En busca de ballenas en la costa de Bizkaia
EL CORREO participa en la experiencia del proyecto Verballenas y comprueba 'in situ' el impacto del paso de las orcas en los últimos días en la zona
El mar siempre es una caja de sorpresas. Regala a su antojo y, una vez dentro, navegas a su merced. En los últimos días, una ... corriente de pavor se ha apoderado de algunos marineros tras los encuentros impetuosos entre las amenazadas orcas ibéricas que realizaban su tránsito hacia el oeste y embarcaciones en las costas del País Vasco, Cantabria y Asturias, donde un velero se quedó sin timón.
Con el fin de conocer mejor el comportamiento que ofrecen las criaturas marinas con las que convivimos, EL CORREO se ha embarcado este viernes en la ruta de Verballenas. Una singladura de ocho horas a bordo del Hegaluze Barria, de 18 metros de eslora y capacidad para 85 pasajeros. El patrón, Julen Güena, junto con los marineros Sergio Crespo y Ioritz Martín, pusieron rumbo a mar abierto a una velocidad de casi 9 nudos, o lo que es lo mismo, a 16,2 kilómetros por hora.
Al poco tiempo, una carabela portuguesa de colores psicodélicos nos despidió desde la superficie. Sin ir más lejos, estos días las autoridades alertaban de su presencia en Bizkaia. «No es una medusa, es una colonia de hidrozoos. Pero ojo, es muy peligrosa, tiene hasta 20 tentáculos y puede causar un serio disgusto», explicó María Araujo, parte del 'staff' que no cesa de cuidar a los pasajeros en toda la experiencia.
Avistadores
Desde el techo del barco Ignacio García Serna, Kepa Aldama, Kike Talledo y Gorka Ocio (a la derecha) miran donde el ojo no alcanza. Ane Ontoso
Curiosos
Uno de los veinte delfines comunes que saludó a los pasajeros junto al casco de la embarcación. Gorka Ocio
Pasaje
Los pasajeros podían observar desde la proa del Hegaluze Berria, de 18 metros de eslora. Ane Ontoso
Zifio de Cuvier
Lomo de uno de los ejemplares de ballena picuda que se avistó en la salida. Gorka Ocio1 /
Una voz suena, de repente, e inunda cada rincón. Es Gorka Ocio, alma mater del proyecto de avistamiento de ballenas al que nos unimos. Previamente, se ha enfundado un arnés para controlar con empeño desde el techo del barco lo que «nuestros ojos no pueden alcanzar». Le acompañan los avistadores Ignacio García Serna, Kepa Aldama y Kike Talledo, que además es documentalista y cuenta con permiso de Transición Ecológica para nadar con cetáceos.
Así lo hizo en una ocasión con Verballenas, cuando se lanzó al mar para danzar con cinco cachalotes–17 metros el más grande–, que sacaban la cabeza, curiosos. Entre sus recuerdos tatuados a fuego asoma aquella vez en que «una madre de ballena intentaba reanimar a su cría fallecida–se duele–. Me alejé porque me hizo entender que no era el momento. Había un duelo. Siento un profundo respeto por los animales». No es el único. En el Hegaluze Barria no había un alma que no sintiera lo mismo, desde los miembros de Verballenas hasta el último pasajero. Como Aitor Leiza, amante de los pájaros también, que impulsa el euskera en cubierta.
Dos «gorditas»
«¡Picuda a las once!», exclama la voz de Gorka. María ya nos había adelantado que «el barco es un reloj». A toda mecha, llegamos a ver el lomo de dos ballenas picudas, de la especie Zifio de Cuvier, a las que llaman cariñosamente «nuestras entrañables 'gorditas'». Nos cuenta que «pueden bajar hasta los 2.900 metros de profundidad y aguantar en apnea hasta dos horas y diecisiete minutos». Esperamos, pero las picudas deciden no asomarse más. Por suerte, un grupo de 20 delfines comunes nos vienen a saludar saltando junto al casco. Un pez espada y una aguja blanca nos sorprenden de pronto. Y un alcatraz, y paiños, y pardelas cenicientas que acariciaban la superficie antes de alzar el vuelo. Qué maravilla.
«El timón llama la atención a las orcas y lo empujan en un juego de caza, el peligro es que pueden romperlo»
Sin embargo... no hay rastro de más ballenas. Un hecho extraño teniendo en cuenta que en una temporada han llegado a ver hasta 13 especies de cetáceos y 7 en una «salida récord». La semana pasada llegaron a ver a una ballena amamantando a su cría junto al barco. Una pareja de Leiza, Agurtzane y José Mari, que repetían, aseguran que en su anterior salida «vieron salpas, doscientos delfines y de todo». Coinciden con ellos Juan y Sonia, de Zaragoza. «Hemos llegado a ver hasta once rorcuales, pez luna e incluso ballena azul, que fue la bomba, con la gente gritando y aplaudiendo de emoción», evocan.
Gorka nos explica que las orcas son archienemigas de las ballenas picudas y ponen pies en polvorosa cada vez que las detectan. «Lo normal sería ver entre 7 y 10 en esta época», observa. Las orcas se convierten así en la hipótesis más certera del porqué no hemos podido ver la rica fauna marina de la zona. En cuanto a los encuentros con veleros, a su juicio no se trata de «ataques», sino que el timón llama su atención y lo empujan en un «juego de caza. El problema es que una orca, por su fuerza y tamaño, puede generar una violencia enorme y pueden romperlo». El detonante de este cambio de conducta en estos cetáceos aún se desconoce. Qué pena, prometo volver.
Un proyecto comprometido con el medio ambiente
La salida para avistar cetáceos partió del puerto de Bermeo hacia la fosa marina de Capbreton a 18 millas (36 kilómetros) de tierra. Se trata de un cañón submarino, declarado oficialmente Espacio Marino Protegido, que alberga 3.000 metros de profundidad. Al final, recorrimos 144 kilómetros. El proyecto de Verballenas, no obstante, promueve el cuidado del medio ambiente. Por ello, colabora con la Fundación Lurgaia y cada temporada plantan 125 árboles para borrar la huella de CO2 que provocan con las salidas. Asimismo, han donado 3.000 euros a la SECAC (Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario). Y el año pasado realizaron el primer curso de varamientos de cetáceos de Euskadi para trabajadores en primera línea con tres biólogos de la CEMMA (Coordinadora para el estudio de los mamíferos marinos). También contribuyen a la investigación. Como en la inmersión de Kike Talledo con cachalotes. «Observé que mudaban la piel y llevamos una muestra a la PIE (Estación Marina de Plentzia) para analizar», explicó.
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