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Las sepulturas se visten de flores para el Día de Todos los Santos.

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Las sepulturas se visten de flores para el Día de Todos los Santos. Maika Salguero

Bizkaia honra a sus difuntos

Miles de personas abarrotan los cementerios para recordar a sus seres queridos

José Domínguez

Jueves, 1 de noviembre 2018

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Aunque el resto del año se relaje un poco, en cuanto se acerca Todos los Santos, Mari Carmen Fernández y su marido Pablo Sebastián no faltan a la cita con sus antepasados. A veces desde varios días antes. «Venimos siempre a adecentar el panteón y rezamos unas oraciones por todos ellos», asegura. Así es desde que la bisabuela iniciará esta tradición en el cementerio de Derio hace casi un siglo. Como esta pareja, miles de vizcaínos reservan este día tan especial para honrar a todos sus seres queridos que ya no están en los camposantos de la provincia.

Este es el segundo año en que Pedro Antonio Clavería conmemora la memoria de su padre y lo hace con todos los honores. El día completo y la familia unida. «Así nos lo enseñaron ellos y así queremos inculcárselo a nuestros hijos», remarca. Aunque para multitud la de la familia de Enriqueta Fernández, que rodea el panteón de su tío, fallecido hace apenas un mes y que está abarrotado de flores. «Somos muchos y cada uno hemos traído un centro, un detalle porque era el patriarca de todos», se justifica.

También Inmaculada Ania y su hija han venido a honrar a sus seres queridos, aunque su conversación deriva de lo más íntimo, nostálgico y personal a lo más práctico al releer un folleto del cementerio de Derio donde anuncia que las nuevas concesiones se limitarán a 50 años. «¿Y que va a pasar con la que nos legó la tía a la familia?, nos respetarán los plazos porque, aunque ya hemos pasado de largo del medio siglo, antes se daban a 99».

En el caso de Malen Álvarez, la nostalgia propia que imprime un día como éste en un lugar como un camposanto se atenuaba ante la sorpresa que le ha supuesto toparse con el bosque del recuerdo, un servicio alternativo a los enterramientos que incluye el recinto y donde pueden esparcirse las cenizas de los difuntos con todas las garantías medioambientales. En su opinión, se trata de «una iniciativa genial que espero poder utilizar cuando llegue la ocasión, pero que puede ser muy útil para celebrar ceremonias de despedida civiles, un proyecto en el que estoy trabajando».

El 70% son incineraciones

Lo cierto es que son cada vez más los que optan por esta opción y ya se superan los 170 servicios anuales. Hasta ahora todos gratuitos pero, a partir del próximo enero, sólo para los que incineren a sus familiares en los crematorios del recinto municipal bilbaíno en Derio. Porque José Antonio Fernández, el director de Bilbao Zerbitzuak –la mercantil pública que gestiona los cementerios y los mercados municipales de la capital vizcaína-, «los que utilicen servicios de otras empresas privadas deberán abonar una tasa de 100 euros».

Es una medida a su juicio necesaria ante la realidad de que la incineración que se impone cada vez más a los enterramientos y representa ya el 70% de los servicios funerarios que se realizan en Euskadi. En el cementerio de Derio este porcentaje, sin embargo, se reduce a la mitad, aunque este año el propio Fernández confía en recuperar las 1.500 cremaciones, un 12% más que en 2017, tras los acuerdos de fidelización alcanzados con varias funerarias.

El director de la sociedad municipal también confía en incrementar el número de renovaciones de las concesiones de nichos, sepulturas y panteones. Según explica, esta tendencia ya se aprecia en los datos del año pasado, cuando caducaron 176 permisos pero se renovaron 38, un 21,6% o lo que es lo mismo, 10 más que en 2016. «Somos optimistas porque creemos que este repunte es el primer resultado de la decisión que tomamos de permitir el pago a plazos de estas concesiones, que además a partir del año que viene verán notablemente reducidos sus precios», añade. Mari Carmen Fernández espera que ambas medidas le permitan cuadrar sus cuentas para renovar el permiso del panteón que adquirió su bisabuela, cuya adjudicación a 99 años caduca «en cuatro a cinco, y sería una auténtica pena que lo tuviésemos que dejar».

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