Comunión plena

Como era de esperar, más de una comunión plena se vivió entre el afable Depedro, alias de Jairo Zabala (Madrid, 1973), ex La Vacazul, y su público fiel, la noche del viernes en un Kafe Antzokia con 400 personas de ambos sexos, todas entregadas, ellas contoneándose al son del folk-rock latino y mirando arrobadas su guapura y buena planta, y ellos cantando las canciones enteras: 21 sonaron en 110 minutos tan cálidos como intensos, tan esperanzados como humanistas, tan reverberantes como luminosos.

Depedro vino divulgando su cuarto disco, El pasajero (Warner, 16), y ofició en quinteto de sonido electroacústico, con los ritmos marcados, los arreglos bien colocados por todas partes (ese multinstrumentista con vibráfono, teclas, saxo barítono, melódica o la siempre triste armónica cromática), la voz robusta y melódica de Jairo, el eco de los coros repetidos de la parroquia (esos oníricos la-la-la, na-la-na, oooh-ooohhhh), el mentado optimismo lírico, más calidez, calidez y cercanía. Sincero, natural y sin poses, Depedro abrió arrebatador, metiéndose a todo el gentío en la canasta, mediante una selección con la alegría de un mercado suramericano urbanita pero al aire libre (en el fondo, su rock está lleno de aires de ida y vuelta, que dirían los flamencos), con ciertos reflejos de García Márquez y más sugestión que recargamiento o pedantería.

Absorbente y misterioso

Lo dicho, el arranque fue absorbente y misterioso: abrió con Como el viento, en plan Calexico con el saxo de Morphine y los coros de apoyo (o impulso) de la peña; resonó formidable y latino como Los Lobos (¡ese baterista que lleva casi 25 años con Jairo!) en ¿Hay algo ahí?; a la tercera ahondó en la comunión espiritual con la parroquia coreando el título de Hombre bueno («¡qué bien!, muchas gracias», se felicitó y agradeció Jairo consciente del buen ambiente existente y ya respirable); y en Nubes de papel, «una canción sobre romper los límites», comenzó melancólico y afrancesado antes de romper con manonegrismos a lo Amparanoia y los felices ooohhh-ohhh de la concurrencia.

Ya ganada la partida, a partir de entonces discurrió el encuentro con reverberaciones del desierto de Arizona (no es tópico, pues lo conoce Jairo: ¡es el guitarrista de los afamados Calexico, de Tucson!; y además El pasajero lo ha grabado ahí) en piezas como el flotante Déjalo ir (dedicada «a los invisibles por edad, raza, condición estética»), dibujó un retrato del D.F., alias El Defectuoso («me fascinan las grandes ciudades, por la convivencia y la diversidad», explicó en la introducción, y acabó el tema apretando en el son jarocho de Veracruz), por el ecuador dosificó fuerzas en lentos algo Jorge Drexler (Tu mediodía), más comunión, interacción y fascinación se palpó en Diciembre, Depedro Zavala hizo bolero-rock lobuno en Te sigo soñando e incidió en el folk hispanoamericano (la cumbia lobuna El pescador, en la que animó a bailar), y alcanzó más dianas como Panamericana (folk-rock), Ser valiente («sobre el coraje para vencer el miedo») o Llorona (de Chavela Vargas pero por él asimilada de puro genuino, con ooohhhs y palmas brazos en alto del gentío).

Con esta llorona acabó y para el bis la gente, preferentemente treintañera, gritó con saña beste bat, beste bat y sonaron cinco canciones más. Las dos primeras con Jairo a solas: Miguelito, de atmósfera oscura y cercanísima (otra comunión, en efecto), y Chilla, que tiemble, con trazas post rock. Las tres últimas con la banda, abundando en canciones de inseguridad y tristura como Miedo y La casa de sal, y despidiéndose con el funk de Comanche.

Hum Este Depedro no falla, pastorea a su antojo a la parroquia ya sea actuando en solitario o con la banda, y exuda empatía y sensibilidad. Hasta la próxima, Jairo.