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Los consumidores cada vez se fijan más en el bienestar del ganado. Hay una mayor sensibilidad al sufrimiento animal y crecen las dietas que prescinden ... o reducen los alimentos cárnicos. El 11% de la población se considera 'veggie', aunque dentro de este porcentaje también se incluye a los que realizan un consumo ocasional de carne o pescado, a los denominados flexitarianos. Para hacer frente a esta tendencia y promover la producción ética en las explotaciones y el consumo responsable de alimentos de cercanía procedentes de las granjas locales, Neiker, un centro tecnológico dependiente del Gobierno vasco y el departamento de Bienestar Animal de Irta, un instituto de investigación de la Generalitat de Cataluña, homologaron hace seis años el certificado de bienestar animal Welfair, al que ya se han sumado 90 granjas vizcaínas. Un total de 55 son de vacuno de leche, 22 de gallinas ponedoras y el resto de conejos y pollos.
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El certificado, el resultado de 15 años de investigación del Irta en colaboración con los miembros del Welfare Quality Network, se centra en la evaluación del ganado y de su comportamiento. Avala que la leche, los huevos o la carne que se consume proviene de animales criados en granjas «sometidas a un estricto seguimiento de bienestar animal» y que el ganado ha sido sacrificado en un matadero evaluado y certificado, en el que se cumple la legislación vigente y con el mínimo sufrimiento. Es decir, garantiza que los animales que después se destinan al consumo han vivido en condiciones de confort. En resumen, que se respetan los protocolos que se redactaron tras los proyectos europeos Welfare Quality, una investigación desarrollada entre 2004 y 2009 con animales de granja, y Awin (Animal Welfare Indicators) que nació para desarrollar la misma metodología «ética» para criar ovejas, cabras, potros y pavos.
Para obtener el certificado, las empresas deben someterse a una auditoría anual. «Las exigencias son mayores que el mero cumplimiento de la legislación Europea vigente», advierten. Los profesionales formados para examinar a los animales pertenecen a entidades independientes y «están preparados para detectar cualquier anomalía» porque tras la inspección, deben garantizar que no ha existido maltrato animal en ningún caso. Para empezar analizan cuestiones como que tengan sus necesidades básicas cubiertas. Por ejemplo, que cuenten con una buena alimentación y disponibilidad de agua fresca y que no residan hacinados ni entre suciedad. Por otro lado, valoran que cuenten con un alojamiento que les permita moverse, confort en su zona de descanso y comodidad térmica: que estén protegidos del frío y del calor. También observan que estén en buen estado de salud, sin lesiones ni enfermedades.
Otra de las particularidades del sello es que acredita que los animales sujetos al análisis tengan un comportamiento apropiado a las características de la especie y que existe una interacción adecuada con sus cuidadores. «Que su estado emocional es positivo», resumen. Los auditores pueden percibir, por ejemplo, si las vacas presentan estrés o temen al ganadero. Eso significa que no han sido tratadas con los criterios éticos exigidos y no obtienen el certificado.
Actualmente, el sello se puede encontrar en más de 2.500 productos frescos y elaborados procedentes de vacas, ovejas, cerdos, conejos, pavos y gallinas: en huevos, embutidos, lácteos... Estos se comercializan en más de 4.000 establecimientos de España y Portugal, entre los que se encuentran tiendas de cercanía y de los principales supermercados.
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