Ertzainas en Valencia: «Impacta ver a gente deambulando con la mirada perdida»
Cinco agentes de la comisaría de Muskiz regresan «con pena» y «frustrados» tras casi una semana ayudando tras la riada: «Es lo más parecido a una guerra»
«Era de sentido común. No te tiene que pedir nadie que vayas, un ciego lo ve». Cinco ertzainas de la comisaría de Muskiz –Tino, ... Íñigo, Amaia, Ángela y Josu– fueron de los primeros en emprender viaje a Valencia, «arrasada como si hubiera pasado un tsunami» tras la DANA, para ayudar a policías y vecinos en la labores de recuperación de la zona afectada La alerta roja saltó el martes 29 de octubre a última hora y «el miércoles conocimos la envergadura de la tragedia». Ese día, Josu propuso a sus compañeros del grupo 4 que había que hacer algo. «Muchos estaban dispuestos, pero no todos podían porque no tenían tiempo o por obligaciones familiares».
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Estos cinco agentes aprovecharon que tenían la semana libre y empezaron a organizar el viaje. Contactaron con la IPA, una asociación policial internacional con mucho predicamento entre los uniformados. Así, supieron que el jefe de la Policía Municipal de Catarroja, en la comarca de la Huerta Sur, uno de los municipios más afectados por la riada, había solicitado colaboración porque estaban «desbordados». Condujeron toda la noche y nada más llegar se encontraron con un panorama «desolador». «Estaba todo colapsado, con coches y camiones cruzados. No habían quitado nada. Tuvimos que vadear balsas de agua impresionantes».
«Orgullo»
Su primer destino fue el Ayuntamiento, en lo alto del pueblo, una de las zonas más limpias, donde colas infinitas de vecinos esperaban a que les dieran agua y comida, «lo básico». En la fila «surgían conflictos porque la gente estaba muy nerviosa y había quien se colaba. Intentamos mediar y calmar los ánimos». Los ertzainas decidieron vestir con el uniforme policial «para que la gente nos reconociera y pidiera ayuda». Comunicaron sus planes al jefe de la comisaría, que les facilitó palas, rastrillos y barras de uña. Tino llevó su furgoneta particular y la de la empresa de su cuñado, Caravanas Novo, y se costearon el viaje. En Pamplona recogieron a tres policías municipales, que «llevaban tarjeta de crédito del Ayuntamiento para el gasoil y un todoterreno rotulado».
A partir de ese momento, continuaron haciendo tareas «sin parar», durante todo el día. Terminaron «exhaustos» después de 38 horas desde la salida. Una señora pidió ayuda a Íñigo para abrir una arqueta. «El agua les llegaba por las rodillas. Cogí una barra de uña, me metí hasta el hombró y logré levantarla. Casi me lleva a mí para adentro por el efecto sifón. Y entonces todos empezaron a vitorear». Los agentes han sentido una mezcla de «frustación» por ver a la gente «deambulando con la mirada perdida» y «orgullo» por resultar tan útiles.
Han tenido que hacer de todo. Desde «reparar pinchazos» de la flota de la Policía Municipal a «custodiar cisternas, retirar lodo, empujar coches y hasta conducir una excavadora». «Llamé a dos amigos que me dieron un cursillo de 10 minutos por teléfono y a funcionar», recuerda Tino.
Los momentos más emocionantes los vivieron por el contacto más cercano con los vecinos. «Apareció un particular llorando porque su abuelo no respiraba. Fuimos a la casa y estaba fallecido. Una chica, sola, nos pidió un botellín de agua porque tenía que hacerse una prueba genética. Habían localizado un cadáver e iban a comprobar si se trataba de su padre. Una niña salía de un portal con su ropa y sus juguetes destrozados para tirarlos a la basura», enumera Tino.
«Las llaves de su casa»
Ángela y Amaia, con formación sanitaria, consiguieron ventolin para un niño asmático que no podía respirar después de varios días sin tomar la medicación. El abrazo que les dio la madre no lo olvidarán nunca. También aliviaron a una mujer con «dolor de ovarios». «Sufría una infección de orina y llevaba cuatro días sin poder ducharse». Le facilitaron antibiótico y productos de limpieza.
Durante la primera jornada frenética «no tuvimos tiempo ni de pensar ni de gestionar un alojamiento». «Un policía de Pamplona con permuta en Paterna mandó a sus hijos con familiares y nos dio la llave de su casa para que durmiéramos allí. Los niños nos habían hecho un montaje con figuras de playmobil y nos dejaron una carta de agradecimiento». Amparo, funcionaria del Ayuntamiento desde hace más de 40 años, «nos traía lentejas para comer y nos lavaba la ropa en su casa».
Les llamaban 'los vascos' y también ha habido momentos para sonreír. «No he escuchado tantas veces antes 'Ahí va la ostia'», recuerda Íñigo. «Ha sido una experiencia complicada, pero muy gratificante». El jefe les permitió quedarse otros tres días pese a la falta de patrullas que sufre la comisaría de Muskiz, pero ayer miércoles tuvieron que regresar «con mucha pena» y «frustrados», pero con el deber cumplido, «para volver a currar». Tino e Íñigo, que el día 2 de noviembre cumplía 30 años de servicio, estuvieron también en Ucrania, con dos autobuses trayendo gente, y en la pandemia, como voluntarios, trasladando a sanitarios, pero nunca habían vivido «nada tan extremo. Es lo más parecido a una guerra».
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