termina germinando en un ambiente de radicalización social.
Windrip engatusa a los ciudadanos, a los que convierte en los constructores de la Nueva América, frente al New Deal impulsado por Rooselvet, y seduce a los votantes con promesas descabelladas. La mayoría de la sociedad norteamericana se deja querer, sin saber que camina hacia el abismo. Y eso que el himno de campaña, Sacad el mosquetón de antaño, era ya toda una declaración de intenciones.
De manera paralela, en esta sátira política, Lewis cuenta la historia de Doremus Jessup, director del periódico Informer, de Vermont, que se opone al líder populista y megalómano, pero que acabará llegando al poder. El candidato tenía en contra a periódicos como el Saturday Evening Post o el Times neoyorquino, pero las publicaciones religiosas le bendecían como una persona inspirada por Dios. También le jaleaban los periódicos del magnate William Randolph Hearst, poderoso y ambicioso personaje, una opción que algunos podrían comparar con la de Rupert Murdoch, propietario de Fox News y otras marcas en el sector de la comunicación.
Arrolladores escuderos
Si se cambian nombres, fechas, escenarios y siglas existen ciertos paralelismos con el fenómeno Trump. Si donde antes se ponía comunistas y judíos ahora se pone musulmanes y mexicanos, casi encajaría como un guante. Detrás del populismo barato que exhibe Windrip como estrategia para obtener el poder se encuentra un personaje tóxico pero eficaz, Lee Sarason, verdadero artífice de la ideología fundacional del candidato, condensada en La hora cero, la biblia de la justicia económica.
Nada más llegar a la Casa Blanca, Windrip le recompensará con el cargo de secretario de Estado con mando, como mariscal en jefe, de las nuevas hordas militaristas. ¿Recuerda este personaje a Steve Bannon? Miembro del Consejo de Seguridad Nacional, el órgano consultivo más poderoso del mundo, es el estratega jefe de la Casa Blanca, y el hombre de más confianza en el círculo del presidente. Bannon y Sarason son publicistas. A Bannon se le asocia con la ultraderecha y está acusado de racismo y antisemitismo. Sarason también era un ultranacionalista, xenófobo y antisemita. Y su mensaje a los medios es el mismo: mantengan la boca cerrada.
A Windrip, como a Trump, se les llena la boca con la promesa de que el poder es para el pueblo. Au nom du peuple es la leyenda que se lee, también, en el atril desde el que la ultraderechista Marine Le Pen vende su patriotismo económico y su proteccionismo inteligente entre gritos xenófobos de On est chez nous (Esta es nuestra casa).Windrip, el personaje del escritor norteamericano, lo utilizó en su multitudinario mitin de cierre de campaña. «Dicen que quiero dinero, poder. Es verdad que quiero poder, un poder grande, fabuloso e imperial. Pero no para mí, ¡no! ¡Es para vosotros!» A Trump también le gustaría un poder sin límites, ahora que los jueces le han frenado alguno de sus decretos más polémicos.
Censura total
Fue lo primero que se aseguró Windrip nada más ganar las elecciones. Dos días antes, ante sus seguidores, había pintado un paraíso democrático en el que, tras destruir la vieja maquinaria política -atentos a las andanadas de Trump contra las elites de Washington- «cada trabajador, por muy humilde que fuera, sería rey y señor y dominaría a los representantes elegidos de entre su propia clase de gente». Con las urnas todavía calientes se quitó la careta. En cuanto el presidente del Tribunal Supremo le tomó juramento, envió un mensaje especial al Congreso pidiendo la aprobación inmediata de un proyecto de ley que planteaba el punto 15 de su plataforma electoral: que él debía tener el control absoluto del poder legislativo y ejecutivo y que se inhabilitara al Tribunal Supremo para ejercer el derecho de veto con respecto a cualquier acción que le apeteciera tomar. Las dos cámaras se negaron.
Windrip no lo dudó ni un minuto. Impuso un estado de ley marcial «debido a la crisis actual» y desplegó a sus milicias -una especie de Guardia Nacional fascista-, a las que dotó de armas y munición como comandante en jefe. Las tropas ocuparon el Capitolio. Ambas cámaras aprobaron una moción que declaraba el punto 15 temporalmente en vigor durante la crisis. Estallaron disturbios en Washington y en todo el país.
El obispo Paul Peter Prang, que había bendecido a Windrip en sus atronadoras y seguidísimas homilías radiofónicas, se presentó en la Casa Blanca para reprender a su travieso discípulo. El reverendo, un Demóstenes de la pradera que vomitaba ira bíblica por su enorme boca, según la descripción de Lewis, salió pálido y tambaleándose. Luego fue detenido po su seguridad e internado en un psiquiátrico. Como muchos otros. Más tarde llegaría la censura total de prensa. Estados Unidos entraba en una época glacial. ¿Eso no puede pasar aquí? «Bienaventurados los que no son patriotas ni idealistas», escribió Doremus en su Informer.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión