Memorias de una maestra en las chabolas: «Nunca he visto gente más honrada»
Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la Asociación Clara Campoamor, dio clase a niños en el asentamiento de San Antonio de Etxebarri en 1967, el año en que estalló la Huelga de Bandas. Aquel curso le dejó recuerdos imborrables y una anemia
Blanca Estrella Ruiz era una veinteañera cuando llegó en 1967 a San Antonio de Etxebarri, por aquel entonces un poblado chabolista. Fue de voluntaria, acudiendo a la llamada de aquellos curas obreros que trataban de ayudar a los trabajadores recién llegados a Bizkaia, porque la Administración en aquella época no tenía la menor preocupación por allanarles el camino. Ni a ellos, ni a su prole, que crecía en asentamientos levantados de la nada, sin agua, luz ni ningún otro servicio básico. Así que Blanca Estrella se encontró una 'escuela' que «en realidad era una lonja, con el suelo de tierra y 50 niños varones dentro, porque las niñas estaban al otro lado de una mampara». «Tengo muy buen recuerdo de aquel curso. Los chavales eran unos 'salaos'. Me querían y yo a ellos. Tendrían entre 5 y 7 años y estaban aprendiendo a leer, se lo curraban mucho. Ante todo, no querían defraudar a sus padres. Veían lo que había en casa y sabían que había que 'apretar'», relata Ruiz. A ella, luego conocida por su lucha en favor de las mujeres y por presidir la Asociación Clara Campoamor durante más de tres décadas, le encanta hablar de esa etapa de su vida que poca gente conoce. Y, concretamente, de aquel 1967 en San Antonio, tan duro y tan especial. «Ese año mis alumnos aprendieron mucho, pero yo todavía más».
Noticia Relacionada
El Bilbao de las chabolas
Lo dice mientras muestra una foto de aquel curso que tiene enmarcada en su despacho de Bilbao. Le brillan los ojos cuando la mira. Es una instantánea en blanco y negro, algo borrosa, en la que se la ve a ella de pie, al fondo de un aula, casi adolescente, espigada y seria. Tiene delante un mar de pupitres ocupados por sus pequeños alumnos. Sus niños miran a la cámara con interés y algo de recelo. Antes, sacarse una foto era un acontecimiento. «Les avisé el día antes y vinieron todos muy repeinados y requetelimpios. En otros colegios en los que estuve, en alguna ocasión me vi obligada a llamar la atención a los padres porque los niños iban sucios, pero en San Antonio, nunca. Los chavales salían de casa impecables, eran alegres, muy queridos y muy responsables -describe-. Sus padres se pasaban el día trabajando, pero sus madres se interesaban mucho por ellos y me preguntaban constantemente: '¿Se porta bien mi hijo? ¿Obedece? ¿Estudia?'».
Menús 'reducidos'
Para ella, el paso por el poblado fue toda una lección de vida, unos meses muy intensos en los que hizo mucho... y comió poco. «Iba al menú del día a un bar, pero mis alumnos sabían que estaba allí y se acercaban a verme comer. Y yo, pues les daba de mi comida. Me decían 'Hola, maestra...' y me contaban su vida mientras tanto. Yo no he tenido nunca mucho apetito, la verdad. Así que al final, sólo tomaba el primer plato. El dueño del bar me avisó: 'Va usted a enfermar si sigue así'. Y tenía razón, enfermé. Al finalizar el curso me detectaron anemia ferropénica y luego estuve un año sin poder trabajar», explica. Durante esas comidas en compañía infantil, Blanca Estrella se enteraba de muchas cosas. Sus pequeños confidentes le iban contando que si su padre había ido a una manifestación, que si en casa había tal o cual problema... Era un momento histórico muy complicado. Justo ese curso se produjo la famosa Huelga de Bandas: duró 163 días y fue la más larga contra la dictadura de Franco. Se cobró 33 despedidos, un puñado de desterrados y cientos de represaliados, porque «se daba la orden de que nadie les contratase».
