Carta de amor al Azzurro, el santuario azul
En Telesforo Aranzadi, 3. Bilbao ·
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Que le encarguen a uno escribir sobre el bar de su vida puede ser ponerle en un aprieto. Uno ya tiene una edad y los bares que le supusieron algún tipo de marca vital ya no existen o, peor aún, son locales que mantienen el nombre pero no el espíritu, que se fue con algún cambio de propietario. Entre los establecimientos memorables –para mí– recuerdo, entre otros, el Gaueko, en el que asistí a los conciertos de la primera edición del Villa de Bilbao –ganaron Yo soy Julio César, creo, aunque el día que tocaron yo fui a ver a unos cántabros, Sexπr, que me gustaron más–; o el Bluesberri, en cuya terraza se sentaba nada menos que Frank Gehry para observar los progresos de las obras del Guggenheim, situado justo enfrente, al otro lado de la ría. Son fantasmas del pasado. Siempre me pregunté qué pasaba con las colecciones de discos que atesoraban estos y otros bares cuando desaparecían, como el Umore Ona, ahora una leyenda. Al fin y al cabo, la música, además de la compañía, era lo que me llevaba hasta ellos.
Ahora frecuento menos bares. De hecho, no tengo dificultad para escoger uno, porque prácticamente es el único al que voy. Es el Azzurro y está en la calle Telesforo Aranzadi de Bilbao. Si uno lo busca en Google se encuentra con esta descripción: «Bar de copas de ambiente heavy con taburetes e iluminación azules, karaoke rockero y música de los años 80». Y sí, eso es. Pero no exactamente. Bueno, es que en realidad no es eso.
En Tripadvisor se puede leer una opinión que me parece más acertada, sobre todo porque la escribí yo, para qué ocultarlo: «Si te gustan el hard rock y el heavy metal, sobre todo en la franja 80s y 90s, creerás que te has muerto y estás en el cielo cuando entres en este bar. Solo la música hace que te entren ganas de quedarte a vivir allí, pero además el trato es muy cordial, te sientes como en tu bar de toda la vida casi desde la primera vez que vas. Parece increíble que un sitio así esté en pleno centro de Bilbao. Pero sobre todo es una suerte, porque locales de estos no abundan. Más bien son una rareza. Para ir solo, en pareja, en cuadrilla o como sea. En días de fiesta es magnífico, pero el secreto, en mi opinión, es ir entre semana. Descubrirás un magnífico refugio musical».
No se puede describir de otro modo un sitio que parece tener una colección de música infinita, que va desde el heavy metal de Mongolia –sí, existe. ¿No conocen a The HU?– al rock más clásico, y cuyo propietario, Sergio, magnífico barman y conversador formidable, despliega una bandera de Iron Maiden cada vez que en el local comienza a sonar un tema del incombustible grupo británico. ¿Qué más se puede pedir? Es un bar que tiene su propia ópera rock, compuesta, grabada y producida por músicos de primer nivel, primorosamente editada en CD. Es un bar que organiza un festival. Graba videoclips con sus parroquianos. Tiene un videoblog. Hay videojuegos arcaicos. Está claro que no es un sitio del montón. Es el santuario azul.
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