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Josemi Benítez
El discutido entierro del bebé Antonino
Tiempo de historias

El discutido entierro del bebé Antonino

Los restos del niño de Atxuri estuvieron en el centro de una controversia entre la Iglesia católica y la pequeña comunidad protestante

Domingo, 29 de diciembre 2024, 00:12

El pobre Antonino Alonso solo tenía cuatro meses cuando murió, el día de Reyes de 1880: eso estaba muy lejos de ser noticia, porque las defunciones de bebés eran habituales en aquella época, cuando un porcentaje muy elevado de los niños -algunos estudios hablan de la mitad- no llegaban a cumplir los 5 años. Sin embargo, el pobre Antonino se convirtió durante un tiempo en protagonista de la actualidad vizcaína, ya que el destino de sus restos suscitó un enconado debate. Con anterioridad se habían registrado controversias similares en otros lugares de España, pero en Bilbao fue el caso de Antonino el que prendió la mecha de la discordia religiosa: ¿tenían derecho unos padres a negar la tierra sagrada a un hijo bautizado como católico?

Antonino nació el 2 de septiembre de 1879. Era hijo de un matrimonio residente en Ollerías, formado por Ángel Alonso, un riojano de Nájera que trabajaba como herrero en la fábrica de Santa Ana de Bolueta, y Saturnina de Mendiguren, natural de Lekeitio. Al día siguiente de llegar al mundo fue bautizado en Begoña. Sus padrinos se llamaban Polonio González y Petra de Urrutia, y en el proceso que instruyó la Iglesia acerca del conflicto se hace constar que el progenitor parecía plenamente conforme con que el pequeño recibiese el sacramento: «El bautismo fue solicitado y presenciado por el padre del niño, para cuya asistencia pidió permiso a los directores de la fábrica», especifica el documento.

Bilbao, 1880

  • Alumno ilustre. Del pastor evangélico José Marqués escribió un encendido elogio Indalecio Prieto, que, pese a no ser protestante, estudió en su escuela tras llegar de Asturias a Bilbao. «Don José era hombre afable y culto. Sus hijas fueron las primeras muchachas que, desafiando prejuicios, emprendieron en el Instituto de Bilbao los estudios de Bachillerato», evocó el político socialista.

Parece que, en el curso de la brevísima vida del bebé, la familia experimentó una honda crisis de fe. Existía en aquel momento en Bilbao una mínima pero activa comunidad evangélica encabezada por el pastor José Marqués, que entonces celebraba su culto en una capilla de Iturribide. Ángel y Saturnina empezaron a frecuentar este templo y se alejaron del catolicismo. Así lo contaba el instructor del obispado de Vitoria, del que dependían en aquel tiempo Bilbao y Begoña: «Ángel Alonso (...), efecto sin duda de su poca instrucción en materias religiosas, manifiesta con palabras, con hechos y con su conducta haberse separado de la religión católica, en que nació y en que ha vivido», mientras que «su mujer Saturnina de Mendiguren (...) da a entender, aunque no de una manera tan ostensible como aquel, que no está muy segura tampoco en la fe y creencias del catolicismo, lo cual parece es debido al predominio que sobre ellos y algunos desgraciados más ejerce el llamado pastor protestante establecido en Bilbao».

El «párvulo católico» Antonino falleció el 6 de enero y su padre dispuso para el día 7 «la conducción y sepultura del cadáver en el cementerio profano destinado a las sectas disidentes», pero se encontró con la oposición frontal del párroco de Begoña y el capellán del cementerio de Mallona, que argumentaban que, más allá de las creencias paternas, el bebé era católico y debía ser enterrado como tal. «El señor capellán, como era justo, prohibió que el cadáver del niño recibiese otra sepultura que la eclesiástica y católica, por constarle que este infante fue solemnemente bautizado en el rito católico», resumió 'El Correo Vascongado', que se refería burlonamente a «las protestas de los protestantes, que protestarán de todo». El gobernador civil prometió su apoyo a los católicos, pero finalmente resolvió que «deben ser enterrados los menores de edad bajo la religión que determinen sus padres». La instrucción venía directamente, según recogió la enfurecida prensa conservadora, del ministro de Gobernación, Francisco Romero Robledo, a quien acusaron de «arrancar a la Iglesia de Dios el cadáver de uno de sus hijos».

Sinagogas de Satanás

El diario carlista madrileño 'El Siglo Futuro' se mostró particularmente agresivo en sus valoraciones: «¿Se puede hacer esto en España? ¿Se puede hacer esto y hay quien se atreve a decir, sin ponerse colorado, que en España hay libertad, hay leyes y hay justicia?», se preguntaba. «Hace un siglo hubiera sido imposible concebir que cosa semejante pudiera suceder», criticaba. La sentencia que publicó en mayo el vicario general de la diócesis argumentaba que «según el Ritual Romano, ningún cristiano que muera en comunión de los fieles debe ser sepultado fuera de la Iglesia o cementerio bendecido por ella» y exigía que el cuerpo del pequeño fuese exhumado del cementerio de «las sectas disidentes».

Pero el dictamen canónico no alteró la postura de las autoridades civiles. Lo sabemos por un inesperado epílogo que se produjo cuatro años más tarde, cuando el 'Boletín Eclesiástico del Obispado de Vitoria' publicó «con el mayor placer» una solemne declaración en la que Ángel Alonso abjuraba del protestantismo, un giro que la diócesis agradecía a los desvelos de los curas de Begoña y Lekeitio. «Por la misericordia de Dios he conocido mi error y mi crimen cometidos al apostatar de la Religión católica, apostólica, Romana, única verdadera», escribía el herrero riojano, en un documento firmado por varios testigos. En aquel texto de 1884 hacía «profesión de fe católica», se refería a los templos evangélicos como «sinagogas de Satanás», lamentaba el «enorme agravio» de haber enterrado a su hijo «fuera de sagrado» y apoyaba la demanda de que se trasladasen sus restos.

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