«La mayoría de los padres de mis alumnos trabajaban allí, en Laminaciones de Bandas en Frío», indica. «A los trabajadores y sus familias les hicieron pasar un infierno. Como el dueño de la fábrica era amigo de Franco, al ver las reivindicaciones de los obreros, cerró, para hacer el mayor daño posible. Los trabajadores se quedaron sin nada, hasta sin Seguridad Social. Con la ayuda de algunos médicos comprometidos, teníamos que pasarles las medicinas con nuestra cartilla. Y fueron muchos meses. Ahí vi hasta dónde puede llegar la maldad humana», señala.
Bautizaban las 'calles' que iban creando con nombres que revelaban la añoranza de su lugar de origen. «Estaban la calle Zafra, la calle Finisterre», recuerda
Pero también comprobó que, cuando vienen mal dadas, la solidaridad se hace fuerte. A Blanca Estrella, por su conocimiento del poblado y su compromiso con aquellas gentes, los líderes obreros de Bilbao le encargaron hacer un informe sobre las necesidades de las familias de sus alumnos. Se trataba de ver qué recursos tenían para repartirles después sobres con más o menos dinero procedente de la bolsa de resistencia, el fondo creado para ayudar a los empleados en huelga, que procedía sobre todo de donaciones de trabajadores de otras fábricas, como AHV, La Naval y Firestone. «Los que recibían el sobre me contaban todo. Si encontraban un trabajo, les mandaban una caja con comida del pueblo o mejoraba su situación de alguna manera, venían corriendo a decírmelo para que les diésemos el sobre a otros que lo necesitasen más. Nunca he visto gente más honrada, con esa honestidad. Velaban los unos por los otros», revela con admiración.
Para ella, aquella gente de las chabolas era un ejemplo de superación. Cuenta que dotaban a sus viviendas improvisadas de una dignidad humilde. «Las casitas estaban muy bien hechas», apunta. Hasta bautizaban las 'calles' que iban creando con nombres que revelaban la añoranza de su lugar de origen y su intento de 'reproducir' a pequeña escala ese mundo que habían dejado atrás, sobre todo en rincones de Extremadura y Galicia. «Estaba la calle Zafra, la calle Finisterre...», recuerda.
Los alumnos de aquel curso progresaron, como querían sus padres. Alguno, desvela Blanca Estrella Ruiz, hasta ha sido un alto cargo del Gobierno vasco
Y así fueron pasando los meses. Entre los estragos de la huelga, los sobres entregados a hurtadillas, los menús del día reducidos... y algunos sustos. Porque las autoridades de la época no habían dotado al poblado de ningún servicio -«la gente cogía agua del caño, de fuentes que hacían ellos»-, pero sí se preocupaban de algunos 'detalles' y se pasaban por allí para comprobar que no faltasen. «Una vez entró en la escuela un director de Educación, diciendo tacos y sin saludar a nadie. Y lo único que hizo fue preguntar de mala manera dónde estaban el crucifijo y la foto del 'caudillo', que no los veía en la pared. Lo cierto es que yo los había descolgado y los tenía guardados en un cajón, pero le tuve que decir que los había retirado sólo para limpiarlos, que ya los volvía a poner», recuerda con cara de pilla. «Yo a los niños no les daba ni religión ni ninguna de las tres asignaturas de la Falange -apostilla orgullosa-. ¡Y los críos estaban encantados!». Terminó aquel año tan loco y Blanca Estrella, totalmente anémica, dejó San Antonio y a sus niños para siempre. Bueno, 'siempre' es una palabra quizá demasiado definitiva. A algunos los volvió a ver ya mayores, en mítines, charlas... y ha sabido de su vida. ¿Les fue bien? ¿Lograron estudiar y 'prosperar', como les repetían sus padres? Blanca Estrella se sonríe: «¡Claro, alguno hasta ha llegado a ser un alto cargo del Gobierno vasco!»