«Creí que se nos iba. Estaba cianótica y los ojos se le salían porque se ahogaba»
Un policía local de Bilbao relata cómo salvaron a una mujer de morir atragantada por un trozo de aguacate en la comisaría de Elcano
Sergio Castellanos lleva casi 35 años trabajando en la Policía Municipal. Ha sido motorista de Tráfico y durante cinco años escoltó al alcalde Azkuna. Ahora, ... lleva ocho como patrullero de Seguridad Ciudadana, destinado en la nueva comisaría de Elcano, la más céntrica de Bilbao. El pasado viernes, día 2 de febrero, durante el turno de tarde, sobre las cinco y media, llegó a la sede policial un vecino de los pisos superiores con su hija en brazos gritando angustiado. Empezó a dar golpes en la puerta corredera de cristal. «¡Se ahoga, se ahoga!». Hasta que salió el agente de la pecera y le abrió. Inmediatamente, se percató de que se trataba de una urgencia médica y pidió una ambulancia por la emisora.
El agente primero Castellanos, que fue monitor de primeros auxilios, se encontraba en esos momentos en una sala interior realizando labores administrativas, pero cuando escuchó los gritos se presentó en la recepción para ver qué ocurría y si podía servir de ayuda. Justo en ese momento, llegaba de la calle un vecino, que casualmente era médico, y comenzó a practicarle a la chica la maniobra de Heimlich. No había tiempo que perder porque no tenía aire. Consiste en apretar con el puño cerrado en la boca del estómago de la persona desde atrás, de forma que la presión haga que se expulse el objeto que está obstruyendo las vías. Sin embargo, no funcionaba. «La chica estaba ya morada, no podía respirar».
«Le apreté la mandíbula hasta que abrió un poco la boca y pude meterle los dedos hasta dentro y sacar el alimento»
«Trabajo en equipo»
Un compañero se ofreció a tomar el relevo del doctor para seguir presionándole en el esternón. Entonces, la mujer «se derrumbó. Perdió el conocimiento». «Al no poder sostenerse en pie, no se le podía hacer esa maniobra», recuerda el policía, que reconoce que vivió momentos muy angustiosos. Decidieron entonces entre todos tumbarla en el suelo en una sala de espera contigua a la entrada. «Fue un trabajo en equipo», insiste. Dos miembros de una patrulla que estaban en la calle acercaron hasta Elcano uno de los desfibriladores semiautomáticos con los que se ha dotado a todas las Inspecciones Vecinales de la guardia urbana, al igual que del kit de sangrado. Le quitaron la camiseta y le colocaron los parches sobre la piel por si era necesario utilizarlo. «Funcionan solos en caso de que detecte una parada cardiorespiratoria y que no hay pulso. El aparato llegó a activarse y anunció que iba a emitir una descarga en breve, aunque no llegó a hacerlo».
Sergio pidió a todas las personas que se arremolinaban en torno a la mujer con la intención de ayudar que se apartaran para que dejaran entrar el aire. Al moverla debió de desbloquearse el objeto que la oprimía la garganta «y recuperó un poco el color», pero «tenía la boca cerrada con fuerza». «Apretaba, no sabemos el motivo, y seguía sin respirar». La situación era «muy fuerte». «¡Se me muere, se me muere!», lloraba la madre, presa de un ataque de nervios. «La vi sinceramente al otro lado. Estaba cianótica y los ojos se le salían de las órbitas porque se ahogaba».
Sergio optó entonces por «apretarle la mandíbula con los dedos pulgares para abrirle un poco la boca. Le metió los dedos hasta lo más adentro que pude». Así, ella empezó a toser y «conseguimos sacarle el alimento que tenía en la boca», relata emocionado. Se trataba de «un trozo de aguacate del tamaño de media nuez», compara. Según explicaron sus padres, Sandra, que sufre algún tipo de deficiencia psíquica y tiene 50 años, se había atragantado merendando. «Era como una niña».
«La situación fue muy fuerte. La pobre madre gritaba '¡que se me muere, que se me muere!'»
«Se me saltó alguna lagrimilla»
«¿Qué tal estás?», le preguntaban, pero Sandra se había quedado en estado de shock. Movió la cabeza, pero no pronunció ni una sola palabra. Poco a poco fue recuperando el resuello hasta que llegó la ambulancia que la trasladó al hospital de Basurto. Sergio se tuvo que meter a un despacho para asimilar lo que había ocurrido. Habían sido unos minutos de mucha tensión, con la adrenalina disparada. «Alguna lagrimilla ya se me saltó», confiesa. Pero enseguida volvió a salir para comprobar que Sandra estaba bien. «La habían puesto de pie y ya me quedé tranquilo». Estaba fuera de peligro.
Hace unos años vivió un episodio similar, pero con el desenlace contrario. Les avisaron de que un hombre había sufrido un paro cardíaco en un ascensor en el barrio de Deusto. «Le hice la reanimación cardiopulmonar (RCP). En la ambulancia le estabilizaron, pero luego murió en el hospital», recuerda con tristeza. Esta vez, el final ha sido feliz. Cuando se montó en el coche patrulla para continuar el turno, el jefe de servicio le felicitó por la emisora. Erne ha pedido al Ayuntamiento que le condecoren. «De vez en cuando viene bien que te den una palmadita en la espalda», sonríe.
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