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El hospital que era «un pequeño mundo»
El edificio actual de Santa Marina, que cumple 75 años, nació como un centro para enfermos de tuberculosis, entonces un mal sin cura
Ahora es un hospital de referencia en el tratamiento de enfermedades crónicas y en atender a personas mayores, aunque para quien lo ve por primera ... vez suele llamar la atención por su emplazamiento en las faldas del Avril, que parece el capricho de algún aficionado al monte, y por las líneas modernas de su funcional diseño racionalista, que lo hacen parecer más reciente de lo que realmente es. Santa Marina, el edificio, cumplirá 75 años en junio, aunque su historia médica se remonta años atrás, a un tiempo en el que la tuberculosis era un mal sin remedio que azotaba Europa y causaba estragos en Bilbao y Bizkaia.
El doctor Javier Garrós, actual jefe de la Sección de Neumología del centro, ha documentado su historia al detalle. La tuberculosis es una infección bacteriana contagiosa que afecta sobre todo a los pulmones. El agente que la provoca fue descubierto en 1882, poco después de que se determinaran sus vías de contagio. Para impedir el mismo y a falta de una cura para la que entonces era una enfermedad de gran mortalidad, se crearon, «siguiendo modelos europeos, los sanatorios como los del monte Gorbea, Gorliz o, más adelante, Santa Marina».
«Se construían aislados de los núcleos de población y en lugares altos o junto al mar, bien aireados y orientados», explica Garrós. Porque el tratamiento «consistía en reposar, tomar el sol –helioterapia–, pasear y sobrealimentarse», detalla. «En 1924 la Junta Provincial Antituberculosa inició los trámites para construir Santa Marina. Tanto el emplazamiento como la construcción dependieron de la filantropía. El terreno fue donado por «una distinguida dama vizcaína, doña Carolina Mac Mahón, que se lo pidió a su tío, Luis Briñas». Este no solo cedió el espacio, sino que aportó dos millones de pesetas a la obra. Así nació la Enfermería Victoria Eugenia, luego Sanatorio Luis Briñas, que se alzaba donde ahora se abre el parking del hospital actual. Le seguiría un segundo pabellón, destinado a tratar a niños tuberculosos y también fruto del altruismo. Se construyó en 1940 y lo pagó Víctor Tapia, fabricante del jabón Chimbo, del que tomó el nombre. El tercer pabellón de lo que se llamó Grupo Sanatorial de Santa Marina y que es el que acoge al hospital actual lo construyó el Estado «a partir de 1941. Se inauguró en 1944».
El peligro de contagio obligaba a alejar los sanatorios para tuberculosos
El arquitecto fue Eugenio Aguinaga, que basó su diseño en criterios estrictamente funcionales. «Se inspiró en el sanatorio finlandés de Paimio», obra de Alvar Aalto. Según detalló en la memoria del proyecto, «para que la lucha antituberculosa en Vizcaya pudiera darse definitivamente resuelta, en lo referente a capacidad suficiente de camas, eran necesarias 330 más que las actuales». Aunque se consideraron otros emplazamientos –Iurreta, Amorebieta, Galdakao...–, se escogió el actual por «la proximidad de los sanatorios Briñas y Víctor Tapia». Como recogió el No-Do sin falta, el edificio fue inaugurado como Sanatorio Generalísimo Franco por el propio dictador el 19 de junio de 1944, como parte del programa de actos conmemorativos de la entrada en Bilbao del ejército franquista en la Guerra Civil en 1937.
«Todos vivían aquí»
Garrós detalla que el aislamiento del centro «obligaba a que los médicos, enfermeras y el resto del personal», que incluía un capellán, veinte monjas y varios criados, «vivieran aquí». En 1944 el complejo estaba formado por tres edificios que llegaron a sumar 680 camas. Los niños eran tratados en el Víctor Tapia, las mujeres en el Luis Briñas y los hombres en el Franco. Este edificio se construyó poco antes de que se desarrollaran los primeros medicamentos eficaces contra la tuberculosis, «que no llegaron enseguida, sino que fueron entrando gradualmente». Todos se aplicaron en Santa Marina, donde también trabajaron grandes especialistas, como el doctor Carmelo Gil Turner, que desarrollaron algunos métodos quirúrgicos pioneros. Esto hizo que el hospital estuviera siempre a la última en el tratamiento de la tuberculosis y de otras enfemedades del tórax, evolucionase y se salvara del destino que sufrieron muchos sanatorios antituberculosos: el cierre y el abandono.
El hospital seguía los partidos del Athletic en San Mamés mediante palomas mensajeras
El que Santa Marina fuera una especie de «hogar apartado, en el que convivían médicos, personal sanitario y enfermos durante periodos muy largos de tiempo, que en el caso de los pacientes podían ser hasta dos años de ingreso en el periodo de 1930 a 1960», dio lugar a infinidad de anécdotas. ¿Ejemplos? «Durante un tiempo, desde 1946, el hospital estuvo comunicado con San Mamés mediante palomas mensajeras que 'transmitían' los goles de los partidos del Athletic». En los años de racionamento, el centro llegó a criar sus propios cerdos para abastecerse. A veces, se contagiaban de tuberculosis. Entretener a los pacientes era fundamental, sobre todo a los niños. Los payasos Tonetti fueron habituales del centro. «Las actuaciones musicales eran frecuentes, por lo que podemos decir que fuimos pioneros en musicoterapia», bromea Garrós, en cuyo archivo abundan las fotos de todo tipo de intérpretes, incluidos, cómo no, Los Cinco Bibaínos.
El diseño del edificio facilitó que su fachada de acceso se convirtiera en escenario para todo tipo de espectáculos: conciertos, exhibiciones deportivas, clases de educación vial para niños y hasta novilladas. Santa Marina llegó a contar con su propia emisora de radio, «conectada con todas las habitaciones» y que tenía su propia programación. ¿Famosos que pasaron de visita? «Muchísimos. Antonio Machín, Celia Gámez, El Cordobés, Marisol... Este hospital era como un pequeño mundo».
De sanatorio a hospital de referencia
El «ocaso de los sanatorios antituberculosos, por el desarrollo de los tratamientos, empezó a producirse en los 50», explica el doctor Garrós. Santa Marina comenzó su reconversión en 1953 al transformarse en hospital de enfermedades del tórax. Al año siguiente, «por primera vez hubo camas libres aquí». El pabellón Briñas se cerró en 1979 y el Tapia lo haría en 1980, año en que el hospital pasó a depender del Gobierno vasco. El edificio fue reformado, con 250 plazas, las habitaciones pasaron de ser de ocho a cuatro camas. En 1982 dejó de llamarse Franco y pasó a adoptar su nombre actual, hospital Santa Marina. Renovado de nuevo a principios de este siglo, hoy es un moderno centro de referencia «especializado en cronicidad, personas mayores y cuidados paliativos», en el que se da especial importancia «al trato cercano y bienestar del paciente».
Inmerso en un plan estratégico que abarca hasta 2022, se ha centrado en afrontar «el envejecimiento de la población y el aumento de las enfermedades crónicas asociadas». Parte del edificio está siendo reformado, de tal forma que sus 238 camas se repartirán en cuartos de una y dos plazas. También habrá boxes individuales de urgencias para facilitar el acompañamiento familiar.
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