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Thomas Beecham.

Músicos con lengua viperina

Manejan un lenguaje abstracto y sin palabras, pero muchos han dominado los insultos con la propiedad de los mejores escritores

César Coca

Lunes, 28 de septiembre 2015, 17:43

Ernestine Schumann-Heink fue una contralto muy célebre a comienzos del siglo XX. Nacida en 1861 cerca de Praga, murió en Hollywood a los 75 años después de haber desarrollado una importante carrera musical. Cantó casi 300 veces en el Met de Nueva York y su presencia fue habitual en Bayreuth. Hoy su nombre está prácticamente olvidado, pero en su tiempo respondía a la perfección a lo que entonces encajaba en el prototipo de estrella de la ópera. Sin embargo, eso no la libró de escuchar uno de los comentarios más humillantes que una cantante puede recibir durante un ensayo. En este caso, el del estreno de la ópera 'Elektra', que dirigía su autor: Richard Strauss. Al parecer, este se desesperó de tal forma al oírla cantar que gritó a la orquesta: "¡Más alto! ¡Todavía oigo a Madame Schumann-Heink!"

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Qué forma de insultar la de Richard Strauss. Un verdadero virtuoso de la humillación sin llegar a pronunciar una palabra indelicada. Puede parecer que los escritores son quienes manejan los insultos con más soltura. Al fin y al cabo, viven de la palabra. Pero la historia registra abundantes casos de compositores y directores que han hecho verdaderos alardes de imaginación para poner a caldo a colegas, intérpretes y críticos, afilando el lenguaje para zaherir. Como se diría ahora, no dejando heridos sino cadáveres de rivales a su paso.

Seguramente no es casualidad que muchos de quienes han sido más agresivos en sus expresiones hacia otros sean también quienes han sido objeto de las mayores descalificaciones. Es el caso de Richard Strauss, sin ir más lejos. Alguien de aspecto tan bonachón como Johannes Brahms, ese tipo con quien resultaría tan agradable tomarse una pinta de cerveza en una taberna de Viena, dijo del autor de 'Así habló Zaratustra': "Si es Richard, prefiero a Wagner; y si es Strauss, prefiero a Johann". Que no está mal teniendo en cuenta que Brahms era el abanderado de los antiwagnerianos, y que el genio de los valses no pasaba de ser un músico popular cuya obra no podía competir en ambición ni profundidad con la de su homónimo.

Chaikovski, ese ruso delicado y melancólico hasta lo enfermizo, se sumó al linchamiento de Strauss: "Nunca antes se habían tan asombrosa falta de talento y tantas pretensiones". El creador del 'Cascanueces' coincidía con Brahms en las críticas a un tercero, pero tampoco era precisamente uno de sus admiradores. "He tocado toda la música de Brahms", comentó una vez. "¡Bastardo sin talento!", añadió a modo de juicio definitivo. Wagner estuvo de acuerdo: "El problema aparece cuando uno intenta componer mejor de lo que puede", dijo con una sutileza impropia de su desbordante personalidad. Hasta Britten, en un momento del siglo XX en el que la obra del autor del 'Requiem alemán' era celebrada sin el menor reparo, se permitió decir que "de vez en cuando" la tocaba "para ver si realmente era tan mala como creía" y entonces llegaba a la conclusión de que, "de hecho, es mucho peor aún".

Los cruces de críticas, descalificaciones e insultos no entienden de nacionalidades. Vemos lo que dijo un francés, Fauré, de otro, Debussy: "Si lo suyo es música es que nunca he entendido lo que es música". Un alemán, Spohr, de otro, Beethoven: "El 4º movimiento de la Novena Sinfonía es (...) tan monstruoso e insípido (...) tan trivial, que no puedo entender cómo un genio de la talla de Beethoven puede haberlo escrito". Ni dejan a salvo a las estrellas más mediáticas: vean lo que Sibelius dijo del director Leopold Stokovski, una celebridad durante décadas: "Estoy seguro de que es una excelente persona interesada en muchas cosas pero no, según creo, en la música".

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Leopold Stokowski (dirigiendo a Sibelius).

Otras veces las afirmaciones de unos compositores sobre sus colegas parecen responder a fijaciones eternas, pero no por eso son menos crueles ni tienen menos gracia vistas desde la distancia. Rossini, uno de los compositores de ópera de más éxito de todos los tiempos, no se cortó nunca al hablar de Wagner y las suyas. "Uno no puede juzgar 'Lohengrin' habiéndola oído solo una vez, y yo no tengo la menor intención de escucharla una segunda ocasión". Demoledor. Como cuando dijo que en las ciclópeas partituras del creador de la 'Tetralogía' se encuentran "momentos encantadores y cuartos de hora abominables".

Puede que Rossini no entendiera por dónde evolucionaba la música, como al parecer tampoco Richard Strauss supo ver en qué consistía la vanguardia. Nadie ha dicho nada ni siquiera parecido del creador del dodecafonismo: "A Schoenberg le iría mucho mejor apaleando nieve".

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Pero si hubiera que elegir la lengua viperina por excelencia, habría que buscar entre los directores, dado que ellos se llevan la palma. Bastará con citar a tres, uno de ellos más conocido por su labor divulgativa en la radio que por su trabajo en el podio. Se trata de David Randolph, que las habría tenido tiesas con Wagner si este hubiera podido escuchar el juicio que le merecía uno de sus títulos más célebres: "'Parsifal' es la clase de ópera que empieza a las seis de la tarde y después de tres horas miras el reloj y aún son las seis y veinte". Imposible decir que es aburridísima de una manera más hiriente.

El segundo director que podía envenenarse si se mordía la lengua era Otto Klemperer. En 1954, alguien le hizo un comentario sobre la sucesión de muertes de grandes directores (Krauss, Furtwängler, Horenstein) que se había dado en los meses anteriores. Klemperer se limitó a decir: "Sí, ha sido un buen año, ¿verdad?"

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El primer premio, la Lengua Venenosa Mayor de la Historia de la Música, es sin duda para Thomas Beecham, el aristocrático director británico que dejó una colección de grabaciones de primera calidad y un puñado de citas no menos célebres. En una ocasión, tras asistir una ceremonia protocolaria en su país, dijo: "Un verdadero caballero es alguien que sabe tocar la gaita pero no lo hace". Con el genio de Bonn fue aún menos caritativo: "Los últimos cuartetos de Beethoven fueron escritos por un hombre sordo y sólo pueden ser admirados por un hombre sordo". Subamos en la escala. A Beecham no le gustaban los cantantes. Ninguno. Por eso su opinión sobre ellos carece de matices: "Ninguna estrella de la ópera ha muerto lo suficientemente temprano". Y el insulto definitivo, la maldad suprema, está aquí. La reservó para uno de los grandes compositores de la vanguardia del siglo XX. Imposible superarlo. "Nunca he escuchado nada de Stockhausen, pero creo que he pisado algo".

Sir Thomas Beecham ensayando.

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