Cancelan el 70% de las reservas de Nochevieja en los restaurantes de Bilbao

Uno de los ejemplos más llamativos es el del Hotel Carlton. En sus seis salones tenía organizadas cenas «de gala» en Nochevieja para 240 comensales y, tras la uvas, un cotillón para 275. Muchas de estas personas venían expresamente a Bilbao a celebrar el fin de año, muchos de Madrid, «pero incluso alguna familia de Alemania y de México». Ayer tres trabajadores se pasaron el día «llamando para anular las reservas porque no podemos celebrar nada», lamentaba su director, Alberto Gutiérrez. Y, por supuesto, están devolviendo el dinero adelantado, «porque ya estaba todo pagado». 83.000 euros en total. El hotelero calcula las pérdidas reales en más de la mitad de ese dinero, «y eso porque hemos devuelto encargos como 30 kilos de angulas, solomillos, mariscos....».

.

En el restaurante Víctor Montes también estaban que trinaban. «Ya veníamos de un diciembre negro en el que no habíamos logrado juntar una mesa de ocho y ahora esto», se lamentaba su encargado, Tomás Liendo. Mañana tampoco harán cena de despedida de un 2020 para olvidar. «Un día de prefiestas normal y sin pandemia estaríamos de bote en bote a la hora de comer, pero ahora lo que tengo es una cola en la calle porque la gente no puede consumir de pie», añadía.

.

También se declaraba «frustrado, resignado y muy desilusionado» Iñigo Pla, encargado del restaurante Toma y Daca en la Plaza Nueva. A su juicio, las nuevas restricciones que ha fijado el Gobierno vasco, «son solo de cara a la gente, porque ni funcionaron antes ni van a hacerlo ahora; ya ha quedado claro que nosotros no somos los causantes de las continuas olas y mucho menos de la inusitada propagación de esta última», protestó. Ayer mantenía algo de actividad a mediodía, «porque se vuelve a ver al turista, hace muy buen tiempo y la gente quiere, aunque sea con todas las precauciones posibles, disfrutar de estas fechas navideñas».

.

Cerca de su local Arkaitz Alcoceba, empleado de Antxoa Taberna, miraba de reojo el interior del negocio, sin ningún cliente en su interior. «El miedo a contagiarse hace que nadie quiera entrar, por lo que nos tenemos que conformar con atender la terraza, que tiene cuatro mesas con cuatro sillas cada una», aseguró. Bueno, eso «y que veo que hay gente que no tiene el pasaporte covid y sabe que no le dejamos entrar, pero si que puede consumir en los veladores, aunque no sé cuánto durarán así porque ya hemos visto a policías municipales pidiendo esos certificados».

Ahora bien, al margen de seleccionar a la clientela, este documento empieza a dar quebraderos de cabeza al hostelero. «Nos genera un triple trabajo y, encima, la gente se siente muy susceptible al recordarle esta obligación», advertía Pla. Por eso echan mano de la paciencia: «Actuamos con la mayor suavidad posible buscando la empatía del cliente».

En El Ensanche Goizeder Urra, gerente del restaurante Parrillas del Mar, reconocía que en Nochevieja ya no iba a abrir, pero que está sufriendo el goteo incesante de cancelaciones. «Una, dos, tres... todos los días; la gente cada vez es más reacia a juntarse, a lo que hay que sumar los que llaman para reducir el número de comensales porque alguien ha dado positivo».

Fernando Canales, responsable del Etxanobe, aseguraba que no está notando mucho las restricciones, «porque desde que abrimos hace cuatro años nuestro aforo siempre está reducido al 60% por cuestión de diseño». Y el horario tampoco es problema, «porque a la una estamos cerrados casi siempre». Eso sí, reconocía que este horario es un golpe muy grande «para el ocio nocturno, y creo que las administraciones deben plantear en serio indemnizaciones a este sector porque le están dejando sin opciones».